Queridos hermanos:
Estamos participando de la ordenación diaconal de Ramiro. Nos unimos en la alegría a su familia, a la parroquia y a la diócesis que celebra este acontecimiento.
Esta comunidad tendrá dos diáconos pero con dos vocaciones diferentes: Marcelo, diácono permanente casado y Ramiro, diácono en tránsito hacia el sacerdocio.
El diaconado es un ministerio cuya centralidad es el servicio, por eso Ramiro se enfrenta al desafío de ir configurándose paulatinamente a “Cristo Siervo”.
El servicio del altar -bendecir, proclamar el Evangelio, predicar, celebrar los bautismos y matrimonios- es una manera de ejercerlo pero no es la única y, me atrevo a decirlo, tampoco la más importante. El servicio al pueblo de Dios, en especial a los más pobres, ha de ser tu objetivo central y, en tu caso particular, también la transmisión de la Palabra de Dios a través de la enseñanza desde el carisma que el Señor te regaló.
Celebramos este acontecimiento en la Solemnidad de Todos los Santos, fiesta litúrgica en la que recordamos a todos aquellos que se encuentran en la Jerusalén celestial gozando de la Visión beatífica, ya sea los que han sido canonizados como también tantos santos desconocidos.
Aquellos que han sido reconocidos por la Iglesia y están en los altares tienen la misión de ser nuestros modelos, guía e intercesores en la vida dado que todos, en razón de nuestro bautismo, tenemos una vocación a la santidad.
Ahora bien, ¿quiénes son los santos?
Los santos son los que han tomado en serio y hecho carne en su vida las bienaventuranzas, que es la nueva ley del Reino que nos trajo el Señor.
En este texto de San Mateo leemos que Jesús, como nuevo Moisés, sube a la montaña, se sienta y, desde esa Cátedra, comienza a pronunciar a sus discípulos las Bienaventuranzas, comenzando cada una de ellas diciendo ¡Felices”!
El Señor propone a los que lo seguían un camino de felicidad que en principio desconcierta, y que por tanto tenemos que aprender a descubrir.
Las bienaventuranzas se fundan en la Gracia divina y señalan el modo de ser de los auténticos discípulos de Cristo, que buscan auténticamente ser felices. Para ello debemos adentrarnos en el misterio que el Señor nos propone.
No me puedo detener en todas y por ello me detengo en la primera que, a mi modo de ver, precede y funda a las demás: “Felices los pobres de espíritu porque a ellos les pertenece el Reino de los cielos”.
“Pobres”, indica a aquellos que no cuentan con sus propias fuerzas porque tienen muy pocas cosas en las que poder gloriarse y apoyarse, pero están seguros del Señor, de su bondad, de su potencia y de su misericordia. Indica que han puesto en Dios toda su esperanza.
En el lenguaje del Reino, “pobres”, “hacerse como niños” y “pequeños” son equivalentes; solamente cuando el corazón es humilde, cuando es consciente de que tiene que esperarlo todo de Dios, el Dios de la Misericordia viene a su encuentro.
Las bienaventuranzas son, por tanto, el “programa de vida” de los que queremos seguir a Jesús. Un modo de ser feliz a contrapelo de la propuesta -fuertemente tentadora y condicionante- de este mundo; por tanto un desafío que nos impulsa a ir sin miedo contra la corriente.
Ramiro, en la medida en que te dispongas a vivirlas y, confiado en la Gracia de Dios pongas todo tu esfuerzo en hacerlo, podrás ser luz para los que te rodean.
Qué el ejemplo de los santos sea para vos una fuerza motivadora para vivir tu condición de “servidor” y qué María de Luján ampare y acompañe siempre tu ministerio.
Mons. Adolfo Armando Uriona DFP, obispo de Villa de la Concepción del Río Cuarto