Miércoles 18 de septiembre de 2024

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San Cayetano

Homilía de monseñor obispo de Villa de la Concepción del Río Cuarto, en la fiesta de San Cayetano (7 de agosto de 2024)

Queridos hermanos:

Como todos los años nos encontramos de nuevo en este lugar para celebrar la fiesta de San Cayetano, acercándonos al Santo amigo de Jesús y de su pueblo.

Este año lo hacemos en un contexto muy particular: el año Jubilar diocesano y el nombramiento de esta parroquia como Santuario diocesano.

Los obispos reunidos en Aparecida señalaban que en todo Santuario “el peregrino vive la experiencia de un misterio que lo supera, no sólo de la trascendencia de Dios, sino también de la Iglesia, que trasciende su familia y su barrio. En los santuarios, muchos peregrinos toman decisiones que marcan sus vidas. Esas paredes contienen muchas historias de conversión, de perdón y de dones recibidos, que millones podrían contar… porque la piedad popular penetra delicadamente la existencia personal de cada fiel y, aunque también se vive en una multitud, no es una “espiritualidad de masas”...

Aquí nos encontramos trayendo en el corazón tantas cosas para ofrecérselas a San Cayetano para que las presente a Jesús.

Estamos transitando un particular momento social donde se experimenta la pobreza, la falta de trabajo y una economía que, si bien muestra signos de recuperación, aún le falta mucho para alcanzar un nivel de vida digno para todos los argentinos…

No queremos dejarnos invadir por la inquietud y la angustia que provocan estas graves dificultades sino que buscamos acercarnos nuevamente con espíritu de humildad y confianza al Señor de la misericordia sabiendo que no seremos confundidos y que nuestra oración siempre es tenida en cuenta. Por intercesión del santo, le pedimos a Dios que se termine esta situación que lleva tanto tiempo y que la Argentina, con el compromiso de todos los ciudadanos, pueda salir adelante.

Queremos orar particularmente a fin de que nuestra patria tenga la capacidad de reconfigurarse desde la amistad y la caridad social tal como nos lo pide el Papa Francisco en Fratelli tutti: “Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social… La caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos… La caridad está en el corazón de toda vida social sana y abierta…”

Sólo el amor puede llevarnos a reconocer la dignidad de la otra persona fundamento de un orden social justo. Si un hombre o un pueblo cuida y cultiva su dignidad, todo lo que le acontece, todo lo que hace y produce, incluso todo lo que padece y sufre, tiene sentido. En cambio cuando una persona o un pueblo permiten que sea menoscabada su dignidad, todo lo demás pierde consistencia, deja de tener valor.

Basta reconocerle a alguien su dignidad para que reviva, si está caído. Eso es lo que hacía Jesús desde su corazón compasivo con todos los que se le acercaban, especialmente con los pecadores y los excluidos de la sociedad: los miraba de tal manera que se sentían reconocidos en su dignidad y se convertían, se sanaban, quedaban incluidos y se transformaban en sus discípulos.

La persona es valiosa y cuánto más frágiles y vulnerables sean sus condiciones de vida ha de ser ayudada, querida, defendida y promovida en su dignidad.

Un lugar privilegiado donde una persona toma conciencia y valor de su dignidad es la familia. En ella se nos trajo a la vida, se nos aceptó como valiosos por nosotros mismos, se nos quiere como somos valorándose nuestra felicidad y vocación personal más allá de todo interés. Sin la familia, que reconoce la dignidad de la persona por sí misma, la sociedad no logra “percibir” este valor en las situaciones límites.

El amor social también engendra la paz. Mantenerse en paz y mantener la paz en medio de las situaciones tensas y problemáticas de la vida significa apostar a las personas por sobre las situaciones y las cosas. Sólo quien reconoce la infinita dignidad del otro es capaz de dar la vida en vez de denigrarla o quitarla. Pensemos qué valiosos somos a los ojos de Dios que fue capaz de enviarnos a su Hijo y a fin de que entregara su vida a cambio de la nuestra.

Por último, una caridad efectiva promueve el trabajo el cual, como afirma San Juan Pablo II, “garantiza la dignidad y la libertad del hombre”. El trabajo es lo que nos permite realizarnos como personas y ganarnos la vida. Cuando una sociedad basa el reparto de los bienes no en el trabajo sino en la dádiva o en los privilegios pierde el sentido de su dignidad y rápidamente se vuelve injusta la distribución de los bienes, y las personas en vez de ser dignas, son transformadas en esclavos o en clientes.

Como pueblo fiel de Dios nos sentimos representados en esta imagen de San Cayetano. En la mirada que se cruzan el Niño y el Santo, vemos expresados los valores acerca de los cuales hoy hemos reflexionado: el cariño de familia, la espiga en las manos del Niño fruto del trabajo, la paz del amor que ambos se demuestran. También nosotros, como nuestro Santo Patrono, queremos tener a Jesús en nuestros brazos, queremos reconocerlo y que nos reconozca, queremos que él nos cuide en estas situaciones difíciles que enfrentamos…

Le pedimos a nuestra Madre la Virgen que nos enseñe y ayude a no soltarnos de su mano y que como familia, nos conceda de su Hijo el amor, la paz, el reconocimiento de nuestra dignidad y el trabajo.

Mons. Adolfo Armando FDP, obispo de Villa de la Concepción del Río Cuarto