Queridos hermanos y hermanas:
1. ¡La paz esté con Ustedes! Con esta expresión Jesús resucitado se presentó a los discípulos que estaban encerrados por temor. ¡La paz esté con Ustedes! Son las palabras que también hoy nos dirige a nosotros Jesús Resucitado en este día para desterrar nuestros miedos y animarnos a seguirlo por el camino de la misericordia. Sí, toda la vida de Jesús fue una expresión de misericordia del Padre cuando devolvió la salud a los enfermos, liberó a los atormentados por algún mal espíritu y dando el perdón a los pecadores incluso a los que lo mataban. Luego envía a los Apóstoles a continuar su misión, esa misión que se origina en su Padre, y que incluye el poder de perdonar los pecados. El fundamento del perdón está en su entrega en la cruz por toda la humanidad, por ello muestra sus manos y su costado para que puedan comprender que el perdón y la reconciliación ya fueron ofrecidos por Él mismo en la Cruz.
Este camino de misericordia heredaron los apóstoles como bien lo refleja el libro de los Hechos: “Los Apóstoles hacían muchos signos y prodigios en el pueblo… La multitud acudía también de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo enfermos o poseídos por espíritus impuros, y todos quedaban sanados.” Este camino de misericordia es una nota propia de la Iglesia de todos los tiempos y también de hoy. Todos nosotros somos necesitados de la misericordia de Dios, que se hace perdón cuando acudimos al sacramento de la reconciliación. “Déjense misericordear por el Señor, que nunca, nunca se cansa de perdonar” nos repetía Francisco muchas veces. También decía déjense amar por el Señor que siempre nos quiere y lo hace con ternura. Cuando el Papa insistía en esto es porque muchas veces ni nosotros nos perdonamos pecados cometidos y muchas veces los seguimos teniendo tan presente como si fueran actuales. Sí, con confianza “Dejémonos misericordear por el Señor”.
Al mismo tiempo el Señor nos invita a ser misericordiosos con los demás, a animarnos a perdonar a los demás ¡siempre! a jugarnos en ayudar a los demás, a ejercitar un trato respetuoso y tierno con los demás ¡siempre! Y si esto nos cuesta pidamos esa gracia con insistencia en nuestras oraciones diarias.
2. En el evangelio nos presenta también la tensión entre creer y no creer: Tomás, que estuvo ausente en la visita del Señor, es invitado a creer por el testimonio de la comunidad que ha visto al Señor Resucitado. Sin embargo, él se resiste a creer si no puede ver. Jesús en su misericordia, se les aparece a todos nuevamente y se dirige a Tomás particularmente. Nos decía el papa Francisco: “Tomás quiere ver y tocar. Y el Señor no se escandaliza de su incredulidad, sino que va a su encuentro: «Trae aquí tu dedo y mira mis manos». No son palabras desafiantes, sino de misericordia. Jesús comprende la dificultad de Tomás, no lo trata con dureza y el apóstol se conmueve interiormente ante tanta bondad. Y es así que de incrédulo se vuelve creyente, y hace esta confesión de fe tan sencilla y hermosa: «¡Señor mío y Dios mío!». Es una linda invocación, que podemos hacer nuestra y repetirla durante el día, sobre todo cuando experimentamos dudas y oscuridad, como Tomás. Porque en Tomás -continúa Francisco- está la historia de todo creyente, de cada uno de nosotros. Hay momentos difíciles… en los que estamos en crisis y necesitamos tocar y ver. Pero, como Tomás, es precisamente en esos momentos cuando redescubrimos el corazón del Señor, su misericordia. Jesús, en estas situaciones, no viene hacia nosotros de modo triunfante y con pruebas abrumadoras, no hace milagros rimbombantes, sino que ofrece cálidos signos de misericordia. Nos consuela con el mismo estilo del Evangelio de hoy: ofreciéndonos sus llagas. No olvidemos esto, ante el pecado, el más escandaloso pecado nuestro o de los demás, está siempre la presencia del Señor que ofrece sus llagas”.
Queridos hermanos y hermanas, así Jesús se dirige a todos nosotros hoy animándonos a creer para ser felices. También a nosotros nos dice: “Felices, ¡Felices los que creen sin haber visto!”.
3. Hoy que conmemoramos el 6to aniversario de la beatificación de mons. Angelelli y sus compañeros mártires, recordamos de cuántas maneras nuestro querido obispo hizo realidad esta página del Evangelio de la misericordia en primer lugar en la búsqueda de fomentar en la Iglesia el espíritu de servicio y la corresponsabilidad de todos en su misión, en el espíritu del Concilio Vaticano II, y lo hizo en una época difícil con fuertes conflictos sociales. La prédica y propuesta pastoral de Mons. Angelelli estaban centradas en Jesucristo, quien nos ha revelado un camino concreto para una vida feliz, con fruto de dar lugar a su amor misericordioso.
Esa felicidad es querida para todos, creyentes y no creyentes. Por eso nuestro obispo fue un promotor del diálogo social, de incluir en el camino pastoral la consulta o el diálogo con quienes buscaban el bien común en la sociedad aún con motivaciones diferentes a la fe.
Su pastoral expresó la misericordia de Dios promoviendo la justicia social, animándonos a ser constructores de un mundo donde los pobres y marginados sean incluidos en la vida social y puedan gozar de lo necesario para vivir, también alentó su participación plena en la vida de las comunidades eclesiales. En este sentido promovió el trabajo cooperativo y los sindicatos para el reconocimiento del trabajo del obrero.
También, Mons. Angelelli alentó incansablemente a vivir la misericordia en el Año Santo que se vivió en 1975. Decía: “El gran objetivo de este año Santo señalado por el Santo Padre es la Reconciliación. Reconciliación con nuestro Padre Dios y Reconciliación con nuestros hermanos. Será un año de un gran examen de conciencia personal y de toda la comunidad diocesana. Lo deberemos hacer dejándonos urgir y cuestionar por el Evangelio y la irrenunciable exigencia de traducirlo en la vida diaria… Es un llamado para que cambiemos de vida. Es un llamado para que aprendamos que la reconciliación y la renovación de una comunidad y de un pueblo solamente se hace si ponemos firmemente las manos en el arado para quitar todo lo que impide una verdadera liberación cristiana… Este Año Santo deberá crear lazos de solidaridad entre las familias de los barrios y de los pueblos. Únanse y no vivan desunidos. Quiten los resentimientos del corazón porque les mata la creatividad y los hace egoístas”.
La beatificación de los mártires que hoy recordamos, fue para nuestro pueblo un motivo de alegría y también un reconocimiento a la generosa entrega de sus vidas. Hoy nos toca beber de esa fuente de vida y enseñanzas que nos han dejado.
Como aquel tiempo necesitó de los mártires, este que vivimos necesita de nuestra generosa entrega:
4. Finalmente quiero resaltar el elocuente mensaje de la vida del beato mártir Wenceslao Pedernera. Él trabajó incasablemente por un mundo más justo, en la formación de un matrimonio y una familia cristiana; en la responsabilidad en sus compromisos sociales y, de modo particular, buscando la justicia en emprendimientos productivos que valorizaran el trabajo realizado por los obreros. Al final de su vida, su búsqueda de justicia se transformó en un derrame generoso de misericordia con los que no lo comprendieron y lo mataron. “Perdonen, perdonen y no odien”, fue su mensaje final cargado de pura misericordia, misericordia que es expresión de esa fe que fue madurando durante su vida.
Que el testimonio de nuestros beatos Mártires Enrique, Carlos, Gabriel y Wenceslao nos ayuden a vivir con misericordia la misión que el Señor hoy nos encomienda y a ser fervientes misioneros, testigos de esa misericordia siendo especialmente cercanos y sensibles a quienes están más necesitados de ella. Así sea.
Mons. Dante Braida, obispo de La Rioja