Viernes 22 de noviembre de 2024

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Vigilia Pascual

Homilía de monseñor Andrés Stavnovnik, arzobispo de Corrientes, en la Vigilia Pascual (30 de marzo de 2024)

La luz es el primer signo que nos brinda la liturgia en la oscuridad de esta noche, es el signo que vence todas las oscuridades, porque representa a Jesucristo, resucitado y vivo para siempre. Él es nuestra vida y esperanza. Sin Él la humanidad se convierte en una especie biológica entre las más peligrosas del planeta, que se empeña en caminar hacia el exterminio de sí misma y de todo lo que toca. Sin Dios, el hombre es oscuridad y produce oscuridad. Aun cuando hay algunos optimistas que apuestan a la inteligencia y a la sensatez humana, con la ilusión de que la humanidad podrá salvarse a sí misma. Sin embargo, por la fe, creemos firmemente que nos salvamos por un encuentro entre todos los seres humanos, fundados en el Encuentro con mayúscula: Dios, revelado en Jesús que atravesó el reino de la muerte por la potencia del amor, y así nos aseguró la esperanza para esta vida y la plenitud en la definitiva.

Dios, Padre y Creador, que se reveló en toda su maravillosa expresión de amor, misericordia y perdón, viene acompañando a la humanidad desde su creación. Es muy bello y profundo el recorrido que hicimos con la proclamación de las lecturas bíblicas, tomando algunos pasajes que van desde la creación del mundo y del hombre; hasta la resurrección de Jesús. La Palabra de Dios nos enseña que Él es el principio de todo y que sobre la creación se extiende el Espíritu de Dios como aliento que da vida. Que fue Él quien creó al hombre, varón y mujer los creó, y les encomendó que cuidaran y perfeccionaran la creación. Ellos descuidaron ese mandato y se dejaron tentar por la soberbia creyendo que solos podían hacer lo que a ellos le pareciera bien. Sin embargo, Dios, que los creó por amor, no lo abandonó. En el tiempo oportuno Dios llamó a Abraham y le confió la formación de su pueblo, a quien luego liberó de la esclavitud y le dio nuevas esperanzas de vida. Ese pueblo fue comprendiendo lentamente que Dios es el único Señor, que es el Santo en medio de su pueblo, y que cumple siempre sus promesas mostrando su amor y ternura. Esta es la esencia de la pascua judía.

Luego, por medio de los profetas, Dios fue llamando a su pueblo a la conversión, para que comprendiera que solo no podía salvarse, hasta que llegó el tiempo en el que Él mismo se pusiera al hombro nuestra historia con la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Esta es la esencia de la pascua cristiana. En ese sentido, San Pablo nos recordará que fuimos sumergidos en el misterio de esa Pascua por medio del bautismo. Así somos incorporados a Cristo, morimos con Él, somos sepultados con Él y resucitamos con Él.

Por eso, como Jesús, los cristianos nos hacemos solidarios en el mundo en el que vivimos trabajando, junto con todos los hombres, en hacer una comunidad fraterna, abierta en la que nadie debe quedar afuera. No hay otro camino para ir hacia esa plenitud sino es por la fuerza del amor. El amor purificado y restaurado en la cruz por la muerte y resurrección de Jesús. Ese amor es indestructible y la única potencia que puede unir a los hombres en una verdadera familia humana.

Ese amor es la vida nueva que hemos recibido en el bautismo. Por eso, en unos instantes más renovaremos nuestras promesas bautismales. Que María de Nazaret, Madre de Jesús y Madre nuestra, nos sostenga en el camino de la luz para ver a su Hijo en los acontecimientos ordinarios de la vida privada y pública; nos inspire un augurio de felices pascuas que sea expresión de nuestro compromiso firme de promover siempre y en todas partes el encuentro y la amistad; nos enseñe a ser más fraternos, respetuosos y responsables del bien de todos; a ser sensibles con los más vulnerables y despreciados; nos anime a perdonar las ofensas y a ser más tolerantes con los que nos resultan molestos o desagradables; y que Ella nos acompañe siempre con su ternura de Madre. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFM Cap., arzobispo de Corrrientes