Domingo 24 de agosto de 2025

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Ordenación sacerdotal de Federico Báez

Homilía de monseñor Adolfo Uriona, obispo de Villa de la Concepción del Río Cuarto, durante la misa de ordenación sacerdotal de Federico Báez (Capilla Inmaculado Corazón de María y San Expedito, Río Cuarto, 13 de junio 2025)

Queridos hermanos y hermanas:

En este templo recientemente consagrado nos hemos reunido para celebrar juntos con gran alegría la ordenación sacerdotal de Federico. Están aquí presentes su familia que siempre lo ha acompañado tanto a lo largo de todo su camino de formación, amigos, compañeros y fieles de las comunidades donde prestó su servicio pastoral como seminarista.

Hoy el Espíritu Santo se derramará de manera particular sobre él que ha respondido con generosidad al llamado del Señor a servir a su Iglesia como sacerdote. La Palabra de Dios nos ilumina este acontecimiento que estamos celebrando.

En la primera lectura comprobamos como Dios toma la iniciativa en el llamado de Jeremías revelando que su elección precede incluso a su nacimiento: “Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado…”.

Esta misma iniciativa divina la vemos hoy plasmada en la vida de Federico, a quien el Padre conoce y ama desde siempre y que, desde su infinita Misericordia, lo ha llamado a esta vocación particular.

Por ello lo primero que es importante comprender es que el sacerdocio no es una aspiración meramente humana, sino una respuesta a un llamado personal de Dios. Es un don gratuito, una gracia inmerecida que brota del corazón amoroso del Padre.

Ahora bien, así como Jeremías sintió temor e inseguridad ante la magnitud de la misión encomendada: "¡Ay, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy muy joven"…, también en el camino se experimentan dudas o temores. Sin embargo, siempre debe resonar en tus oídos y en tu corazón la respuesta de Dios al Profeta: "No temas, porque yo estoy contigo para librarte"...

Por ello, así como el Señor extendió su mano y tocó la boca de Jeremías convirtiéndolo en su profeta, de manera análoga a través de la imposición de manos y la oración de ordenación Federico recibirá la gracia sacramental para ser ministro de la Palabra y de los sacramentos. Será consagrado para proclamar el Evangelio, para consolar a los afligidos, para exhortar a los pecadores y para alimentar al pueblo de Dios con el Pan de Vida.

Como Pueblo de Dios recemos para que, como el profeta, se deje moldear por la Palabra de Dios meditándola en su corazón y la haciéndola vida en su propia existencia.

En el Evangelio de Lucas leemos que Jesús en la Última Cena dice a los suyos: "Yo estoy en medio de ustedes como el que sirve" (Lc 22,27). Estas palabras de Jesús deben resonar profundamente en tu corazón.

Tu autoridad como pastor no debe radicar nunca en el poder o el prestigio, sino en la capacidad de amar y servir a ejemplo del Maestro.

Qué puedas grabar en tu corazón la convicción de que ser sacerdote es despojarse de toda ambición personal poniéndose al servicio de la comunidad especialmente de los más necesitados, de los que sufren, de los que se sienten solos. Es lavar los pies de los hermanos, como Jesús lo hizo con sus discípulos.

En su sabiduría de mujer de fe, la mamá de San Juan Bosco le decía poco antes de ordenarse sacerdote: “Debes saber Juanito que las gradas del altar se suben bajando”...

Por otra parte, así como Jesús reconoce la fidelidad de sus discípulos que han permanecido junto a él en sus pruebas, de manera similar, tu vida sacerdotal no estará exenta de desafíos y pruebas. Habrá momentos de alegría y consuelo, pero también de dificultad y sufrimiento. Es en esos momentos donde la fidelidad al llamado, la confianza en la gracia de Dios y el apoyo de la comunidad serán fundamentales.

Querido Fede, el Señor que te ha llamado por tu nombre y que ahora te ungirá con su Espíritu, te hace partícipe de su único Sacerdocio y te envía a servir a su pueblo según el modelo de su Hijo. Por ello quisiera resumir tu misión con el himno de Laudes que ayer rezábamos en la Liturgia de las horas:

Señor, Tú me llamaste
para ser instrumento de tu gracia,
para anunciar la Buena Nueva,
para sanar las almas.
Instrumento de paz y de justicia,
pregonero de todas tus palabras,
agua para calmar la sed hiriente,
mano que bendice y que ama.

Señor, Tú me llamaste
para curar los corazones heridos,
para gritar, en medio de las plazas,
que el Amor está vivo,
para sacar del sueño a los que duermen
y liberar al cautivo.
Soy cera blanda entre tus dedos,
haz lo que quieras conmigo.

Señor, Tú me llamaste
para salvar al mundo ya cansado,
para amar a los hombres
que Tú, Padre, me diste como hermanos.
Señor, me quieres para abolir las guerras
y aliviar la miseria y el pecado;
hacer temblar las piedras
y ahuyentar a los lobos del rebaño. Amén.

Federico, la comunidad diocesana te recibe con gran alegría y esperanza y te acompaña con su oración y cariño. Que el Inmaculado Corazón de María te cubra con su manto protector, San Expedito interceda por tu ministerio y ambos te impulsen a una entrega generosa. ¡Amén!

Mons. Adolfo Uriona, obispo de Villa de la Concepción del Río Cuarto