Domingo 24 de noviembre de 2024

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San Cayetano

Homilía de monseñor Marcelo Julián Margni, obispo de Avellaneda-Lanús en la Día de San Cayetano (7 de agosto de 2023)

Lecturas bíblicas:
Jeremías 1, 4-9; 1Timoteo 4, 1-5; Juan 15, 9-17

En el día de san Cayetano, volvemos a encontrarnos en este Santuario en torno a él, nuestro santo patrono, y en torno a Cristo. Venimos como peregrinos, como miembros de un pueblo peregrino.

Una de las experiencias más lindas y ricas de peregrinar hacia un santuario es precisamente esa: reconocernos todos miembros de un mismo pueblo peregrino, en camino junto con otros y otras, todos hermanados en una misma esperanza. Aunque tal vez no nos conozcamos por nuestro nombre, aunque quizás no sepa quién es esta persona que está conmigo haciendo el camino para llegar al santo o sentada a mi lado en la Misa, en el corazón y en el cuerpo sentimos que hay algo más grande que ya nos une, que nos hermana, que nos hace compañeros de camino.

Y ahora, en la Misa, con las lecturas de la palabra de Dios que escuchamos, podemos reconocer y ponerle nombre a ese «algo», o mejor «alguien». Recién escuchábamos la vocación del profeta Jeremías, cuando Dios lo llama y lo envía como mensajero de sus palabras en medio de su pueblo. Escuchamos la invitación del apóstol Pablo a Timoteo, un «ministro», servidor, de la comunidad cristiana en los primeros tiempos, al que le dice: «Predica la palabra de Dios…, realiza tu tarea…, cumple tu ministerio». Y escuchamos a Jesús que, en la intimidad de la última Cena antes de su pasión, abre su corazón ante los suyos, que habían estado siempre con él, y les dice: «No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes. Yo los llamo amigos, no siervos. Por ustedes, por amor a ustedes, doy mi vida. Ámense como yo los he amado».

San Cayetano era sacerdote, pastor de la comunidad cristiana, y estas lecturas hablan de su vocación y su misión. Pero hablan también de nosotros. Nos hablan a nosotros, que venimos como pueblo —aunque no nos conozcamos, somos pueblo— peregrinando a este Santuario. Hoy es Dios quien nos dice, como le dijo al profeta Jeremías: «Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía. No temas, porque yo estoy contigo». Hoy es Jesús quien nos dice a nosotros, a cada una y cada una, y a todos juntos: «Ustedes son mis amigos. Yo los elegí a ustedes. Por amor a ustedes, lo di todo, hasta mi vida. Ámense unos a otros, como yo los he amado».

Toda la fuerza de nuestra fe está en estas palabras: en saber que Dios nos conoce, nos ama, está a nuestro lado desde siempre, y siempre, en toda circunstancia, gratuitamente, incondicionalmente, aunque los tiempos sean oscuros, o aunque hayamos dado pasos en falso.

Toda la fuerza de nuestra fe está aquí: en reconocernos amados incondicionalmente por Cristo. No con palabras, sino con los hechos: con los pequeños signos de bondad con los que Dios nos rodea cada día (tal vez la palabra de aliento que recibimos de alguien, la mano solidaria que nos ofrece un amigo o incluso un desconocido, la cercanía de quienes nos sostienen en las horas difíciles…), y sobre todo con el don de la propia vida, con la entrega de Jesús por nosotros. ¿Hay solidaridad más grande que esta? ¿Hay fuerza más grande que esta? ¿Hay amor más grande que ese?

Gracias a este amor somos un pueblo. Un solo pueblo. Aunque no nos conozcamos demasiado, y aunque nos cueste amarnos como Dios nos ama y nos pide que amemos. Por eso estamos aquí.

Con nuestra presencia aquí testimoniamos que hay «algo» más grande que nuestras distancias, nuestras diferencias y nuestras divisiones. Que podemos —no sólo esperamos, sino también podemos— construir algo nuevo y mejor si aceptamos encontrarnos, caminar juntos, amarnos.

Un signo de nuestra fe será rezar no sólo por mí sino también por el otro, por el que «hace fila» al lado mío para acercarse al santo o está a mi lado en esta Misa, aunque no sepa su nombre, ni lo que viene a agradecer o a pedir, ni lo que lleva en el corazón (a veces un dolor o una esperanza que ni llego a imaginarme).

Un signo de nuestra fe será, dentro de un momento, cuando hagamos nuestra oración comunitaria, presentarle a Dios no sólo mi súplica sino también la súplica de esta persona que está a mi lado, y la de quienes no pueden estar aquí.

Un signo de nuestra fe será también, al salir de este Santuario, no olvidarnos de que somos pueblos, todos hermanados en una misma esperanza y un mismo destino, todos convocados para construir algo nuevo y mejor para nosotros y para otros, para todos, sin dejar a nadie excluido. Argentina vive momentos difíciles; nuestra gente, la gente con la que compartimos el día a día, está atravesando momentos difíciles. La fe nos llama a no pasar de largo con indiferencia, reconocernos pueblo peregrino nos pide no quedarnos de brazos cruzados. A nosotros, cristianos y cristianas, Jesús vuelve a decirnos: «Ustedes son mis amigos. Vayan y den fruto. Vayan y amen. Ámense como yo los he amado».

Mons. Marcelo Julián Margni, obispo de Avellaneda-Lanús