Al finalizar, con el mes de diciembre -al que nosotros dedicamos y denominamos, pastoralmente, “mes de la Vida y de la Familia”-, un año más de nuestra vida e historia, personal y comunitaria, no podemos por menos de reconocer la inmensa alegría y esperanza al celebrar el misterio de La Encarnación del Hijo de Dios, en la solemnidad y octava litúrgica de la Natividad del Señor: Porque Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único (Jn 3,16), motivo por el que la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1, 14). La verdad, tenemos, por tanto, pruebas más que suficientes para afirmar y aceptar el infinito amor de Dios, manifestado en su Hijo Jesucristo, al hacerse hombre, asumiendo nuestra misma naturaleza y condición humana; amor, que alcanzará su plenitud en la entrega generosa y total de su vida: Pasión, Muerte y Resurrección por nuestra salvación y para hacernos partícipes de su inmortalidad.
En medio de las realidades transitorias en que vivimos, inciertas y complejas, e incluso adversas, como en el momento presente, hay motivos para agradecer a Dios al ser visitados por la Alegría y la Esperanza de este tiempo litúrgico a celebrar. Y ya que el amor auténtico y verdadero es siempre recíproco; es, por tanto, natural y lógico preguntarnos: ¿cómo correspondemos nosotros a este gran amor de Dios? El Canto de alabanza a Dios por el ejército celestial puede sintetizar perfectamente la actitud y lo que debemos anhelar y realizar para agradar y corresponder a ese gran amor de Dios: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por Él” (Lc 2, 14). Sí, la gloria, sólo a Dios, porque sólo Tú eres santo, sólo Tú, Señor; por tanto, nadie ni nada, ni personas ni ideologías socio-políticas deben ocupar el puesto de Dios, ya que sólo a Él debemos adorar y obedecer. Y, a la vez, buscar y ser constructores de paz y fraternidad entre todos, superando enemistades, rivalidades y egoísmos mezquinos que fracturan y dividen la convivencia y la amistad social.
En esta nueva etapa de vida social en nuestro país, que estamos por iniciar, pedimos al Señor para todos, el don de la serenidad, de la escucha y del diálogo fraterno, el discernimiento y la fuerza necesaria para construir juntos la PAZ, que es el gran designio de Dios para los hombres; obviamente, como nuestro querido y recordado Papa san Juan Pablo II, nos enseñaba, será necesario reconocer y procurar vivir sus exigencias esenciales, para poder así alcanzarla, a saber: la verdad, la justicia, el amor y la libertad.
Primeramente, con sinceridad y humildad, hemos de reconocer los extravíos, en estos últimos años, concretizados y materializados en leyes perversas, antinaturales, justificándolas con falsos humanismos progresistas, convertirnos y rectificar. Recordamos también los cuatro principios o “valores no negociables” señalados tan frecuentemente por el Papa Benedicto XVI:
En estos últimos meses venimos rezando en nuestras comunidades cristianas, con mayor frecuencia e intensidad, la Oración por la Patria, súplica en la que expresamos la necesidad de la presencia de Jesucristo, Señor de la historia, y en la que confirmamos nuestra pasión por la verdad y el compromiso por el bien común.
La Santísima Virgen María, en la solemnidad de su Inmaculada Concepción, celebración que precederá la Natividad del Señor, y la Sagrada Familia de Nazaret, Jesús, María y José, fiesta con la que concluiremos el Año 2023, intercedan por nosotros.
¡FELIZ NAVIDAD A TODOS!
Mons. José Vicente Conejero Gallego, obispo de Formosa