Jueves 7 de agosto de 2025

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Con San Cayetano, todos hermanos

Homilía de monseñor Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires, en la fiesta de San Cayetano 2025 (Santuario de San Cayetano de Liniers, 7 de agosto de 2025)

En el evangelio que escuchamos recién, el hijo menor dice: Ahora mismo volveré a la casa de mi padre(Lc 15, 18). Seguramente experimenta frustración y dolor por su pecado, siente la nostalgia de estar lejos y la vergüenza de haberse equivocado. Y vuelve, vuelve a la casa de su padre porque debía extrañar los abrazos, la mesa donde todos se reunían, los diálogos familiares y apasionados por el futbol y la política, pero sin romper nunca la fraternidad y el cariño de hermanos.

Debía recordar que siempre en la casa del padre hay lugar para uno más, y también debía hacer memoria de cómo se trabaja en la casa del padre; cómo los jornaleros ponían todo su esfuerzo en hacer las cosas bien, cómo el trabajo organizaba la vida de esa familia, que era una gran comunidad de hermanos.

La casa del padre es casa de reconciliación: el padre no pide explicaciones al hijo que vuelve, el padre abraza, perdona, se alegra con su regreso, se emociona al verlo volver y no quedarse embarrado entre los cerdos. Por eso le pedimos hoy a san Cayetano que haga de nuestra Patria una casa de reconciliación; que podamos abrazarnos, que podamos pedirnos perdón, porque como decía San Juan Pablo II “No hay paz sin justicia, y no hay justica sin perdón”.[1]

Le rogamos a nuestro Santo patrono que podamos recapacitar como ese hijo de la parábola, salir del chiquero de las descalificaciones y del odio, ponernos de pie, y animarnos a dar el paso hacia la reconciliación entre los argentinos. Sólo desde allí podremos gestar una sociedad más humana.

La casa del Padre también es casa de encuentro y de trabajo: el padre de la parábola organiza una fiesta por el regreso del hijo, quiere que todos festejen y se sienten a su mesa, quiere forjar la cultura del encuentro. El Papa Francisco decía que el aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para devolver esperanza y obrar una renovación, sino que es la cercanía, la cultura del encuentro. El aislamiento, no; cercanía, sí. Cultura del enfrentamiento, no; cultura del encuentro, sí.[2] Eso se vive en la casa del padre; y eso es lo que nos falta a nosotros como país: encontrarnos,

sentirnos cerca unos de otros, sentarnos a una misma mesa para pensar juntos, para generar consensos, para dialogar, para llorar nuestros fracasos, sin estar siempre buscando culpables por lo que está mal, y hacer fiesta con los pequeños o grandes logros, sin querer figurar u obtener reconocimientos personales por los esfuerzos de todos.

Y es casa de trabajo, los jornaleros trabajan, y tienen pan en abundancia (Lc 15, 17) porque seguramente tienen un trabajo digno que es bien remunerado, nadie se muere de hambre en la casa del Padre. El trabajo es un gran ordenador social, el trabajo dignifica a las personas. Pedimos una vez más a San Cayetano por todos los trabajadores de nuestra Patria, por todos, porque como Iglesia, valoramos todas las formas de trabajo: el empleo formal, los emprendimientos familiares, la economía popular, el reciclado, las changas. Toda actividad que, con esfuerzo, lleva dignamente el pan a la mesa merece ser reconocida, acompañada y protegida.[3]

También la casa del padre es casa de fraternidad, él no quiere que nadie quede afuera, quiere a sus hijos reunidos, no quiere que se distancien, quiere que se reconozcan hermanos, responsables unos de otros. Por eso duele tanto la frase del hijo mayor “ese hijo tuyo”(Lc 15, 30); (no lo reconoce como hermano); o la de Caín en la primera lectura de hoy ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano? (Gen. 4, 9). Y la respuesta es sí, somos custodios y guardianes de la vida de los demás, de los más pobres, de los más débiles, de los ancianos que siguen esperando una jubilación digna, somos custodios de los discapacitados y los enfermos; no podemos desentendernos de los que sufren, de los que revuelven los tachos de basura buscando algo para comer, como el hijo menor de la parábola, que deseaba comer las bellotas que comían los cerdos. Y no lo hacen porque les gusta...

San Cayetano, ayúdanos a hacer de la Argentina una casa de reconciliación, en la que dejemos de descalificarnos, de odiarnos, de tratarnos mal, y de usar palabras que lastiman mucho. Como nos dice el Papa León XIV, la paz comienza por cada uno de nosotros, por el modo en el que miramos a los demás, escuchamos a los demás, hablamos de los demás; y, en este sentido, el modo en que comunicamos tiene una importancia fundamental; debemos decir “no” a la guerra de las palabras y de las imágenes.[4]

San Cayetano, ayúdanos a hacer de la Argentina, una casa de encuentro y de trabajo, que podamos dialogar, que podamos encontrarnos para buscar soluciones a los problemas que aquejan a nuestro pueblo. Que se revalorice el trabajo porque como nos decía el recordado y querido Francisco, lo que te da dignidad es ganar el pan, y si nosotros no damos a nuestra gente, a nuestros hombres y a nuestras mujeres, la capacidad de ganar el pan, esto es una injusticia social. Los gobernantes deben dar a todos, la posibilidad de ganar el pan, porque esta ganancia les da dignidad. El trabajo es una unción de dignidad y esto es importante. Muchos jóvenes, muchos padres y muchas madres viven el drama de no tener un trabajo que les permita vivir serenamente, viven al día. Y muchas veces la búsqueda se vuelve tan dramática que los lleva hasta el punto de perder toda esperanza y deseo de vida.[5]

San Cayetano, ayúdanos a hacer de la Argentina una casa de hermanos, donde nos preocupemos por los demás, donde nos duela profundamente lo que sufren los desocupados, los marginados, los excluidos. No nos salvamos solos. San Cayetano, animanos a desterrar la cultura de la indiferencia y a vivir la fraternidad. Porque, así como bajó la inflación que es el impuesto de los pobres y que desde hace años perjudica a las familias, también le pedimos a san Cayetano que interceda por nosotros para que, nos comprometamos a bajar los niveles de agresión, de indiferencia, de individualismo, de crueldad.

Quisiera terminar con palabras del Papa León, que el domingo pasado dirigió a los jóvenes del mundo, y que creo son muy precisas para nosotros también, para los devotos de san Cayetano y para todos los argentinos: la plenitud de nuestra existencia no depende de lo que acumulamos ni de lo que poseemos, más bien, está unida a aquello que sabemos acoger y compartir con alegría. Comprar, acumular, consumir no es suficiente. Necesitamos alzar los ojos, mirar a lo alto, a las cosas celestiales, para darnos cuenta de que todo tiene sentido, entre las realidades del mundo, sólo en la medida en que sirve para unirnos a Dios y a los hermanos en la caridad, haciendo crecer en nosotros sentimientos de profunda compasión, de benevolencia, de humildad, de dulzura, de paciencia, de perdón y de paz como los de Cristo.[6]

Digamos fuerte: Con San Cayetano, todos hermanos.(3 veces)

Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, azobispo de Buenos Aires
7 de agosto 2025


Notas:
[1] San Juan Pablo II, Mensaje XXXV Jornada Mundial de la Paz, Ciudad del Vaticano enero 2002.
[2] Francisco, encíclica Fratelli Tutti 30, Asís octubre 2020.
[3] Comisión ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina, Comunicado, Buenos Aires agosto 2025.

[4]León XIV, Discurso a los representantes de los medios de comunicación, Ciudad del Vaticano mayo 2025.
[5]Francisco, Audiencia general, Ciudad del Vaticano enero 2022.
[6]León XIV, Jubileo de los jóvenes, Homilía, Tor Vergata agosto 2025.