Jueves 2 de mayo de 2024

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Encuentro con miembros de la vida consagrada

Homilía de monseñor Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires, en la misa con los miembros de la vida religiosa (Iglesia catedral, 8 de septiembre de 2023)

En la lectura de Miqueas, la primera lectura, dice «que dé a luz la que debe ser madre», y en el Evangelio, en dos ocasiones dice: «ella dará a luz un hijo» y luego, más adelante, «y dará a luz un hijo».

Tres veces en las lecturas de hoy hablan de esta madre que va a dar a luz. Yo siempre creí que dar a luz era sinónimo de tener un bebé, y preparando esta homilía, por lo menos médicamente, dar a luz es una de las fases del embarazo.

La primera fase del embarazo, y por eso tengo un apunte hoy, porque no soy médico ni partera, es la dilatación. La segunda fase del embarazo es la expulsión, que es cuando sale el feto, y la tercera parte o tercera fase del embarazo es el alumbramiento que es el dar a luz que se refiere a la salida de la placenta.

Al desprenderse la placenta, la madre tiene una contracción fuerte con la cual expulsa la placenta. A veces a la placenta le cuesta salir y eso puede ser causa de una hemorragia post parto y en la historia ha sido causa de la muerte de muchas madres.

Pensaba tan solo, cuando estudiaba, de algunas reinas, por ejemplo, que tenían al heredero tan esperado, y nacía el heredero y había grandes fiestas porque había un hijo que iba a ser el próximo rey, y a los poquitos días moría la madre y esto era muy común en algunas familias reales, cuando uno estudia por ejemplo la edad moderna la edad media.

Y es por esto, porque no expulsaba la madre la placenta, y entonces el alumbramiento no se daba, y si no se da esta tercera fase del embarazo, del parto la mujer corre riesgo de vida.

Todos sabemos que la placenta provee oxígeno y provee también de nutrientes al bebé. ¿Por qué yo hablo de esto hoy? Porque así como la placenta nutre al feto así creo que cada uno de nosotros como institutos y como vida religiosa nos fuimos nutriendo a lo largo de todos estos años con reflexión, con encuentros, con propuestas, hemos establecido desafíos, hemos escrito un montón sobre los cambios que necesita la vida religiosa.

Nos hemos nutrido con la oración, con la reflexión de teólogos latinoamericanos y también europeos, nos hemos nutrido con la experiencia comunitaria y creo que quizá lo que nos falta es dar a luz, lo que nos falta es expulsar la placenta, lo que nos falta es que todo eso que nos dio nutrientes y que nos dio oxígeno, para seguir definitivamente, lo tenemos que plasmar en la realidad, lo tenemos que sacar de nosotros y hacer vida concreta como les planteaba hoy también con Evangeli Gaudí.

Les voy a leer algo que creo que es parte de nuestra placenta, es parte de algo que a la vida religiosa de América Latina le ha dado nutrientes y oxígeno hace 55 años, exactamente 55 años en el documento de Medellín y creo que todavía no dimos a luz, todavía no expulsamos a la realidad lo que Medellín ya nos decía hace 55 años y que, por lo menos a mí, me llegó a decir «no hay nada nuevo bajo el sol, yo que me creía un renovador, un innovador; hace 55 años hubo algunos que lo pensaron y lo dijeron mejor», por eso digo nos falta dar a luz.

Los invito hoy, terminando con esta lectura, que tomemos quizá esta idea de la medicina de las tres fases del embarazo la dilatación, la expulsión y el alumbramiento, alumbrar es expulsar la placenta el no expulsarla ha sido causa de muerte para muchas mujeres. Quizá, para no morirnos como vida religiosa, para no morirnos como Iglesia, tengamos que expulsar todo aquello que nos dio vida, todo aquello que nos nutrió, es cuestión de hacer realidad en la vida concreta todo lo reflexionado y todo lo rezado, quizá tengamos que concretar esta placenta que les voy a leer ahora que nutre a la Iglesia de Latinoamérica, pero que creo que ya es hora de que lo vivamos.

Decían en Medellín «el religioso ha de encarnarse en el mundo real y hoy con mayor audacia que en otros tiempos. No puede considerarse ajeno a los problemas sociales, las circunstancias concretas de América Latina exigen de los religiosos una especial disponibilidad según el propio carisma, para insertarse en las líneas de una pastoral efectiva.

Por otra parte, en medio de un mundo peligrosamente tentado de instalarse en lo temporal, con un consiguiente enfriamiento de la fe y de la caridad, el religioso ha de ser signo de que el Pueblo de Dios no tiene una ciudadanía permanente en este mundo, sino que busca la futura. Su testimonio no debe ser algo abstracto, sino existencial, signo de la santidad trascendente de la Iglesia.

Los cambios provocados en el mundo latinoamericano por el proceso de desarrollo y, por otra parte, los planes de pastoral de conjunto a través de los cuales la Iglesia en latinoamérica quiere encarnarse en realidades concretas, exigen una revisión para los religiosos, seria y metódica, de la vida y de la estructura de la comunidad. Es una condición indispensable para que los religiosos sean signo inteligible y eficaz en el mundo actual.

A veces se interpreta equivocadamente la separación entre la vida religiosa y el mundo, hay comunidades que mantienen o crean barreras artificiales olvidando que la vida comunitaria debe abrirse hacia el ambiente humano que la rodea para irradiar caridad y abarcar todos los valores humanos. La verdadera caridad tiene como efecto la flexibilidad del espíritu para adaptarse a nuevas épocas, el religioso debe tener una perfecta disponibilidad para seguir el ritmo de la Iglesia del mundo actual, debe adaptarse a las condiciones culturales, sociales y económicas, aunque eso suponga la reforma de costumbres y constituciones o la supresión de obras que hoy han perdido ya su eficacia, las costumbres, los horarios, la disciplina deben facilitar las tareas apostólicas».

Hace 55 años creo que tenemos esta placenta que nos ha nutrido, es hora de expulsarla, es hora de vivirla, es hora de dar a luz.

Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires