Viernes 21 de febrero de 2025

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Recomenzar... ¡la esperanza vence al miedo!

Mensaje de los obispos de la Comisión Episcopal de Educación con motivo del comienzo del ciclo lectivo 2025

Nuestra tarea, es decir, nuestra propia misión de educadores, nos impulsa a retomar recomenzando. Y no se puede recomenzar sin esperanza. Así, la esperanza infunde pasión por lo nuevo, nos moviliza a la acción.

Pero, ¿hacia dónde? Sin horizonte de sentido es imposible que nuestros proyectos educativos puedan movilizar fuerzas de cambio, de novedad, de solidaridad.

Nos recuerda el papa Francisco, “"Mirar el futuro con esperanza también equivale a tener una visión de la vida llena de entusiasmo para compartir con los demás. Sin embargo, debemos constatar con tristeza que en muchas situaciones falta esta perspectiva. La primera consecuencia de ello es la pérdida del deseo de transmitir la vid”.[1]

Transmitir pacientemente la vida es parte de ese confiar y creer que sostiene nuestro ser educadores. ¿Qué vida queremos cuidar, qué sentido vital queremos transmitir? ¿Cómo se manifiesta en nosotros ese amor por la vida de manera que nos permita recomenzar este nuevo período escolar?

"Pero todos, en realidad, necesitamos recuperar la alegría de vivir, porque el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26), no puede conformarse con sobrevivir o subsistir mediocremente, amoldándose al momento presente y dejándose satisfacer solamente por realidades materiales. Eso nos encierra en el individualismo y corroe la esperanza, generando una tristeza que se anida en el corazón, volviéndonos desagradables e intolerantes”.[2]

El principal enemigo de la esperanza es el miedo con su consecuente carga de pérdida de sentido. Un miedo que en el mundo de hoy lo encontramos difundido y disperso en diversas formas: incertidumbre, repliegue y ensimismamiento, pérdida de la confianza, etc. Hemos aprendido a lo largo de nuestra historia personal, social, eclesial que ningún ideal plural, ninguna comunidad se construye desde el miedo.

Nuestras comunidades educativas han crecido desde el impulso de esa esperanza evangélica que ha puesto su confianza en el Otro. En esa apertura trascendente también han reconocido que la confianza en los demás es intrínseca a su existencia, esta sencilla fórmula “confiar en” abre puertas donde pareciera que no las hay.

“Quien tiene esperanza, está en camino hacia el otro. Cuando uno tiene esperanza, confía en algo que lo trasciende. En eso la esperanza se parece a la fe. Con la expresión “pensando en nosotros, he puesto mis esperanzas en ti”, Gabriel Marcel resalta esa dimensión de la esperanza en la que el yo se trasciende en un nosotros”.[3]

De aquí se abre la convicción pedagógica que apuesta por una educación personalizada, basada en la confianza, construida en el diálogo, madurada en la búsqueda de una sana interdependencia. ¿Qué comunidad educativa ha crecido salvándose sola, ensimismada y aislada de la realidad?

“La esperanza, en este sentido profundo y estricto, no tiene la medida de nuestra alegría por la buena marcha de las cosas, ni la de nuestras ganas de invertir en empresas prometedoras de éxito inmediato, sino más bien la medida de nuestra capacidad de esforzarnos por algo simplemente porque es bueno, y no porque su éxito esté garantizado [...] No es el convencimiento de que algo saldrá bien sino de que algo tiene sentido al margen de cómo salga luego”.[4]

Volvemos así al inicio... anhelamos que nuestra tarea tenga sentido, que apostar siempre por la educación tenga sentido. Que permanezca en nosotros la convicción y el impulso que nos da la esperanza, que no es pensamiento positivo ni optimismo ingenuo. Podemos pensar positivamente y ser optimistas con la eficiencia de los resultados, pero sabemos que hay una dimensión de la vida que se escapa de sus márgenes. La esperanza solo es posible cuando se aceptan nuestras fragilidades. Inherente a ella es la zozobra, la inquietud, aún el desánimo. La negatividad propia de las circunstancias de la vida vivifica y alienta la esperanza.

Somos conscientes de que en la tarea cotidiana nos encontramos con heridas, conflictos, incomprensiones, que el presente no se muestra siempre claro, seguro, amigable. Nuestros contextos también muchas veces nos son adversos: la desigualdad de oportunidades, la precariedad de muchas estructuras escolares, la falta de reconocimiento social de nuestro trabajo, pueden, no sin poca razón, tentarnos a bajar los brazos.

Ante esto no queremos dejar de atrevernos a soñar, a levantarnos de las parálisis. Apostamos por la esperanza que no deja a nadie sin futuro, que busca y encuentra caminos creativamente, que sigue creyendo en que una comunidad, un nosotros sigue siendo posible.

Nos animan las palabras del Papa Francisco: “Sí, necesitamos que sobreabunde la esperanza” (cf. Rm 15,13) para testimoniar de manera creíble y atrayente la fe y el amor que llevamos en el corazón; para que la fe sea gozosa y la caridad entusiasta; para que cada uno sea capaz de dar aunque sea una sonrisa, un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un servicio gratuito, sabiendo que, en el Espíritu de Jesús, esto puede convertirse en una semilla fecunda de esperanza para quien lo recibe”.[5]

Cuenten con nuestra oración y cercanía. Les deseamos un bendecido inicio en este nuevo ciclo escolar 2025.

Los Obispos de la Comisión de Educación
2025 Año Jubilar de la Esperanza


Notas:
[1]Francisco, Spes non confundit, n. 9.
[2] Ibíd.
[3] Byung-Chul Han, El espíritu de la esperanza, Barcelona, Herder, 2024, 71.
[4] Václav Havel, ex presidente de la República Checa, citado en: Byung-Chul Han, El espíritu de la Esperanza, Madrid, Herder, 2024, 42.
[5]Francisco, Spes non confudit, n. 18.