Una vez más nos reunimos en torno a Santiago apóstol, para celebrar junto a él nuestra condición de discípulos misioneros del Maestro que nos eligió para anunciarlo. Arraigados en la fe de los apóstoles, queremos caminar en esperanza frente a los rigores del camino que muchas veces nos afligen y los desafíos personales y comunitarios que nos interpelan, conscientes de la fuerza de Dios que nos unge para la misión, como lo hizo con nuestro Santo Patrono.
Con Pablo nos reconocemos portadores de un tesoro, la vida nueva del Reino de Dios; aunque nuestras limitaciones nos hagan vulnerables, frágiles y quebradizos, como vasijas de barro, con la gracia de Dios afrontamos nuestros temores y asumimos el misterio del dolor y del fracaso. Con la ayuda divina somos consolados y fortalecidos para vivir, amar y servir.
En la escena evangélica, Santiago y su hermano Juan se declaran capaces de entregarse como Jesús por todos los hombres; lo hacen quizás temerariamente o mejor, animados por una mirada inmadura sobre la misión del Maestro y de su Iglesia. Tienen todavía los ojos nublados por una lógica del poder humano que nada tiene que ver con la llamada del Señor. En esa perspectiva, Jesús despliega una catequesis sobre el servicio de la autoridad. La fuerza conmovedora de la Pascua del Señor y la venida del Espíritu Santo, aclararán la confusión de los apóstoles y harán de ellos referencia segura en el seguimiento de Cristo para ser hombres apasionados por el Evangelio.
La temprana protección del Santo Patrono nos unió a numerosos pueblos y ciudades que quisieron tenerlo como seguro intercesor ante Dios. Entre nosotros, esa intervención se relacionaría durante el desarrollo histórico de nuestra comunidad, respecto a los temblores, tan frecuentes como devastadores. Pero también es necesario que pidamos a Santiago que nos ayude a afrontar los temblores de hoy, esos que ponen en riesgo nuestra convivencia y la solidez del camino común que hemos emprendido como sociedad.
a. El temblor de la indiferencia
La cruda realidad económica que atravesamos nos interpela. Podemos mirar para otro lado, quizá decir que esto viene desde hace mucho tiempo, desentendernos y negarnos a participar de corazón para atenuar el dolor de tantos hermanos.
En Mendoza, con el esfuerzo compartido por parte de las Iglesias, las instituciones políticas y sociales, y algunos empresarios, se pudo afrontar al menos en parte, la dolorosa problemática de las personas en situación de calle, aunque todavía nos queda mucho por andar para dar respuestas estables y duraderas en este campo.
La Colecta de Cáritas 2025, convocada con el lema Sigamos organizando la esperanza, puso de manifiesto un segundo lugar nacional para Cáritas Mendoza, gracias a la creatividad y generosidad de nuestros voluntarios, equipos y donantes. Esto nos compromete a seguir fortaleciendo esos espacios solidarios a lo largo del año para que no falte la cercanía a quien nos necesita.
Pero como sociedad nos preocupa mucho el temblor de la indiferencia que retumba frente a los jubilados, condenados a la necesidad después de haber trabajado toda la vida, o ante la situación de numerosas familias agobiadas por problemáticas complejas como la discapacidad o enfermedades prologadas que requieren tratamientos médicos caros donde el Estado no puede sustraerse de su misión.
Dios ha creado el mundo con bienes suficientes para todos. Esa es la primera verdad de toda dinámica económica propiamente humana. Si a algunos les falta lo imprescindible o necesario, no es culpa de Dios sino de la acumulación y la codicia humana. Conviene partir del sentido de los bienes, de otra manera los mecanismos al servicio de la codicia y la avidez económica, predominarán sobre el bien común de una humanidad hambreada o postergada.
b. El temblor del clamor de la tierra
Como creyentes estamos interpelados por la exigencia del cuidado de la Casa común. No nos pueden resultar indiferentes su degradación ni el maltrato de los recursos naturales tan necesarios para la vida. Por esa razón, estamos urgidos a dialogar con apertura sobre todo lo que se refiere al cuidado de la tierra, del aire y del agua. Lejos de fundamentalismos que clausuran los debates y se encierran frente a los avances de la ciencia o de la técnica, y lejos también de toda codicia o prepotencia para imponer los propios intereses a toda costa, los creyentes debemos crecer en nuestro compromiso por el cuidado de la Creación y el uso inteligente y responsable de todos sus dones.
c El temblor de toda violencia
Con el paso del tiempo, han crecido las oportunidades para que los hombres nos manifestemos. Las redes sociales y el uso de la inteligencia artificial constituyen espacios ganados para el desarrollo comunicacional. Pero, dolorosamente, también han crecido los ámbitos para que se ofenda, se mienta, se agravie a los otros. La violencia se ha hecho presente en nuestra comunicación y campea escandalosamente la denigración de quien piensa diferente o de quien está en una posición ideológica o conceptual distinta a la nuestra. Ningún dirigente político, social o religioso debería recurrir a la violencia como forma y contenido de su expresión. Mucho menos servirse de lo religioso para justificar o legitimar su violencia.
Los cristianos tenemos la misión de expresarnos con respeto y honestidad sobre todos los temas. No podemos estar ausentes de los grandes debates que comprometen la marcha de la humanidad en la vida de todos los días, en los medios y en el mundo digital. Pero queremos hacerlo animados por la luz propia que nos aportan el Evangelio y la fe que enciende nuestros corazones, que nos hace portadores de un mensaje de fraternidad humana abierto a todos los hombres de buena voluntad.
El temblor de la humanidad destrozada por la crueldad devastadora de las armas no puede sernos ajeno. La causa de la paz, traicionada sobre todo en las guerras sangrientas que vive hoy el mundo y que destruyen poblaciones inocentes, merece todos nuestros esfuerzos de creyentes. Además de la oración por la paz, no dejemos de apostar con nuestras expresiones y modos de obrar, por una vida humana más digna y fraterna. Educar para la paz desde la familia y la escuela, constituye una herramienta poderosa para desarmar un mundo que camina irresponsablemente hacia su autodestrucción. Me alegran y esperanzan mucho los esfuerzos de nuestros espacios catequísticos parroquiales y educativos de colegios diocesanos y religiosos por la sublime causa de la paz. Hay que seguir por ese camino y profundizar esas iniciativas.
Queridos hermanos, una vida digna según Dios es el programa del Evangelio por el que Santiago dio la vida. Que él nos ayude con su intercesión para que ningún temblor apague nuestra esperanza ni oscurezca nuestra condición humana. Iglesia de Mendoza, servidora de todos, no dejes de estar presente cuidando de tus hijos en estas encrucijadas de la historia. Como María, nuestra Madre del Rosario, seas siempre Casa que acoge a todos y Escuela de vida que enseña y esperanza.
Mons. Marcelo Daniel Colombo, arzobispo de Mendoza