Queridos hermanos y hermanas:
Nos hemos congregado en esta mañana de setiembre, a 19 años de aquel aterrador sismo, para dar gracias a Dios y a la Virgen del Valle por la especial protección que recibimos.
¡Qué importante es agradecer! ¡Cuánto nos humaniza y nos ayuda para ser humildes y memoriosos!
«Un corazón agradecido es una de las características primordiales que identifican al creyente. Contrasta con el orgullo, el egoísmo y la preocupación, y contribuye a reforzar la confianza del creyente en el Señor y su confianza en la divina providencia, aun en los momentos más duros. Por más agitado que esté el mar, el corazón del creyente flota por efecto de la alabanza y gratitud que tributa al Señor» John MacArthur.
«Estar agradecido es reconocer el Amor de Dios en todo lo que nos ha dado, y es que nos lo ha dado todo. Cada aliento un obsequio de Su amor, cada momento de la existencia es una gracia, ya que trae consigo inmensas gracias de parte de Él. De ahí que la gratitud no dé nada por sentado, no se muestre indiferente y esté siempre espabilándose ante una nueva maravilla y a la ponderación de la bondad de Dios. La persona agradecida sabe que Dios es bueno, no porque lo haya oído decir, sino por experiencia. Eso es lo que cambia todo» Thomas Merton.
«En la vida apenas somos conscientes de que recibimos muchísimo más de lo que damos y que sólo con gratitud se enriquece la vida» Dietrich Bonhoeffer.
«La gratitud es una ofrenda preciosa a los ojos de Dios, una que los más pobres de nosotros podemos brindar sin empobrecernos; antes nos enriquecemos gracias a ella» A. Tozer.
«Si no apuntas a otra cosa que fortuna, belleza, fama y poder, apuntas muy bajo. La humildad, la ternura, la gratitud y el servicio es apuntar alto» Lecrae
«La humildad es el máximo modelo de grandeza dentro del Reino de Dios» Mike Bickle.
«Si tienes planeado construir un alto edificio de virtudes debes primero echar profundos cimientos de humildad» San Agustín.
En la primera lectura se nos exhortó a que “seamos agradecidos con Dios que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz, sacándonos del dominio de las tinieblas y trasladándonos al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados” (Col 1,13-14).
Si de verdad somos humildes y agradecidos podremos alcanzar un “alto conocimiento de la voluntad de Dios, con sabiduría e inteligencia espiritual, y nuestra conducta será digna del Señor, agradándole en todo; fructificaremos en toda clase de obras buenas y aumentará nuestra experiencia de Dios. El poder de su gloria nos dará fuerza para soportar todo con paciencia, magnanimidad y alegría” (Col 1, 9-11).
¡Qué bueno, edificante y liberador resulta para nuestra vida cuando aceptamos de buena gana las enseñanzas de las Sagradas Escrituras a ejemplo del creyente que expresa sus convicciones por medio de una alabanza!, por ejemplo el sal 97: “El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel… Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; griten, vitoreen, toquen… Toquen la cítara para el Señor, suenen los instrumentos: con clarines y al son de trompetas, aclamen al Rey y Señor”.
El texto del Evangelio nos muestra una faceta muy importante en la misión de Jesús: la de enseñar. La gente lo reconocía como maestro, con lo cual expresan la necesidad que todo ser humano tiene de conocer la verdad, de vivir en la luz, de tener certezas que sostengan la esperanza en medio del fragor de la vida. El texto de Lucas dice: “la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios… por eso se subió a la barca de Pedro y desde allí enseñaba a la muchedumbre” (Lc 5,1.3). A Jesús lo conmueve el hambre de conocer el sentido de la vida que tiene la gente y por eso pasa largas horas enseñando, consolando y animando a la conversión de vida.
Luego invita a Pedro a adentrarse en el mar y a echar las redes para pescar. Y éste le dice: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes». Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse (Lc 5,5-6). Me imagino que Pedro para sus adentros habrá pensado: ¡el maestro me está charlando, pobre no sabe nada de pesca! Y bueno, tendré que darle con el gusto, a pesar del cansancio. Hoy, todavía nos resulta sorprendente comprobar cómo aquellos pescadores fueron capaces de dejar su trabajo, sus familias, y seguir a Jesús: «Dejándolo todo, lo siguieron» (Lc 5,11), precisamente cuando éste se manifiesta ante ellos como un colaborador excepcional para el negocio que les proporciona el sustento. Si Jesús de Nazaret nos hiciera la propuesta, en nuestro siglo XXI, ¿Tendríamos el coraje de aquellos hombres? ¿Seríamos capaces de intuir cuál es la mejor y mayor ganancia?
Los cristianos creemos que Cristo es eterno presente; por lo tanto, ese Cristo que está resucitado nos pide, no ya a Pedro, a Juan o a Santiago, sino a Jorge, a José Manuel, a Paula, a Ester, a todos y cada uno de quienes lo reconocemos como el Señor… Repito, nos pide desde el texto de Lucas que lo acojamos en la barca de nuestra vida, porque quiere descansar junto a nosotros; nos pide que lo dejemos servirse de nosotros, que le permitamos mostrar hacia dónde orientar nuestra existencia para ser fecundos en medio de una sociedad cada vez más alejada y necesitada de la Buena Nueva. La propuesta es atrayente, sólo nos hace falta saber y querer despojarnos de nuestros miedos, de nuestros “qué dirán” y poner rumbo a aguas más profundas, o lo que es lo mismo, a horizontes más lejanos de aquellos que constriñen nuestra mediocre cotidianeidad de zozobras y desánimos. «Quien tropieza en el camino, por poco que avance, algo se acerca al término; quien corre fuera de él, cuanto más corra más se aleja del término» (Santo Tomás de Aquino).
También a cada uno de nosotros nos interpela con el «Navega mar adentro» (Lc 5,4): ¡no nos quedemos en las costas de un mundo que vive mirándose el ombligo! Nuestra navegación por los mares de la vida nos ha de conducir hasta atracar en la tierra prometida, fin de nuestra peregrinación en ese Cielo esperado, que es regalo del Padre, pero a la vez, también trabajo del hombre —tuyo, mío— al servicio de los demás en la barca de la Iglesia. Cristo conoce bien las zonas de pesca. De nosotros depende: o en el puerto de nuestro egoísmo, o hacia los horizontes que Él nos señala. No tengamos miedo que el Señor nos convoque a ser “Pescadores de hombres” (Lc 5,10), es decir, “Discípulos-Misioneros”.
Pidámosle a la Virgen Santa, Estrella de la Evangelización, que nos ayude a tener la valentía y decisión de “dejarlo todo y poner la mano en el arado, secundando la misión de Jesucristo, Señor de la Vida y la Historia” (Lc 5,11), con la certeza de que “la mejor pesca es sin duda aquella con la que el Señor gratificó al discípulo, cuando le enseñó a pescar hombres, como se pescan peces en el agua” (Clemente de Alejandría). Pues, “quien sigue a Jesús sabe que no puede creer con tibieza, sino que tiene que correr el riesgo de ir mar adentro, renovando cada día el don de sí mismo” (Francisco).
«Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es ‘enviada’ al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío. La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 863).
Que nuestro Beato Mamerto Esquiú y la Virgen Morena del Valle nos cuiden de los terribles sismos culturales que nos están destruyendo el tejido social, los valores fundantes de la vida humana, la educación, el trabajo, la salud, la dimensión religiosa y trascendente de toda persona humana, la familia, la economía, la política y la casa común, que es la tierra que se nos dio como don y tarea.
¡Viva Jesucristo! ¡Viva la Virgen del Valle! ¡Viva el Beato Mamerto Esquiú!
Mons. Luis Urbanc, obispo de Carmarca