Lunes 6 de enero de 2025

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Apertura del Año Santo 2025

Homilía de monseñor Jorge Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo en la apertura del Año Santo 2025 (29 de diciebre de 2024)

“Iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua”
(Lc 2, 41)

El Evangelio nos presenta a la Sagrada Familia en esta dimensión de participación de las expresiones de la fe de su Pueblo. Peregrinan cada año junto a familiares y vecinos en una caravana que los une a todos (Lc 2, 44) No iban por su cuenta.

Estamos hoy iniciando el Jubileo que nos invita a ser “Peregrinos de la Esperanza”, a ponernos también en marcha. Somos convocados a acoger el llamado a la Conversión y la Fiesta, de modo personal y comunitario, simultáneamente.

El Año Santo es ocasión a renovarnos confiados en la misericordia de Dios que siempre (siempre) nos perdona y acoge en su casa. Las parábolas de la Misericordia en el capítulo 15 del Evangelio de San Lucas nos muestran al Pastor que busca hasta encontrar y al Padre que espera hasta que regrese el hijo. En ninguna de las parábolas hay plazos o límites en el perdón y cargar en los hombros. En ambas también se destaca el aspecto comunitario y familiar: devolver al redil y hacer entrar en la casa para la fiesta.

 Estamos todos en la misma barca, y con nosotros está Jesús (Mc 4, 35-41) Este es otro signo de la Iglesia que navega en este mundo muchas veces convulsionado y desafiante. Digamos con fe, “con nosotros está Jesús”

Nadie se salva solo. “Nuestras existencias están en profunda comunión entre sí, entrelazadas unas con otras a través de múltiples interacciones. Nadie vive solo. Ninguno peca solo. Nadie se salva solo. (…) Nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza para los otros; sólo así es realmente esperanza también para mí” (Benedicto XVI, Spe Salvi 48)

La esperanza, como la fe, es un don personal y comunitario a la vez. Al renovar el Credo decimos “Esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia”. Podemos afirmar también “Esta es nuestra esperanza, es la esperanza de la Iglesia”

Como expresamos en el lema que nos viene acompañando desde hace unos años, “somos un pueblo que camina, anuncia y sirve”. El Año Santo lo viviremos en el contexto de nuestro Tercer Sínodo en San Juan conscientes de que “este sínodo es la obra de todos” (Siervo de Dios Monseñor José Américo Orzali).

Peregrinamos en la comunión de los Santos con quienes ya murieron. Con los que la Iglesia ha declarado Santos para interceder por nosotros y servirnos de modelo de vida evangélica; y con quienes sin llegar aún a la plenitud en Cristo nos sentimos unidos en la fe y el cariño. Con ellos también compartimos la gracia de las indulgencias. Nuestra oración por los difuntos es expresión de la certeza de la comunión y la convicción de que seguimos caminando juntos. Con ellos podemos compartir los tesoros de gracia de la Misericordia de Dios.

La gracia de la indulgencia es un don de la Misericordia de Dios; no es un premio que se gana o se merece por el esfuerzo propio. La indulgencia es un don que se acoge, es un don previo a mi virtud.

En el Año Santo estamos llamados a dar testimonio con humildad de ser hijos del Padre Misericordioso, y reproducir sus gestos de ternura y compasión con sus hijos más pequeños, con los pobres y los que sufren. Por eso hemos establecido que además de los Templos designados, se pueda acoger el don de la Indulgencia peregrinando al encuentro de Cristo en los que Él quiso quedarse (Mt 25) Nos alentaba nuestro Siervo de Dios “Haz el bien, siempre el bien, el mayor bien posible a tu prójimo… ¡Todo por la gloria de Dios!” (Siervo de Dios Monseñor José Américo Orzali).

La vida cristiana es peregrinación hacia la plenitud, la “vida en abundancia” (Jn 10, 10). Muchas hermanas y hermanos están caminando hoy en medio de un purgatorio e infierno. La vida rota por la exclusión, las adicciones, las diversas formas horrendas de opresión y muerte. A ellos hagamos llegar el consuelo y gestos que alienten la esperanza.

Nos dice Francisco que “No es casual que la peregrinación exprese un elemento fundamental de todo acontecimiento jubilar. Ponerse en camino es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida. La peregrinación a pie favorece mucho el redescubrimiento del valor del silencio, del esfuerzo, de lo esencial. También el año próximo los peregrinos de esperanza recorrerán caminos antiguos y modernos para vivir intensamente la experiencia jubilar”. (Bula n 5)

Peregrinar es salir de la casa, desinstalarse. Dejar la comodidad de quien encontró en el equilibrio de la mediocridad una vida sin que le salpiquen los cuestionamientos cotidianos.

Seamos “Peregrinos de esperanza”, en la certeza que no seremos defraudados.

+ P Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo