Con los pies cansados y el corazón desbordante de alegría, llegamos los peregrinos y devotos hasta tus pies, Madre querida, para decirte, ante todo, gracias. Muchos de ustedes se estuvieron preparando durante todo el año para poder hacer esta peregrinación. ¡Cuánta expectativa se agita en el corazón del peregrino mientras camina hacia el Santuario! ¡Qué emoción lo conmueve al llegar y postrarse a los pies de la Virgencita! ¡Cuántas cosas para confiarle a ella! Hoy queremos decirle gracias, gracias tiernísima Madre de Dios y de los hombres, porque miraste con ojos de misericordia por más de cuatro siglos a todos los que te han implorado, como rezamos en esa bella oración. ¡Qué alegría nos da creer en ella y con ella creer en Jesús y en la Iglesia! No existe Jesús sin Iglesia, ni cristiano sin comunidad.
Hoy te queremos dar gracias, querida Virgencita, porque nos cuidaste y ayudaste a no perder la fe y la esperanza en medio de tantas angustias y sufrimientos que nos afligen diariamente. Ponemos en tu corazón de madre a todos los niños y niñas que sufren, especialmente te encomendamos a Loan. Que allí donde esté, lo abraces; necesitamos saber qué pasó con él, y, por sobre todo, que vuelva a estar con su familia y con sus amigos. Te pedimos que abraces a nuestros abuelos y personas mayores; que estés presente en nuestros barrios donde no alcanza la comida, el abrigo, el medicamento. Te confiamos, queridísima Madre, a muchas personas que se desviven por hacer tantas veces lo imposible para mitigar la desolación y aliviar las penurias. Te suplicamos que no nos abandones y nos sostengas para que estemos más cerca unos de otros y juntos muy atentos a los que más sufren.
Queremos poner en el maternal hueco de tus manos también a nuestra provincia y a nuestra patria: necesitamos tanto la sabiduría de tu Divino Hijo para aprender a encontrarnos, escucharnos, tenernos paciencia y no descartar a nadie. Te suplicamos que ablandes el corazón de los que más tienen para que compartan con aquellos que la están pasando mal; y el corazón de aquellos que tienen mayores posibilidades de generar trabajo para que sean generosos y arriesguen en favor de los que quedaron al margen de poder ganarse el sustento dignamente. Una vez más te decimos: “no deseches ahora las súplicas de estos tus hijos que humildemente recurrimos a vos”.
En la primera lectura escuchamos cómo Dios habló por boca del profeta Isaías (7,10-14) para decirle al miedoso y desconfiado rey Ajaz que, a pesar de él, Dios manifestará su poder y su cercanía para con su pueblo en el niño, que dará a luz una joven y que le podrán por nombre Emanuel, que significa Dios con nosotros. Ese Dios así anunciado se hizo realidad en María embarazada, que corre al encuentro de su prima Isabel, como lo narra el Evangelio de hoy (cf. Lc 1,39-47). Allí se encuentran la alegría de las primas y el servicio humilde de una a la otra. El servicio al otro y la alegría siempre van de la mano.
En María contemplamos un hermoso anticipo del sueño que Dios tiene para la humanidad y para toda la creación. Él nos llama a su encuentro y con Él al encuentro con todos: esa es la vocación de todo cristiano. En nuestra familia arquidiocesana queremos orar y reflexionar de nuevo sobre la vocación a la que fuimos llamados todos los bautizados. Por eso hoy realizamos la solemne apertura del Año Vocacional, cuya culminación esperamos celebrar el año próximo para esta fecha. Qué bien nos hace abrir el Año Vocacional con la Virgen sirviendo a su prima, para recordarnos que también nosotros estamos llamados al servicio unos de otros; a no tenerle miedo al diálogo sincero y abierto, a escucharnos y animarnos a debatir sin prejuicios y en profundidad los grandes temas, que tocan la vida presente y futura de nuestras familias, de nuestra comunidad y de todo nuestro pueblo.
Hermanos y hermanas: el dulce nombre de María de Itatí, que hemos pronunciado tantas veces durante esta jornada dedicada a ella, nos hace sentir a Dios muy cerca, su presencia nos colma de paz y nos da fuerza para continuar en el camino del bien, del amor a Dios y al prójimo. Nos encomendamos a ella, sabiendo que su tierno corazón de Madre jamás desecha las súplicas de sus hijos, que humildemente juntan sus manos y se confían plenamente a ella. Amén.
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap, arzobispo de Corrientes