Jueves 21 de noviembre de 2024

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Solemnidad de María Inmaculada de la Concordia

Homilía de monseñor Gustavo G. Zurbriggen, obispo de Concordia, en la solemnidad de María Inmaculada de la Concordia (Federación, 8 de septiembre de 2024)

Queridos hermanos: hoy estamos felices porque nos encontramos en Federación para celebrar a nuestra Madre, María Inmaculada de la Concordia, patrona de la diócesis.

Nos hace bien, nos llena de entusiasmo venir a su casa para estar con ella, para agradecerle, pedirle, sentir su cariño maternal. Venimos también a pedirle que nos hable de Jesús. Siempre tenemos que pedirle que nos hable de Jesús, que nos cuente sus misterios, nos comparta los acontecimientos de su vida que Ella conoce muy bien porque “conservaba todo y lo meditaba en su corazón” (cfr. Lc. 2,19). Tenemos que suplicarle que nos cuente la verdad de Jesús y nos haga experimentar el amor inmenso y misericordioso de su hijo, el que es “Dios con nosotros”.

Es muy importante experimentar el amor tierno y misericordioso de Jesús. Porque en Jesús se manifestó la bondad de Dios, que nos salvó por su gran misericordia (cfr. Tit 3,4-5). Que, en esta fiesta, María nos bendiga haciéndonos conocer algo del amor salvador del Corazón de Cristo.

El lema de esta fiesta es “María Inmaculada de la Concordia acompaña a tu pueblo con la oración y la misión Y es verdad que tenemos que pedir que nos acompañe con la oración y nos enseñe a orar. El libro de los Hechos de los apóstoles (cfr. 1,14) nos cuenta que María, la Madre de Jesús acompañaba a los apóstoles en la oración, en el comienzo de la Iglesia, mientras esperaban el don del Espíritu Santo. Seguramente los invitaba a orar, les compartía lo que había guardado en su corazón acerca del misterio de amor, que es la vida de su hijo, y los animaba, porque María es la mujer de la esperanza, la mujer que sabe que nada es imposible para Dios.

También nosotros tenemos que pedirle que nos acompañe en la oración, nos enseñe a orar y nos ayude a descubrir la importancia de la oración personal, familiar y comunitaria. “La oración es un diálogo de amistad con quien sabemos que nos ama ”, enseñaba Santa Teresa de Jesús. La oración brota siempre de la fe y del amor. Ora el que cree y el que ama al Señor. El Papa nos enseña que “quien reza es como el enamorado, que lleva siempre en el corazón a la persona amada, donde sea que esté”. Por eso podemos rezar siempre y en todas partes, porque oramos cuando agradecemos, cuando suplicamos, cuando reflexionamos la Palabra para ponerla en práctica en lo cotidiano. La Virgen nos invita a la oración. Hay que orar en familia. Cuando no se ora se adormece la fe y el amor. Cuando dejamos la oración se enfría el alma, se nos enfría la esperanza y la alegría. Entonces, que María nos acompañe en la oración.

También decíamos en el lema que María Inmaculada nos acompañe en la misión. Y hoy se lo pedimos con insistencia. Porque la misión es anunciar a Jesús. La misión es compartir el Evangelio con los hermanos; es compartir nuestra fe y la experiencia del amor de Dios en nuestra vida. Y la Virgen fue la primera en salir a misionar. Ni bien aceptó ser la madre del Salvador, María se puso en camino, sin demora, para visitar a su prima Isabel (cfr. Lc 1, 39-45). Fue la primera que llevó a Jesús a una familia, por eso es la primera misionera. Estuvo un tiempo en la casa de Isabel, fue a servir, fue a llevar a Jesús, se los dio a conocer. Porque “conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona...” (cfr. Ap. 29). María lo hizo y lo hace: siempre nos habla de Jesús y nos lleva a Él.

María con su ejemplo nos enseña que cada comunidad debe anunciar a Jesucristo. Imitándola, tenemos que ir a todos, sin excluir a nadie, ir a las familias, como lo hizo la Virgen: para orar, servir y anunciar a Jesús. Tenemos que ir a los lugares donde hay hermanos que sufren. Ir a los enfermos, a los que están tristes y solos, a los que perdieron la esperanza y el sentido de la vida, a los que sufren necesidades materiales, a los que sienten que no son dignos del amor de Dios. Con María, escuchando y obedeciendo la Palabra de Dios a la que tenemos que guardar en el corazón y practicarla, podremos ser una Iglesia diocesana que anuncia al Salvador y que comparte la alegría que brota de la fe, que serena el corazón y nos hace testigos del amor de Dios.

Que María Inmaculada de la Concordia nos convoque a la oración y nos acompañe en la misión. Amén

Mons. Gustavo G. Zurbriggen, obispo de Concordia