Lunes 28 de abril de 2025

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Misa por el eterno descanso del Papa Francisco

Homilía de monseñor Juan Alberto Puiggari, arzobispo de Paraná, en misa misa por el eterno descanso del Papa Francisco (Catedral Nuestra Señora del Rosario, 26 de abril de 2025)

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy la Iglesia se inclina en respetuoso silencio. Y el mundo entero guarda un momento de recogimiento, porque ha partido hacia la casa del Padre un hombre que caminó entre nosotros con el corazón de Cristo: el Papa Francisco.

Nos reúne esta Eucaristía en las Vísperas del Domingo de la Misericordia en donde todo nos habla, que la muerte no tiene la última palabra, sino que Cristo Resucitado, nos asegura que la vida eterna es nuestro destino y que nuestro Dios es un Padre rico en Misericordia.

Creo que en todos nosotros permanece inolvidable, el último domingo de Pascua, la imagen del Santo Padre, marcado por el sufrimiento, asomándose al balcón de la Basílica de San Pedro y dando la bendición “Urbi et orbi” y luego paseando por la Plaza en el Papamóvil saludando (despidiéndose) de su pueblo.

Y esta imagen nos lleva a otra muy fuerte, cuando un 13 de marzo de 2013 la fumata blanca nos anunciaba que teníamos un nuevo sucesor de Pedro y aparecía la figura tímida del Cardenal Bergoglio, ahora Francisco, confirmándonos cómo Cristo está junto a nosotros, caminando la historia como lo hizo con los discípulos de Emaús. Y enseguida la alegría espontanea de la gente en las calles, los templos que se hacían ecos de plegarias de miles y miles de argentinos, de paranaenses que colmaron la catedral y nos llevaba a decir “tú eres Pedro”…

Escogió el nombre del poverello de Asís y lo vivió hasta el final: con zapatos gastadas, con palabras simples, con gestos que decían más que cualquier discurso. Nos enseñó que la autoridad verdadera nace de la humildad, y que el Evangelio no se grita desde los lugares de poder, sino que se susurra desde la calle, desde el hospital, desde el barrio pobre, desde la cárcel, desde la cruz.

Fue la voz de los que no tienen voz. Habló por los migrantes que cruzan desiertos y mares, por los descartados del sistema, por los niños hambrientos, por los ancianos que son los descartados de este mundo, por la casa común en peligro. No lo hizo a desde lejos, sino como quien se sienta en el suelo junto a ellos, y los llama hermanos.

No se cansó de pedir por la paz, reunir a los líderes de las naciones en conflicto, besar sus pies clamando por la paz.

Denunció la idolatría del dinero, la cultura del descarte, la indiferencia ante el dolor humano. La defensa de la vida, su enfático rechazo al aborto, muchos de estos temas estuvieron presentes en sus cuatro Encíclicas y también en sus siete Exhortaciones apostólicas y en sus numerosos viajes.

 Nos recordó que la Iglesia no puede ser cómoda cuando hay pueblos que sufren. Que la fe no es refugio, sino impulso para salir, tocar heridas, ser hospital de campaña y transformar el mundo con la fuerza del amor.

A los miembros de la Iglesia nos recordó reiteradamente que Dios es misericordia, que el nombre de Dios es “Misericordia”.

No tuvo miedo de decirnos a nosotros que prefiere “una Iglesia accidentada por salir, a una Iglesia enferma, por encerrarse”; no tuvo miedo de decirnos, que quería “una Iglesia pobre y para los pobres”, e instituyó la Jornada de los Pobres; no tuvo miedo de decirnos a los pastores que debemos ser “pastores con olor a oveja”; y que quiere una Iglesia en salida hacia las periferias existenciales y geográficas. Una Iglesia sinodal con participación de todos, en comunión para la misión.

Se ha comentado en estos días mucho una comparación entre los últimos pontífices: “San Juan Pablo II fue el Papa de la imagen, del misionero, el Papa Benedicto XVI fue el Papa de la sabiduría; qué nos dejó una maravillosa obra de doctrina; y Francisco, el Papa de los gestos que hablaba con una elocuencia enorme; y sí que en verdad nos regaló tantos signos: lavando los pies a los presos, comiendo con los pobres, tocando a enfermos graves, rezando en los muros de Tierra Santa. Sobre todo tres grandes signos, su visita a Lampedusa, su oración solitaria en la majestuosa Plaza San Pedo en plena Pandemia, y su visita reiterada a venerar a la imagen de Salus Populi Romani antes y al regresar de cada viaje, enseñándonos su tierna devoción a María. Hoy reposan sus restos a sus pies.

Los signos que hizo el Papa Francisco durante su pontificado nos dicen a todos que: “Sí se puede vivir el Evangelio, sí se pueden poner en práctica las enseñanzas más exigentes de Jesús, como nos propone en Mt 25, Las Bienaventuranza-

Sería interminable abarcar sus enseñanzas predicada con la palbra y con la vida. Pero no se puede obviar su incansable preocupación por la unidad de la Iglesia y con las otras confesiones en su compromiso ecuménico y el diálogo interreligioso. Su preocupación por el lugar de la mujer dentro de la Iglesia y la denuncia sobre las nuevas esclavitudes.

Su primera exhortación apostólica Evangelii gaudium fue programática en donde se nos invita a trasmitir la alegría del Evangelio que nace del encuentro con Cristo y que nos impulsa a la misión para anunciar el Keryma a todos los pueblos.

Construir puentes y no muros” es una exhortación que repitió muchas veces y su servicio a la fe como sucesor del Apóstol Pedro estuvo siempre unido al servicio al hombre en todas sus dimensiones.

Culura del encuentro, otro gran deseo que expreso reiteradamente porque el todo es mayor que la parte y la unidad prevalece sobre el conflicto.

Lamentablemente los argentinos le dimos poco lugar a las enseñanza del Papa en nuestra vida socila y politica. Otra oportunidad perdida

Termino con las palbras que hoy pronunció el cardenal Re En Roma ¨En unión espiritual con toda la cristiandad, estamos aquí para rezar por el Papa Francisco, para que Dios lo acoja en la inmensidad de su amor.

El Papa Francisco solía concluir sus discursos y encuentros diciendo: “No se olviden de rezar por mí”. Y querido Papa Francisco, ahora te pedimos a ti que reces por nosotros y que desde el cielo bendigas a la Iglesia, bendigas a Roma, bendigas al mundo entero, como hiciste el pasado domingo desde el balcón de esta Basílica en un último abrazo con todo el Pueblo de Dios, pero idealmente también con la humanidad que busca la verdad con corazón sincero y mantiene en alto la antorcha de la esperanza¨.

Su silla está vacía, pero su ejemplo llena la historia. Su pontificado no termina, comienza ahora a fecundar la memoria y la esperanza de esta Iglesia que tanto amó.

Y a nosotros, que quedamos en camino, danos la valentía de continuar lo que él inició: Una Iglesia humilde, de hermanos, y en salida.

Descansa en paz, Papa Francisco.

Y desde el cielo, no dejes de empujar a esta barca que tanto ayudaste a navegar.

Amén.

Mons. Juan Alberto Puiggari, arzobispo de Paraná