Miércoles 12 de febrero de 2025

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Nuestra Señora de Lourdes

Homilía de monseñor Martín Fassi, obispo de San Martín, en la fiesta diocesana de Nuestra Señora de Lourdes (11 de febrero de 2025)

Mt. 11,25-30

Se está cumpliendo aquí y ahora de alguna manera lo que escuchamos en la lectura de los Hechos de los apóstoles. María esta reunida con los discípulos de Jesús y reza con ellos. Ella está en medio de ellos y los sostiene en la esperanza. Todos aguardan que se cumpla la promesa que el Resucitado les había asegurado, la venida del Espíritu. Sostenidos también nosotros por esta esperanza acudimos a su invitación de rezar juntos para sostenernos los unos a los otros. Gracias Madre por recibirnos siempre con los brazos abiertos y tus manos orantes en esta tu casa que es casa de todos. Especialmente casa de aquellos que vienen cansados y agobiados a buscar apoyo y salud en sus dolores y enfermedades.

El evangelio que acabamos de escuchar comienza con una alabanza. "Te alabo Padre por haber revelado estas cosas a los pequeños". Con "estas cosas" se refiere a la Buena Noticia que Jesús anuncia: Dios es Padre, no a la manera de un padre patriarcal a la que estaba acostumbrados en la época, un Dios lejano y temido ante quien hay que cumplir, no un padre dios al que hay que rendir culto para conseguir lo que queremos. Jesús nos presenta un padre misericordioso y cercano, compasivo, que se detiene ante cada necesidad personal. Que no confunde proyectos con personas, enseñándonos así que los proyectos y modelos de organización, sea organización social, política o religiosa siempre tienen que poner a la persona en el centro y a que toda organización este al servicio de la persona. Jesús nos revela un Dios que tiene corazón. Que cuida de cada uno, empezando por los más pequeños, es decir por los que más necesitan de atención, justamente porque al ser pequeños no se los suele ver y porque no pueden valerse por sí mismos o arreglárselas solos.

La pastoral de los pequeños. La pastoral de Dios. Esto los pequeños lo saben y por eso llenan los santuarios porque se sienten en su propia casa. Aquí nos sentimos escuchados y acogidos por la Madre. Que la pastoral en este nuestro santuario y en la Iglesia sea siempre como la pastoral de Dios. Así se nos anunció y ocurrió con Bernardita en Lourdes, Juan Diego en Guadalupe, el Negro Manuel en Lujan, los pastorcitos en Fátima. Todo comenzó por la revelación a los pequeños para que pudiéramos ver cómo es la pastoral de Dios, el corazón de Dios.

Esto para nosotros es un llamado a la conversión. Para los hijos de Dios, toda organización tiene este modelo: poner a las personas en el centro, empezando por los pequeños, escuchándolos de verdad, dejándonos conmover por sus circunstancias, trastocando nuestras prioridades e intereses, postergándolas o reorganizándolas para ponerlas al servicio de esta verdad. Así, en este sentido, los pobres nos organizan.

En este sentido debemos organizar nuestra ciudad. Ciudades compasivas que se organizan desde la solidaridad, si se piensan desde la inclusión sin sacrificar a los que ya están sacrificados. Si nuestra sociedad se organiza para que responda a modelos o planes preconcebidos desde determinadas ideologías pensadas sin escuchar, sin corazón, la gente se enferma. Ciudades donde todos tengan lugar, por más diversos que sean. Donde la dignidad personal esté siempre delante y recién después venga el juicio crítico, moral, religioso, político. Una sociedad que excluye o descarta, es una sociedad que se enferma. Hoy duele y preocupa que naturalicemos lenguajes agresivos que van creando y afianzando una cultura no fraterna, de violencia y separación: nosotros y ellos. Para que eso no nos ocurra también es importante que podamos crear una cultura apegada a la ley, que es apegarse al respeto por el otro y por los otros, sin aprovecharse de la ley aquellos que tiene en sus manos administrar la ley. Como decía el cardenal Bergoglio una vez en un encuentro de sacerdotes: "pecadores, sí; corruptos, no". La corrupción y el mirar para otro lado nos ha llevado, en parte, a tomar las decisiones que hemos tomado como pueblo. Nuestro presente siempre es fruto de nuestro pasado.

Los pequeños y los pobres también organizan nuestra pastoral, si los ponemos en el centro. Papa Francisco nos está constantemente invitando a construir una iglesia misericordiosa, sinodal y misionera. Una comunidad eclesial que evangeliza desde la compasión. Los sacerdotes somos los últimos responsables de nuestras comunidades, no los primeros ni los únicos. Nuestra tarea de vivir la sinodalidad, en la hora actual, pretende hacernos más cercanos y fieles al evangelio. Organizar nuestras comunidades, donde se viva la corresponsabilidad de bautizados, escuchándonos los unos a los otros de corazón, para juntos escuchar al Espíritu que nos indica el camino por donde debemos ir. Comunidades que disciernen desde la Palabra de Dios y asume cada uno y cada una su propia responsabilidad y su propio lugar según su carisma y su don. Para eso cada uno de nosotros necesitamos rever, desde la pastoral de Dios, nuestras motivaciones. Si los sacerdotes y laicos en la iglesia no nos confrontamos diariamente en la Palabra gustada y sentida en un silencio prolongado, para luego discernirla en comunidad, fácilmente dejemos de poner a cada persona en el centro y ese lugar será ocupado por intereses y miradas parciales. Perderemos así sentido de pertenencia a los otros, perderemos capacidad de dialogo y nos quedaremos solo con nuestros propios planes y miradas, convencidos que son mejores o que así están suficientemente bien. Perdemos pasión. Sin compasión, perdemos pasión. Pasión por el anuncio, por convertirnos, salir, abrir, avanzar, comunicar. Sin oración perdemos el rumbo. Los pequeños, rezan y confían.

Esta misa quiere ser un signo de comenzar juntos el año pastoral. Invito a todas las comunidades de la diócesis a vivir este año una peregrinación de esperanza, ser profetas de la esperanza para este mundo desorientado.

Ser profetas de esperanza y organizar la esperanza. Comunidades de esperanza. ¿Y de qué manera? No como aquellos que dan esperanza alentando a encontrarnos con la luz que nos espera al final de un túnel oscuro, como si el presente fuese solo oscuro. Ser profetas de esperanza significa anunciar que la luz no esta al final del túnel sino más bien dentro del túnel, aquí y ahora. No es oscuro el túnel, solo que nosotros tenemos los ojos cerrados, enfermos o distraídos. Organizar la esperanza es dejarse sanar los ojos para que luego con una mirada nueva nos descubramos los unos a los otros como hijas e hijos de Dios muy amados y mostremos eso a los demás. ¡Miren como nos ama Dios!, dice la Palabra. Ese grito comienza desde los pequeños. La Virgen es uno de ellos: "Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador porque miró la pequeñez de su servidora", ¡miren lo que Dios ha hecho en mí! Eso alienta, eso da esperanza. "Vengan a mí los cansados y agobiados y yo los aliviare" Tomemos esta palabra del Señor como inspiradoras de nuestra pastoral. Que todo lo que amamos de nuestra diócesis y lo que nos duele de ella podamos vivirlo como ocasión para la esperanza y la transformación. Porque donde hay un gesto de amor reconocido, surge la esperanza y con ella vuelve la alegría.

Para terminar, los invito a poner la mirada sobre otra pequeña y gran mujer. Hoy es el 1er. aniversario de la canonización de Mama Antula. Ella peregrinó a pie desde Santiago del Estero a Buenos Aires, organizó la esperanza desde las periferias, transformado la sociedad de su tiempo al influir en las mentes y corazones de muchos que fueron protagonistas de la Constitución Nacional. Nos hará bien no olvidarnos de su andar y tomarla como modelo inspirador.

A nuestra querida Madre de Lourdes y a San José les confiamos este año pastoral y les encomendamos a los enfermos y a todos los cansados y agobiados y pidiéndoles que seamos nosotros mismos motivo de esperanza para ellos.

Mons. Martín Fassi, obispo de San Martín