Viernes 22 de noviembre de 2024

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Domingo de Ramos

Homilía de monseñor Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires durante la Eucaristía del Domingo de Ramos (Catedral Metropolitana, 24 de marzo de 2024)

El relato de la pasión que acabamos de escuchar, según San Marcos, nos va mostrando de distintos modos mucha violencia, nos va mostrando de distintos modos mucho dolor, mucho sufrimiento, mucha injusticia.

Los sumos sacerdotes que confabulan entre ellos la condena de Jesús, Pilato que no termina de definir qué es lo que quiere hacer con Jesús y por eso, ante la presión, termina entregándolo para que fuese crucificado, los soldados que son terriblemente violentos con él, los que pasan cuando ya Jesús está crucificado y se burlan y se ríen de él y lo insultan.

¡Cuánta violencia, cuánta injusticia, cuánto dolor!

Y de algún modo, en las últimas palabras de Jesús desde la cruz, se expresa todo ese dolor, todo ese sufrimiento, cuando grita con voz potente: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Pensaba, de alguna manera, en los crucificados de hoy, en tantos hermanos que también son víctimas de la injusticia, de la violencia, de la burla, de los insultos, de la complicidad del poder y entonces, hacer nuestras también hoy las palabras de Jesús y gritar como un clamor al cielo, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Porque hay un montón de sufrimiento que es un clamor al cielo de tantos hermanos crucificados de hoy, aquellos que están siendo más excluidos ante la situación crítica de la economía nacional, aquellos jóvenes y adolescentes atravesados por la droga, por el alcohol, por la violencia, que como digo siempre, su futuro parecería estar determinado con la letra C de la calle, de la cárcel o del cementerio.

Pienso en aquellos hermanos que están sin trabajo, desesperados por llevar el pan a sus mesas, en aquellos que viven la más profunda soledad, angustiados, quizá encerrados en su departamento, disimulando una sonrisa, pero en realidad con una tristeza que carcome el alma.

Pienso en aquellas madres que perdieron a sus hijos y que también reclaman y buscan justicia, si bien saben que ese dolor será para siempre.

Pienso en los abuelos, a veces olvidados, los abuelos en los geriátricos.

Pienso en los presos, cuántos hermanos que la están pasando mal, cuántos crucificados de hoy que actualizan el misterio de la cruz de Jesús y hacer entonces nuestras aquellas palabras, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Nosotros sabemos por la fe que la historia no termina en el relato de la pasión de hoy. Nosotros sabemos que no termina todo con un Jesús muerto en la cruz, sino que creemos verdaderamente en la resurrección. Pero más allá de la resurrección que será el motivo de nuestra celebración pascual, hoy, Domingo de Ramos, quisiera invitarlos a todos a solidarizarnos con los crucificados de hoy, muchos de los que seguramente nos están siguiendo en este momento por los medios de comunicación.

Tantos hermanos que con estas o con otras palabras, pero reclaman al cielo por más justicia, reclaman al cielo por más fraternidad, reclaman al cielo por una economía más justa, reclaman al cielo por mejores condiciones de vida, reclaman al cielo por paz, por salud, por trabajo.

En un momento del relato de la pasión aparece Simón de Cirene, un hombre trabajador del campo, padre de Alejandro y Rufo. No tenemos muchos datos biográficos de él, pero sabemos que en algún momento hizo más llevadero el camino de la cruz de Jesús, porque fue el que cargó la cruz, fue el que hizo que el peso de la cruz no cayese ya sobre aquel hombre que no daba más.

Quizá también puede ser un compromiso de hoy, no solamente hacer nuestra la voz y el clamor de tantos hermanos crucificados, sino también poder animarnos a cargar sus pesadas cruces. Para eso, fomentar y crecer en la solidaridad, en la generosidad, en dejar de lado la cultura de la indiferencia, en hacernos cargo que el dolor del hermano es mío, que su cruce es mi cruz y gritar juntos al cielo, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Que podamos, igual que Simón de Cirene, comprometernos a hacer más llevadera la cruz de los hermanos crucificados hoy, visitando a un enfermo, visitando a un anciano, haciendo más llevadera la soledad de alguien que está quebrado en su dolor y en su depresión, acompañando o visitando a un preso, asistiendo desde Cáritas o desde el compromiso y la generosidad a los que más sufren, participando de las noches de caridad en nuestras parroquias con la gente que está en situación de calle.

Muchos son los crucificados, por lo tanto, muchas son las oportunidades que tenemos para, igual que Simón de Cirene, hacer un poquito más llevadera su cruz. Mientras tanto, hagamos nuestra la oración de Jesús y gritemos al cielo, porque no nos conformamos con el dolor y la injusticia. Dios mío, Dios mío, ¿por qué nos has abandonado?

Y que la respuesta la vayamos teniendo en la solidaridad y el domingo de Pascua, cuando veamos que Jesús, desde la cruz, venció a la muerte para siempre. Amén.

Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires