Jueves 2 de mayo de 2024

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Que no nos falte resurrección

Nota de tapa de monseñor Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires en la edición de noviembre de la "Revista Consudec"

En marzo pasado celebramos los diez años del pontificado de nuestro querido Papa Francisco que con su magisterio “revolucionó” la Iglesia, que nos habilitó a pensar, a soñar, a llevar adelante proyectos pastorales en medio de nuestro pueblo, sin miedo, sin asco y sin demora, como nos dice en su primera exhortación apostólica Evangelii Gaudium.[1]

Sin embargo, percibo que no aprovechamos totalmente toda la riqueza de su reflexión; hasta diría que la desconocemos.

Por eso, y a 10 años de aquel 13 de marzo del 2013, es tiempo de concretar el magisterio pontificio en nuestra Iglesia argentina; es tiempo de llevar a la práctica los discursos, las homilías, las encíclicas, los mensajes, los gestos, que Francisco tuvo y sigue teniendo para el mundo.

Como ya señalé, su primera exhortación apostólica fue Evangelii Gaudium, un documento fundamental y programático que no podemos dejar de conocer. Considero que debemos comenzar a leerla desde el capítulo V, es decir comenzar por su último capítulo. Puede parecer extraña esta sugerencia, pero es allí donde Francisco propone las motivaciones que impulsan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria de los discípulos de Jesús, y a un renovado impulso misionero advirtiendo que ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu.

Todas nuestras acciones como educadores, todos nuestros planes pastorales, deben estar imbuidos del Espíritu de Dios, que es muy diferente de un conjunto de tareas vividas como una obligación pesada que simplemente se tolera.[2] Justamente, Francisco dice en esta exhortación: (…) aparecen constantemente nuevas dificultades, la experiencia del fracaso, las pequeñeces humanas que tanto duelen. Todos sabemos por experiencia que a veces una tarea no brinda las satisfacciones que desearíamos, los frutos son reducidos y los cambios son lentos, y uno tiene la tentación de cansarse. Sin embargo, no es lo mismo cuando uno, por cansancio, baja momentáneamente los brazos que cuando los baja definitivamente dominado por un descontento crónico, por una acedia que le seca el alma (…); entonces, uno ya no tiene garra, le falta resurrección. Así, el Evangelio, que es el mensaje más hermoso que tiene este mundo, queda sepultado debajo de muchas excusas.[3]

Seguramente nos podamos sentir identificados con este texto: la experiencia del cansancio, del hartazgo o de la monotonía, nos hacen perder el entusiasmo, las ganas, la alegría, y se nos van apagando los sueños y los ideales, (si es que todavía están encendidos). Nuestras frases de cabecera comienzan así: “Esto no cambia más”; “no vale la pena”; “hasta acá llegué”; “no doy más”. Es un cansancio no sólo físico, sino un agotamiento moral, anímico, “una acedia que seca el alma” como ya lo señalaba Evagrio Póntico, un monje del siglo IV. Así nos transformamos en educadores que ahogan el fervor y la alegría; tenemos una conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre”.[4] Ya no tenemos garra, nos falta resurrección

Esta expresión del Santo Padre me resulta muy fuerte y creo que es medular para la reflexión que propongo: volver a lo esencial, volver al primer amor, volver al centro de nuestra fe y nuestra vida.

En diciembre de 2017, Francisco dio a conocer un documento sobre las universidades y facultades eclesiásticas, la Constitución Apostólica “Veritatis Gaudium”. Allí está expresado ese núcleo fundante de nuestra vida como educadores cristianos, que nos puede hacer recuperar el entusiasmo y la pasión en nuestra misión; dice así: La alegría de la verdad manifiesta el deseo vehemente que deja inquieto el corazón del hombre hasta que encuentre, habite y comparta con todos la Luz de Dios. La verdad, de hecho, no es una idea abstracta, sino que es Jesús, el Verbo de Dios en quien está la Vida que es la Luz de los hombres. (…) Jesús impulsa a la Iglesia para que en su misión testimonie y anuncie siempre esta alegría con renovado entusiasmo (…)[5] Y más adelante: Que la fe gozosa e inquebrantable en Jesús crucificado y resucitado, centro y Señor de la historia, nos guíe, nos ilumine y nos sostenga en este tiempo arduo y fascinante, que está marcado por el compromiso en una renovada y clarividente configuración del planteamiento de los estudios eclesiásticos. Su resurrección, con el don sobreabundante del Espíritu Santo, provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo; y aunque se los corte, vuelven a surgir, porque la resurrección del Señor ya ha penetrado la trama oculta de esta historia.[6]

Creemos que Jesús está vivo, Él es la fuente profunda de nuestra esperanza. Su resurrección no es algo del pasado; Por eso animo a recuperar la alegría de la resurrección; como aquellas mujeres que fueron a la tumba a llorar; y se encuentran con la piedra corrida y la mejor noticia: ¡Ha resucitado![7]

Correr la piedra del no se puede, del siempre se hizo así, del no vale la pena. Si educar es la tarea más maravillosa por la que entregamos la vida y alguna vez dijimos sí, la cuestión es volver al primer amor; renovarnos en ese , en volver a apostar, pero no por voluntarismo o confiados en nuestras propias fuerzas, sino porque Jesús está vivo, y Él es la razón más importante de nuestra vocación de discípulos misioneros en el ámbito educativo.

Pasaron 10 años de la Evangelii Gaudium, su contenido está muy vigente, es cuestionador; animo a la reflexión personal y comunitaria en clave educativa, recuperando la alegría del Evangelio, para así lanzarnos hacia adelante. ¡Vamos por 10 años más! Porque hoy decimos con fuerza que no nos falta resurrección. Jesús está vivo, y nosotros con Él.

Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires


Notas:
[1] Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium 23, Ciudad del Vaticano 2013
[2] Ibid 261
[3] Ibid 277
[4] Ibid 85
[5] Francisco, Constitución apostólica Veritatis gaudium 1, Ciudad del Vaticano 2017
[6] Ibid 6. Este texto cita textualmente a Evangelii Gaudium 278
[7] Cfr. Lc 24, 1 y ss