Queridos hermanos,
Esta Iglesia peregrina de Mendoza vuelve a encontrarse para celebrar la Santa Misa crismal, signo elocuente de la unidad de nuestra comunidad diocesana. Convocados por el Señor, queremos testimoniar públicamente nuestro gozo de ser pueblo de Dios, pueblo de ungidos como su Mesías; somos un pueblo de hombres y mujeres amados y salvados por la sangre de Cristo, llamados y enviados para anunciarlo.
La rica providencia de Dios nos concede sus dones como instrumentos del encuentro con Él. Cuatro elementos, el agua, el pan de trigo, el vino y el aceite de oliva, se ponen al servicio de la viva dinámica sacramental que nos habla de la obra de Dios entre nosotros. Ellos expresan una síntesis entre creación e historia porque son dones con los que Dios ha querido actuar con nosotros en el tiempo.
En el corazón de nuestra celebración de hoy, están los óleos santos. Bendecidos y consagrados por el Obispo, hacen presente el sacerdocio de Cristo, manifestado en la última Cena y en su Pasión, aceptada interiormente en la oración de Getsemaní. Desde allí ascenderá al Padre para vivir junto a Él y acompañarnos para siempre. Los óleos que hoy bendecimos y consagramos testimonian esa doble dimensión de lo vivido por Cristo en el Huerto de los Olivos. Ellos nos acompañan durante toda la vida, desde la iniciación cristiana hasta el tiempo del encuentro definitivo con el Señor.
Este pueblo de ungidos y servidores quiere responder al llamado de anunciar al Señor en el aquí y ahora de Mendoza. En la reciente Jornada Juntos caminamos, del pasado 22 de marzo, tres palabras resumieron la reflexión y los consensos de los grupos: Misión, formación y espiritualidad.
1. La Iglesia existe para evangelizar. El Señor la quiere presente entre los pueblos para hacerlos participar de la Buena Noticia del Reino de Dios. Cristo la ha enviado como signo elocuente de su Pascua, y con Él en el corazón, cada bautizado está llamado a ser testigo del amor grande de Dios por los hombres.
Esta Iglesia, presente a lo largo y a lo ancho de la geografía arquidiocesana, quiere llegar a todos. Una Iglesia auténticamente misionera interpela la generosidad de sus miembros para alentar su corresponsabilidad. Nadie debería dejar de preguntarse por la propia respuesta al envío evangelizador de Cristo. De ello nos hablan las ricas experiencias misioneras del Año jubilar, las distintas formas de misión de jóvenes, adultos y familias, en espacios públicos, en el mundo del arte, del dolor y de la reclusión.
“(…) El concepto de lugar (…) en nuestra época evoca la pertenencia a una red de relaciones y a una cultura cuyas raíces territoriales son más dinámicas y flexibles que nunca (…) Las grandes ciudades son a menudo aglomeraciones humanas sin historia ni identidad en las que las personas viven como islas (…) La Iglesia está llamada a vivir en estos contextos, reconstruyendo la vida comunitaria, dando rostro a realidades anónimas y tejiendo relaciones fraternas. Para ello, además de aprovechar al máximo las estructuras todavía adecuadas, se requiere una creatividad misionera que explore nuevas formas de pastoral e identifique caminos concretos de atención (...) las realidades rurales, algunas de las cuales son verdaderas periferias existenciales, no deben descuidarse y requieren una atención pastoral específica, al igual que los lugares de marginación y exclusión.” (Sínodo de la Sinodalidad, Documento Final, n. 111)
En una comprensión misionera de la Iglesia, no puede faltar la reflexión sobre los migrantes y las comunidades originarias. La acogida de estos hermanos alienta el diálogo intercultural y la solidaridad concreta, enriqueciendo la vida de la Iglesia, y haciendo a nuestras comunidades, más sabias y respetuosas de las diferencias.
En perspectiva misionera, la Iglesia debe estar atenta a la cultura digital, que tiene tanta incidencia en nuestra vida cotidiana, en las relaciones interpersonales y la misma vida de fe. Resulta imprescindible fortalecer nuestra presencia misionera en el mundo digital, para anunciar a Jesucristo, para animar el diálogo y la pertenencia eclesiales, así como la superación de las hostilidades y desmesuras que muchas veces, cultivan en las redes el algoritmo del odio y la bronca, con intencionalidad política o de consumo o contra la misma comunión eclesial.
2. La formación como capítulo de nuestro camino pastoral diocesano nos lleva a recordar aquella feliz expresión de Aparecida sobre los discípulos misioneros.
“Todos los bautizados necesitan esta formación en el testimonio, la misión, la santidad y el servicio, que hace hincapié en la corresponsabilidad y adopta formas particulares para quienes ocupan puestos de responsabilidad o están al servicio del discernimiento eclesial.” (Sínodo de la Sinodalidad, Doc. Final, n. 80)
En el camino de la formación cristiana, tenemos que insistir en la importancia de la iniciación cristiana, “itinerario a través del cual el Señor, por el ministerio de la Iglesia y el don del Espíritu, nos introduce en la fe pascual y en la comunión trinitaria y eclesial” (Sínodo de la Sinodalidad, Documento final, n. 24). En ese sentido, la renovación de los planes de formación en la Catequesis, nos llenan de esperanza y a la vez son un momento en el camino de la reflexión permanente de la Iglesia que escucha al Señor y discierne los signos de los tiempos.
En la asunción de un proyecto de vida creyente y servidor, no podemos dejar de prestar atención a la animación del discernimiento vocacional, entendido como un paso significativo y clave dentro de la propia formación.
La extensión capilar de la formación de catequistas, de ministros, de animadores bíblicos nos pide una revisión permanente de su relación con parroquias y comunidades para poner al servicio de éstas, talleres y encuentros para interactuar con ellas y despertar nuevas vocaciones al discipulado misionero.
Por la iniciativa de párrocos y con la ayuda de las instituciones diocesanas, no debe faltar una formación para la animación de la caridad al servicio de las Cáritas parroquiales, decanales y diocesana, así como de otros voluntariados, principalmente en aquellos campos donde se enfrenta la exclusión y la vulnerabilidad. Nuestras pastorales de trinchera necesitan formar de modo permanente a sus servidores, así como alimentarse con la llegada de nuevos miembros fruto de la animación de la caridad en parroquias y comunidades.
3. Una espiritualidad eclesial es necesariamente una espiritualidad sinodal.
“La sinodalidad es ante todo una disposición espiritual que impregna la vida cotidiana de los bautizados y todos los aspectos de la misión de la Iglesia. Una espiritualidad sinodal brota de la acción del Espíritu Santo y requiere escucha de la Palabra de Dios, contemplación, silencio y conversión del corazón (…) Nadie puede recorrer solo un camino de auténtica espiritualidad. Necesitamos acompañamiento y apoyo, incluida la formación y la dirección espiritual, como individuos y como comunidad.” (Sínodo de la Sinodalidad, Documento Final, 43)
Reconocernos compañeros de camino, bajo la luz del Espíritu Santo, nos hace humildes caminantes bajo el impulso de nuestro Dios que quiere nuestra plenitud personal y comunitaria. Por eso, quiero invitar al Secretariado de Espiritualidad a multiplicar los frutos de sus actividades, poniéndose a disposición de parroquias y comunidades que organizan sus retiros como herramienta de fortalecimiento discipular de sus agentes de pastoral. He podido comprobar qué importantes son estos retiros en las parroquias que los celebran con tanto entusiasmo para favorecer una participación consciente y responsable de los bautizados.
“Estamos llamados no sólo a traducir los frutos de la experiencia espiritual personal en procesos comunitarios, sino más profundamente a experimentar cómo la práctica del mandamiento nuevo del amor mutuo es el lugar y la forma de un auténtico encuentro con Dios. En este sentido, la perspectiva sinodal, a la vez que se inspira en el rico patrimonio espiritual de la Tradición, contribuye a renovar sus formas: una oración abierta a la participación, un discernimiento vivido juntos, una energía misionera que nace del compartir y se irradia como servicio.” (Sínodo de la Sinodalidad, Documento final, n. 44)
Queridos hermanos sacerdotes y diáconos,
En esta Misa Crismal, deseo saludarlos especialmente. Reconozco en cada uno de Uds., sus rostros de pastores y servidores que se entregan generosa y cotidianamente al servicio del Pueblo de Dios.
Al renovar nuestras promesas sacerdotales y diaconales, lo hacemos sabiendo que no caminamos solos. Nos une la misma unción, la misma misión, el mismo amor por la Iglesia que el Señor ha sembrado en nuestros corazones. En tiempos de cansancio, desafíos y búsquedas, con esta Eucaristía volvemos al Huerto de los Olivos, donde Jesús nos confirmó su amor y se entregó por nosotros en obediencia al Padre. Lo hacemos para renovar nuestra propia donación y hacernos fuertes en ése, su amor valiente y fiel que nos trajo hasta aquí.
Gracias por su servicio, por su cercanía con la gente, por sus gestos sencillos de acompañamiento, de consuelo y de esperanza. El Señor los bendiga abundantemente, los fortalezca en la fe, y los renueve interiormente para seguir siendo pastores y servidores según su corazón.
Queridos hermanos todos,
En estos días de tanta intensidad espiritual, caminemos con Cristo, como peregrinos de esperanza hacia la Pascua para dar testimonio fecundo del amor grande del Señor derramado para todos.
+ Padre Obispo Marcelo Daniel Colombo