Miércoles 6 de agosto de 2025

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Fiesta del Santo Cura de Ars - Patrono de los sacerdotes

Mensaje de monseñor Santiago Olivera, obispo castrense, con motivo de la Fiesta del Santo Cura de Ars (Buenos Aires, 4 de agosto de 2025)

“Yo soy acaso el guardián de mi hermano” (Gn 4, 9)
“En esto conocerán que son mis discípulos, en el amor que se manifiesten” (Jn 13, 35)

Queridos capellanes:

Hace poco el Papa León nos compartía:

En un mundo marcado por tensiones crecientes, incluso dentro de las familias y de las comunidades eclesiales, el sacerdote está llamado a promover la reconciliación y generar comunión. Ser constructores de unidad y de paz significa ser pastores capaces de discernimiento, hábiles en el arte de recomponer los fragmentos de vida que se nos confían, para ayudar a las personas a encontrar la luz del Evangelio dentro de las tribulaciones de la existencia; significa ser sabios lectores de la realidad, yendo más allá de las emociones del momento, de los miedos y de las modas; significa ofrecer propuestas pastorales que generen y regeneren la fe, construyendo relaciones buenas, vínculos solidarios, comunidades donde brille el estilo de la fraternidad. Ser constructores de unidad y de paz no significa imponerse, sino servir. En particular, la fraternidad sacerdotal se convierte en signo creíble de la presencia del Resucitado entre nosotros cuando caracteriza el camino común de nuestros presbíteros.[1]

En este día que celebramos al santo cura de Ars, patrono de todos los sacerdotes, me pareció una providencial oportunidad, además de saludarlos con renovada gratitud, volver a hacer presente estas sabias y profundas palabras del querido Papa.

Su mensaje, de un padre para sus hijos sacerdotes, estás marcadas por una clara preocupación en darnos un horizonte para la vida sacerdotal que es fundamental: unidad, paz y fraternidad.

Quisiera llevar esas dimensiones, con el desafío que eso implica, en ámbito de nuestro propio presbiterio. Hacer una reflexión serena y una propuesta renovada de examinarnos en estos aspectos. Fortalezas y debilidades que nos muestran la realidad de dónde estamos parados y como estamos viviendo, esto que el Papa nos recuerda de nuestra identidad sacerdotal

Unidad. Soy consciente que el don de la unidad sufre muchos ataques, y siempre el diablo- el que divide- acecha la morada del corazón para fragmentarnos, en el ámbito personal y, por ende, al ámbito comunitario. Sabemos que la unidad hace creíble el mensaje, el anuncio que nos confió Jesús para comunicarlos a los demás. Ante este desafío urge seguir entablando lazos que se fortalecen en el encuentro, en la Eucaristía compartida, en el esfuerzo de salir de nosotros mismos, con el mismo celo pastoral que nos suele mover a viajar por un bautismo, casamiento, despliegue, ida al terreno, etc. Tareas que tanto bien nos hacen y hacemos. Ese mismo celo y más, nos debe movilizar para aceptar o generar encuentros que favorezcan la unidad como presbiterio. Es muy grato y siempre lo agradezco, ver la generosa respuesta a las propuestas de encontrarnos “con gratuidad”, sea para un festejo en común, para una Eucaristía, etc. Los sigo y nos seguimos animando para concretar el deseo de Jesús en su oración sacerdotal “Qué sean uno para que el mundo crea” (Jn 17, 21)

Paz. Servimos a los que nos sirven. A quienes servimos, los llamamos centinelas de la paz. El corazón del cura castrense debe ser un “experto” de la paz. La bienaventuranza que mejor nos identifica- en este sentido- , es la que nos asegura ser llamados “hijos de Dios” (Mt. 5, 9). La paz se gesta en el corazón y se muestra en nuestras palabras y obras. Estamos cansados de la violencia, no solamente la de las Guerras de “lejos”, sino las de “casa”, la de nuestra Patria, violencia de gestos, de palabras. Violencia que hiere, debilita y mata. El sacerdote debe portar la paz. Debemos portar la paz y darla a los demás. Es el pedido y mandato de Jesús “Príncipe de la paz”. La paz es la “unión de todos los instantes en Jesús”, nos dice san Agustín. Si hay un vínculo, cada vez mayor, con el Señor, habrá paz en el corazón. Si es Él el alimento primero y final de cada una de mis jornadas, eso será posible. El corazón se fortaleza de lo que lo nutrimos. Tiene que ser de Jesús, Pan de Vida, Palabra de Vida. ¿A quién vamos a ir? Sólo tú tienes palabras de vida eterna. Es como decirle, sólo Tú tienes palabras de paz, porque eres la Paz misma. (Ef. 2, 14)

Fraternidad. El último rasgo que nos trae el Papa y que es también vital para nuestro sacerdocio. Así como en el Seminario o la Casa donde realizamos nuestra Formación inicial, no “elegimos” a quienes compartimos ese tiempo, ni tampoco fuimos elegidos por ellos; sino que hubo una Persona que nos eligió y nos “convocó” ahí: Jesús. De igual modo es Él quien nos ha unido por un don en común, el sacerdocio. Y nos une con un vínculo de hermanos. A diferencia de Caín, sí sabemos al otro, a nuestro resguardo; “Yo soy el guardián de mi hermano”, porque el amor solícito fraterno será el “carnet” de identidad de que somos discípulos misioneros de Jesús. En el amor que se tengan, sabrán que son mis discípulos. La clave que puso Jesús, para ser reconocidos discípulos de Él, no fueron los “éxitos” pastorales, la concurrencia a la catequesis, la adhesión a la fe, los milagros, etc. Sino el amor, la caridad: clave y corazón del evangelio. La caridad fraterna, la fraternidad sacerdotal debe ser querida, en primer lugar, por cada uno de nosotros. Solo desde ahí, se podrá fortalecer y enriquecer. Solo así será posible. Aislarnos, separarnos, desentendernos de toda propuesta de encuentro. Creer que “lo mío”- entiéndase la labor pastoral confiada- es más importante e impostergable, y, sin discernimiento con el obispo, se elige rechazar dichas propuestas. Puede haber, y de hecho creo que lo hay, una buena intención en la elección que hago, pero será plenamente de Dios, si tengo la capacidad de discernirla, de preguntar el parecer y de decidir en comunión con el obispo. Obispo que tiene la misión de padre, y que sabe de la necesidad de reunir a sus hijos sacerdotes que se le confiaron. Hace poco se “viralizó” la muerte de un joven sacerdote italiano. Nos impactó mucho y generó muchas reflexiones. Muchos interrogantes y, otros tantos, desafíos. Rogamos no llegar a tales extremos, pero debemos tener ese cuidado solícito de hermanos. Soy hermano, saberme hermano, reconocernos como hermanos. “¡Qué maravilloso y agradable es cuando los hermanos conviven en armonía!” (Sal. 133, 1)

En este día volvamos a aquel día, donde “Me postré consciente de mi nada y me levanté sacerdote para siempre”, experiencia tan profunda y compartida del santo Cura de Ars, para renovar con profunda alegría y gratitud nuestro sacerdocio, sabernos elegidos por Jesús, saber de hermanos sacerdotes que caminan conmigo, agradecer la amistad sacerdotal, unirnos en la oración por nuestro presbiterio junto al obispo. Que san Juan María Vianney siga intercediendo por cada uno de nosotros.

Con renovada gratitud, y por intercesión de la Virgen María, Madre de Jesús, el Pastor Bueno y Madre de todos los sacerdotes, les dejo mi paternal bendición.

Mons. Santiago Olivera, obispo castrense


Nota:
[1] Mensaje del Santo Padre a los sacerdotes en ocasión de la jornada de la santificación sacerdotal (27 de junio de 2025 - Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús)