Correspondamos al infinito amor de Dios
CONEJERO GALLEGO, José Vicente - Reflexiones - Editorial de monseñor José Vicente Conejero Gallego, obispo de Formosa, para el suplemento diocesano "Peregrinamos", órgano de difusión de la diócesis (Diciembre de 2023)
Al finalizar, con el mes de diciembre -al que nosotros dedicamos y denominamos, pastoralmente, “mes de la Vida y de la Familia”-, un año más de nuestra vida e historia, personal y comunitaria, no podemos por menos de reconocer la inmensa alegría y esperanza al celebrar el misterio de La Encarnación del Hijo de Dios, en la solemnidad y octava litúrgica de la Natividad del Señor: Porque Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único (Jn 3,16), motivo por el que la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1, 14). La verdad, tenemos, por tanto, pruebas más que suficientes para afirmar y aceptar el infinito amor de Dios, manifestado en su Hijo Jesucristo, al hacerse hombre, asumiendo nuestra misma naturaleza y condición humana; amor, que alcanzará su plenitud en la entrega generosa y total de su vida: Pasión, Muerte y Resurrección por nuestra salvación y para hacernos partícipes de su inmortalidad.
En medio de las realidades transitorias en que vivimos, inciertas y complejas, e incluso adversas, como en el momento presente, hay motivos para agradecer a Dios al ser visitados por la Alegría y la Esperanza de este tiempo litúrgico a celebrar. Y ya que el amor auténtico y verdadero es siempre recíproco; es, por tanto, natural y lógico preguntarnos: ¿cómo correspondemos nosotros a este gran amor de Dios? El Canto de alabanza a Dios por el ejército celestial puede sintetizar perfectamente la actitud y lo que debemos anhelar y realizar para agradar y corresponder a ese gran amor de Dios: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por Él” (Lc 2, 14). Sí, la gloria, sólo a Dios, porque sólo Tú eres santo, sólo Tú, Señor; por tanto, nadie ni nada, ni personas ni ideologías socio-políticas deben ocupar el puesto de Dios, ya que sólo a Él debemos adorar y obedecer. Y, a la vez, buscar y ser constructores de paz y fraternidad entre todos, superando enemistades, rivalidades y egoísmos mezquinos que fracturan y dividen la convivencia y la amistad social.
En esta nueva etapa de vida social en nuestro país, que estamos por iniciar, pedimos al Señor para todos, el don de la serenidad, de la escucha y del diálogo fraterno, el discernimiento y la fuerza necesaria para construir juntos la PAZ, que es el gran designio de Dios para los hombres; obviamente, como nuestro querido y recordado Papa san Juan Pablo II, nos enseñaba, será necesario reconocer y procurar vivir sus exigencias esenciales, para poder así alcanzarla, a saber: la verdad, la justicia, el amor y la libertad.
Primeramente, con sinceridad y humildad, hemos de reconocer los extravíos, en estos últimos años, concretizados y materializados en leyes perversas, antinaturales, justificándolas con falsos humanismos progresistas, convertirnos y rectificar. Recordamos también los cuatro principios o “valores no negociables” señalados tan frecuentemente por el Papa Benedicto XVI:
- El respeto y la defensa de la vida humana desde la concepción hasta su fin natural.
- La familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer.
- La libertad de educación de los hijos.
- La promoción del bien común en todas sus formas.
En estos últimos meses venimos rezando en nuestras comunidades cristianas, con mayor frecuencia e intensidad, la Oración por la Patria, súplica en la que expresamos la necesidad de la presencia de Jesucristo, Señor de la historia, y en la que confirmamos nuestra pasión por la verdad y el compromiso por el bien común.
La Santísima Virgen María, en la solemnidad de su Inmaculada Concepción, celebración que precederá la Natividad del Señor, y la Sagrada Familia de Nazaret, Jesús, María y José, fiesta con la que concluiremos el Año 2023, intercedan por nosotros.
¡FELIZ NAVIDAD A TODOS!
Mons. José Vicente Conejero Gallego, obispo de Formosa