Sábado 19 de abril de 2025

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Misa Crismal

Homilía de monseñor Luis Urbanc, obispo de Catamarca, durante la Misa Crismal (Catedral basílica y santuario de la Virgen del Valle, 15 de abril de 2025)

Queridos hermanos:

Nuevamente nos congrega el Misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, que contemplaremos a lo largo de esta Semana Santa, y que la hemos iniciado con la Peregrinación del Pueblo de Dios y la concluiremos con la Vigilia Pascual, celebrando el gozo de la salvación de la humanidad y la inserción de ésta en Dios.

No obstante, lo que nos congrega en esta celebración vespertina es la bendición de los Óleos con los que ungiremos, a lo largo del año, a los catecúmenos, a los recién bautizados y a los enfermos. Por eso, se reúne todo el santo Pueblo de Dios: laicos/as, consagrados/as y el presbiterio, presididos por el Obispo, para agradecer a Dios el don de la Fe, la Esperanza y la Caridad, recibidas en el Bautismo, con las que somos, en verdad, Peregrinos hacia la casa del Padre Celestial.

El marco celebratorio lo da el Jubileo Universal por el 2025 aniversario del nacimiento del Hijo de Dios en su condición humana, lo cual le da un particular realce a todo lo que hagamos hoy, en estos días y a lo largo de todo el año… A saber, la renovación de las promesas sacerdotales que harán los presbíteros con su obispo, agradeciendo el don que nos comparte el Señor Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, a algunos miembros del Santo Pueblo de Dios, para que sigamos siendo sembradores de Esperanza, fortaleza de los débiles, alegría para los tristes, abrazo paterno para los sufrientes, luz para los que deambulan en la oscuridad, certeza para los dubitativos, consuelo para los atribulados, alivio para los atormentados por su conciencia, liberación para los que luchan con el rencor, el odio y la reticencia para perdonar de corazón, sinodales para los que prefieren cortarse solos, inclusivos para quienes prefieren sólo a algunos o a los que les caen bien, cercanos a los que se encuentran distantes o marginados, fuertes, lúcidos y mansos con quienes han dejado de creer, misericordiosos con los pecadores, acogedores y bien dispuestos con los agresivos e intolerantes, pacíficos y pacificadores en situaciones de conflicto, amantes y defensores de la vida en cualquier circunstancia, tiernos y amables con los más pobres y necesitados, verdaderos padres y custodios de los niños, ancianos y enfermos, en fin, pastores con olor a oveja porque no se cansan de buscar a la perdida, sanar a la herida, integrar a la solitaria, alimentando siempre al rebaño con la Palabra de Dios, los Sacramentos, la instrucción doctrinal y la vida comunitaria, estando delante, en medio y detrás del Santo Pueblo de Dios como verdaderos y celosos guardianes de los redimidos por la preciosa Sangre que el Hijo de Dios ha vertido en su Gloriosa Pasión… Sí, mis queridos hermanos sacerdotes, nuestras manos, han sido ungidas para consolar, santificar, perdonar, consagrar, orientar, sanar, purificar, levantar, animar, socorrer, abrazar y bendecir.

Llevar la buena noticia a los pobres, curar los corazones desgarrados, etc., no son las tareas propias de una correcta gestión administrativa o de una organización meticulosa y eficaz, se trata de servicios más complejos, arduos, calificados y delicados, que suponen una disposición concreta del corazón, ya que ir al encuentro de los demás y compadecernos, conmovernos ante el hermano caído al borde del camino. Ojalá podamos decir con San Pablo me he hecho todo para todos para ganar siquiera a algunos para Cristo y lo hago no por obligación, sino como una necesidad: ¡Ay de mí si no anuncio a Cristo, si no anuncio su Evangelio! (cf. 1Cor 9,16)

Ustedes, queridos fieles, recen por nosotros, pobres y frágiles servidores del Señor y su amado Pueblo.

Por todo esto, queridos hermanos presbíteros, tengamos en cuenta que, para ser fieles al estilo de vida de Jesús, no se trata sólo de vivir el desprendimiento de los bienes materiales o del propio tiempo, sino, sobre todo, de entregar la propia vida. Éste debe ser el criterio, la clave determinante de nuestra existencia, de nuestras relaciones entre nosotros y con los demás.

Cada uno de nosotros, para parecernos más a Jesucristo, ha de ofrecer siempre una palabra profética, ya que nuestro compromiso comporta una entrega al servicio de Dios y de la gente. Nuestra Caridad Pastoral encuentra su alimento principal y su expresión en la Eucaristía. La celebración de la Eucaristía es el cimiento, la raíz, la cima de nuestra vida sacerdotal, el misterio que llena nuestra existencia porque nos configura con Cristo, hace que ofrezcamos nuestra vida y que, a la vez, se vaya transformando. En la Eucaristía recibimos la fuerza que nos lleva a anunciar el Evangelio sin desfallecer, a ser creativos y a donarnos a todos, especialmente en este Año Jubilar, al que más necesita de una palabra, de un gesto o de una acción que robustezca su Esperanza.

Por favor, hermanos sacerdotes, jamás perdamos de vista que Jesús llamó a los apóstoles en primer lugar, para que estén con él y segundo lugar, para enviarlos a predicar (cf. Mc 3,14). Lo primero es estar con Él y aprender de Él, pues el enviado es ‘testigo’ de una experiencia. Los apóstoles a su lado aprendieron, sobre todo, a orar, a cultivar una relación familiar con Dios Padre, a conocerlo, a amarlo. Los evangelios nos presentan habitualmente a Cristo en oración; toda su actividad cotidiana nacía de la oración hasta su agonía en la cruz. La oración animaba su vida, su misión, su ministerio y sus relaciones. Por eso, nuestro principal quehacer es cultivar una relación personal con Cristo a través de la oración. Somo sacerdotes las 24 horas del día y los 365 días del año: toda la vida y en la eternidad. Toda nuestra existencia es un don total a Dios y a los hermanos a ejemplo de Jesús, que donó su vida en la cruz para la salvación del mundo y que no ha venido a ser servido sino a servir y dar la vida en rescate de muchos.

Demos gracias a Dios por pertenecer a esta Iglesia Particular de Catamarca, bajo el cuidado maternal de la Virgen del Valle, la Pura y Limpia Concepción, y que nos ha elegido para servirla como pastores, ejerciendo el ministerio sacerdotal en nombre de Cristo Sacerdote.

Por eso, saludo, abrazo y agradezco a cado uno de ustedes, queridos sacerdotes, por su trabajo pastoral en este tiempo complejo, lleno de desafíos, pero apasionante y prometedor. Gracias. Gracias!!

Roguemos a la Madre de los sacerdotes que nos siga guiando en nuestro quehacer diario, sosteniendo en nuestras dificultades y animando en nuestra entrega paciente y esperanzada, a fin de que seamos, para todos, auténticos testigos de la Esperanza Cristiana.

Mons. Luis Urbanc, obispo de Catamarca