Hch 2,1-11; Sal 22; Mc 4,35-41
Las lecturas de la Palabra de Dios recién proclamadas evocan tres imágenes cargadas de sentido capaces de iluminar nuestro caminar como nación, sociedad y pueblo, orientándonos por una senda de solidaridad y esperanza.
Ellas son el Pentecostés de la venida del Espíritu Santo sobre la primitiva comunidad cristiana; el buen pastor que va en busca de la oveja perdida, para recuperarla y reintegrarla al rebaño y Jesús en la barca con los discípulos en una noche de tormenta.
Pentecostés
La inflación y la inseguridad, la corrupción y falta de justicia, junto a la polarización ideológica, la conflictividad como método y la profundización de lo que se dio en llamar “la grieta”, son dañinos y corrosivos para cualquier sociedad. Los relatos ideológicos sostenidos dogmáticamente, para ganarse
el favor de un sector en detrimento de otro, manipulando información y atizando la conflictividad, terminan produciendo desencanto, incertidumbre y desesperanza. En todo esto, se deja ver la incapacidad de diálogo y comprensión, generosidad y magnanimidad, responsabilidad y un buen grado de desinterés, condiciones de toda convivencia social. No puede haber un verdadero pacto como nación sin una superación de estos antagonismos, sin una verdadera actitud de respeto, escucha y diálogo.
La imagen de Pentecostés con el Espíritu Santo descendiendo para iluminar y esclarecer, fortalecer y unir a aquellos primeros creyentes provenientes de distintos orígenes culturales, sociales y geográficos, es un fuerte llamado a saber y buscar convivir en “unidad en la diversidad”. El método no es ya impulsar el conflicto, sino el diálogo franco, honesto y desapasionado, capaz de ponerse en el lugar del otro, comprender sus razones y admitir sus intereses, buscando siempre el consenso, los acuerdos y la integración.
Pentecostés es la otra cara -según la misma Biblia- de la narración de la Torre de Babel. Allí, la soberbia y el egoísmo provocaron ruptura, confusión y anarquía. El llamado a trabajar y luchar por integrarnos en una convivencia sana y pacífica, es posible y vale para creyentes y toda persona de buena voluntad. ¡No sigamos las voces de quienes nos ponen unos contra otros! Dejémonos orientar por aquella Luz que nos hace más lúcidos, sensatos y responsables en la cotidiana tarea de labrar el bien común.
El Buen Pastor y la oveja perdida
En la búsqueda de soluciones a los grandes problemas que nos aquejan como sociedad, centramos nuestra atención en los indicadores macroeconómicos, en las estadísticas globales, en las tendencias mayoritarias o nos dejamos arrastrar y seducir por los millones de “like” de cualquier “influencer”. Es decididamente trágico el olvido de la persona “de carne y hueso”, del hombre y la mujer concretos, que no son ni un número ni una cosa, sino el prójimo real y verdadero. Ello constituye, propiamente, una seria alienación: se pierde la conexión con la realidad de la gente, postulando -falaz o fanáticamente- relatos mesiánicos que suelen esconder oscuros intereses de un determinado sector o pretensiones de colonización ideológica y cultural.
La imagen del Pastor, tan cara a la literatura y enseñanza bíblica, nos recuerda a aquel que deja a las noventa y nueve en la serenidad del rebaño y va a buscar a la extraviada y perdida, herida y hambrienta. No es debilidad ni pérdida o “des-inversión”, apostar por la compasión, es la condición básica para la recuperación y la reconstrucción genuinas. La indiferencia generada por un frío individualismo, puede llevarnos igualmente a la desintegración y la anarquía fruto del egoísmo y una mal entendida competitividad. Empatía y comprensión y una decidida apuesta por la reconciliación, son el camino más sensato y constructivo. ¡Necesitamos entrar en la lógica y el dinamismo de la unidad y la amistad social!
La tempestad calmada
La imagen bíblica de la tormenta nos toca muy de cerca a los nuevejulienses. Acabamos de atravesar y todavía estamos en la tarea de recuperarnos, una fuerte tormenta de viento que dañó hogares -afectando a familias que recién comenzaban a tener su vivienda propia- y los bienes de empresas e instituciones. Agradecemos no haber tenido que lamentar víctimas fatales. Los momentos críticos de una nación también pueden compararse con una tormenta. Oscuridad e incertidumbre. Confusión y temor. Desesperación cuando parece que todo va a terminar de la peor manera.
Jesús en la barca con los discípulos en medio de aquella noche de tormenta -este mismo texto sirvió al Santo Padre Francisco para su memorable mensaje al mundo al comienzo de la pandemia- nos recuerda que el grito, la queja o el lamento miedoso y desesperado nunca sirve de nada: ni salva ni ayuda. Solamente la confianza y la solidaridad nos sacan propiamente “a flote”. Los argentinos estamos todos en la misma barca, no cabe ni sirve el “sálvese quien pueda”. Solamente dejándonos de quejar y lamentarnos, reavivando la confianza y la esperanza, remando juntos, esforzándonos, codo a codo, solidariamente, apuntando al horizonte del bien común, vamos a superar la tormenta.
A “escala pueblo” estamos pudiendo y lo seguimos intentando. La tormenta nos unió y despertó los buenos y mejores sentimientos de solidaridad, generosidad y trabajo compartido. El ciudadano común, las autoridades, las instituciones se unieron mancomunadamente para ayudar y reconstruir.
Quiera Dios también ayudarnos a tener estos sentimientos, convicciones y actitudes, cada vez más en todos los momentos y ámbitos de la vida comunitaria. Este será nuestro “granito de arena” al pueblo y a la nación. Este es nuestro “modelo y estilo” ¡Unidos podemos!
Dios, fuente de toda verdad y justicia, nos conduzca a vivir, trabajar y luchar por este camino.
Mons. Ariel Torrado Mosconi, obispo de Nueve de Julio