Viernes 29 de marzo de 2024

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"Recordar con gratitud el pasado, vivir con pasión el presente, abrirnos con confianza al futuro" (cfr. NMI, 1)

Carta pastoral de monseñor Carlos José Ñáñez, arzobispo de Córdoba, con motivo del Jubileo de la Arquidiócesis (14 de mayo de 2020)

Queridos hermanos:

En el día que nuestra Arquidiócesis cumple cuatrocientos cincuenta años de vida, quiero dirigirme con especial afecto a los sacerdotes, seculares y religiosos, miembros del presbiterio diocesano, a los diáconos permanentes, a los consagrados y consagradas, a las familias, verdaderas iglesias domésticas, a todos los laicos y laicas, integrantes de la comunidad arquidiocesana y corresponsables con los demás miembros del primer anuncio del evangelio.

La diócesis de Córdoba del Tucumán fue creada por el Papa San Pío V el 14 de mayo de 1570, con sede en la ciudad de Santiago del Estero. Es la primera diócesis del país. En 1699, por disposición del obispo Mercadillo, la sede del obispado junto con el cabildo y el seminario fueron trasladados a la ciudad de Córdoba. En 1934 fue constituida como Arquidiócesis por el Papa Pío XI.

El Papa san Juan Pablo II nos enseñaba que los aniversarios significativos de las instituciones, como son los jubileos, son oportunidades providenciales para volver con renovado vigor a la inspiración inicial. No hay duda que la creación de la diócesis de Córdoba del Tucumán tuvo la intención de promover la tarea misional en estas tierras americanas proclamando el primer anuncio del evangelio, tanto a los naturales del país como a los venidos de España.

A lo largo de estos cuatrocientos cincuenta años de vida se ha procurado en la Iglesia que está en Córdoba anunciar y testimoniar el evangelio y, recientemente, con ocasión de la realización del XI° Sínodo Arquidiocesano, hemos experimentado la necesidad de renovar decididamente el impulso misionero y actualizar con convicción y entusiasmo la proclamación del primer anuncio del evangelio.

El encuentro pastoral programado para el pasado 14 de marzo tenía como finalidad, precisamente, animar el momento misional de nuestro itinerario pastoral y proponer la programación del presente año 2020.

La pandemia del coronavirus que atravesamos, determinó la suspensión de ese “Encuentro pastoral” del 14 de marzo. Quiero expresar mi especial agradecimiento a todos los que colaboraron en la preparación de esa asamblea, que luego tuvimos que suspender.

La suspensión de dicho encuentro y el posterior aislamiento social preventivo decretado por las autoridades públicas, condicionó de una manera importante la vivencia del tiempo de cuaresma y la consiguiente semana santa. También está condicionando el tiempo pascual que transitamos. Varias de las actividades propuestas o sugeridas para esos tiempos no las hemos podido llevar a cabo y seguramente deberán ser repensadas y transformadas.

Toda dificultad, sin embargo, insinúa una posible oportunidad, por eso es de destacar que en medio del aislamiento social preventivo, apareció el enorme esfuerzo de los pastores y de los miembros de distintas comunidades para contactarse con sus fieles. Apareció también una gran creatividad en el uso de los medios que la moderna tecnología nos ofrece. Fue notable en ello el aporte de los jóvenes, como así también el esfuerzo y la dedicación de los y las catequistas. Podemos decir, entonces, con sencillez, pero también con verdad, que en esas circunstancias y a través de todos esos recursos, nuestra Iglesia arquidiocesana estuvo e incluso está “en salida”.

Las familias, por su parte, recrearon su misión como verdaderas “iglesias domésticas”, multiplicando momentos de oración en torno a la Palabra de Dios. Han cobrado especial importancia esos encuentros que representan y concretan una de las propuestas del XI° Sínodo.

La preocupación por los más necesitados en la actual situación, estuvo asimismo presente en la atención de Caritas y Pastoral Social, promoviendo un trabajo solidario y en redes con el Estado y con otras organizaciones de la sociedad. También aquí fue importante el aporte generoso de los jóvenes y de las demás comisiones arquidiocesanas.

Estas realizaciones e iniciativas que mencionamos, y otras que sería largo enumerar, son obras que el Espíritu Santo ha inspirado en el seno de la comunidad eclesial y que también ha hecho resonar de en el XI° Sínodo arquidiocesano: El cuidado de la centralidad de la lectura orante de la Palabra de Dios en la vida de las personas y de las comunidades; la atención preferencial de los pobres y sufrientes; el trabajo colaborativo y en redes para afrontar las situaciones difíciles; el buscar nuevos caminos de comunicación aprovechando los medios que nos ofrecen las nuevas tecnologías. Damos gracias al Señor por todo esto que nos ha inspirado y nos ha movido a realizar.

Con respecto a la programación del año 2020, me parece que no se trata sólo de postergar su realización, sino de estar abiertos a la transformación de las propuestas. No sabemos cómo será el después del aislamiento, el después de la pandemia.

Lo que sí sabemos, es con qué espíritu tenemos que trabajar. Nos lo propone el lema para este año: “Salimos, ENVIADOS POR JESÚS, y compartimos con alegría la Buena Noticia”.

En la fiesta de san Marcos el Papa Francisco tuvo una homilía que puede inspirarnos en nuestro año 2020, al comienzo del tiempo misionero. Entre otras cosas, señalaba el Santo Padre:

“El Señor antes de partir, cuando se apareció a los Once les dijo: ‘vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Noticia a toda la creación’ (Mc 16,15). Es la misionariedad de la fe. La fe o es misionera o no es fe. La fe no es una cosa sólo para mi para que yo crezca con la fe: esto es una ‘herejía gnóstica’. La fe siempre te lleva a salir de ti mismo… la fe debe ser transmitida, debe ser ofrecida, especialmente con el testimonio: ‘vayan, que la gente vea cómo viven’ (cf. v. 15)”.

Debemos, por tanto, dar lugar a diversas iniciativas “misioneras”, animándonos a “primerear”, delicada y creativamente, a otros interlocutores-destinatarios, entre nuestros familiares, amigos, vecinos o conciudadanos.

Y por que vamos “enviados por Jesús”, debemos hacerlo con su estilo, es decir, con mucha sencillez, sin ninguna pretensión proselitista, sino con un profundo respeto y, al mismo tiempo, con una enorme confianza. El Señor, en efecto, camina con nosotros; Él nos sostiene, nos alienta y con toda seguridad hará fecunda nuestra tarea.

En ocasión de este Jubileo, recordando con gratitud el pasado, es oportuno retomar el séptimo rasgo del “Rostro ideal de nuestra Iglesia arquidiocesana: “Señor has suscitado en nosotros el deseo de ser una Iglesia que sepa pedir perdón toda vez que sea necesario, y hacer memoria agradecida de lo que ha recibido. Por eso, elegimos reconciliarnos, asumiendo nuestros errores del pasado para repararlos, y recordar con gratitud la extraordinaria obra de santidad que has sembrado en nuestra tierra de Córdoba”.

Los invito entonces a que expresemos nuestra gratitud al Señor por estos cuatrocientos cincuenta años de existencia de nuestra comunidad arquidiocesana, y a renovar también nuestra gratitud a todos los que nos precedieron.

Entre los que nos precedieron, recordamos particularmente los que nos acompañan desde la Gloria de Dios, los santos cordobeses, los que están en proceso de beatificación y los santos “de la puerta de al lado”, que sólo Dios conoce y que llevaron adelante con esfuerzo, generosidad y alegría, la obra de la evangelización, trazándonos un camino que estamos invitados a recorrer.

Quiero expresar también, y de un modo especial, mi agradecimiento a todos los que me han acompañado y me acompañan, con empeño y generosidad, en mi tarea y servicio episcopal en la Arquidiócesis.

Tenemos por delante el desafío [c]de vivir con pasión el presente [/n] y de seguir testimoniando y anunciando el Evangelio en un mundo distinto de aquel del inicio de la vida de la diócesis, pero también en un mundo que, seguramente, será diverso luego de la pandemia que atravesamos y de sus graves consecuencias.

Al mencionar un mundo diverso al final de la pandemia, podemos discernir en esa circunstancia una imprevista e importante oportunidad. En efecto, se tratará de un mundo en el que habrá que anunciar, testimoniar y ayudar a vivir el mensaje de la esperanza inquebrantable que brota de la fe en Jesucristo que es el Salvador, que “es el mismo ayer, hoy, y para siempre” (Heb 13, 8) y que nos anima a abrirnos con confianza al futuro.

Un futuro que estará también marcado por un mayor conocimiento, aprecio y valoración de las distintas tradiciones religiosas y de los adherentes a las mismas. En Córdoba, por un don de la mano bondadosa de Dios, estamos haciendo una rica experiencia al respecto. Quiero, al finalizar esta carta dirigida a la comunidad católica, expresar mi reconocimiento y mi agradecimiento a todos los creyentes de las distintas tradiciones por su benevolencia y por su colaboración en el desafío de imaginar y concretar entre todos un mundo más humano y más digno, conforme al querer de Dios, Señor de la historia y creador de todas las cosas.

En el año 1937, el entonces Arzobispo de Córdoba, Mons. Fermín Lafitte, nombró patrona de la Arquidiócesis a la Santísima Virgen María en su advocación de Nuestra Señora del Rosario del Milagro. Su imagen nos acompaña desde hace mucho tiempo y es objeto de una filial y cariñosa veneración. A ella nos encomendamos, suplicándole que nos alcance toda clase de bendiciones, particularmente la gracia de ser verdaderos discípulos misioneros de Jesús.

Córdoba, 14 de mayo de 2020, en la fiesta del apóstol San Matías
Mons. Carlos José Ñáñez, arzobispo de Córdoba