En el Evangelio que acabamos de proclamar, en cuatro momentos, Jesús habla del temor: la palabra "temor"; "no teman" y después dirá "teman más bien a ..." y es interesante, porque uno inmediatamente interpreta que la palabra temor es sinónimo o es parecida a la palabra miedo; y cuando buscamos en el diccionario, sorpresivamente, nos encontramos con que, si bien "miedo" y "temor" son utilizadas en el común de nuestros diálogos de manera similar, hay una diferencia. El diccionario plantea que el miedo es la emoción que se nos genera ante una reacción real, es decir, frente a algo que puede pasar en serio: vamos a imaginarnos un hecho de inseguridad, alguien que nos apunta con un arma, eso inmediatamente nos genera miedo.
Vamos a imaginarnos que nos encontramos aquí, en las calles de alguna de las ciudades de Santa Cruz y de Tierra del Fuego, con esos perros grandes que nos ladran, que están sueltos, que nos pueden llegar a morder, entonces uno inmediatamente tiene miedo, es decir, es una reacción frente a un riesgo real de que me pase algo. En cambio, el temor es una emoción o reacción que se provoca ante un peligro ficticio o aparente, por ejemplo, es el temor que se le puede tener a animales absolutamente inofensivos. Casi que el temor está ligado a esos miedos que nos inventamos, a esos peligros que a veces están en nuestro corazón, a esos fantasmas que a veces no nos dejan dormir a la noche pero que en realidad no son reales, sino que nos los inventamos nosotros. Nos sentimos poca cosa, nos sentimos frágiles, nos sentimos débiles y entonces nos inventamos estos peligros emocionales que nos van como carcomiendo el corazón pero que son aparentes, son ficticios, no son reales como puede ser el peligro de un perro grande que me va a morder. En ese caso podríamos hablar de "miedo" porque estamos hablando de un peligro real; en cambio el temor, tal cual nos dice el diccionario, nos está hablando de peligros aparentes, ficticios, esos fantasmas que a veces nos inventamos y que como dije no nos dejan dormir por la noche.
¿Por qué digo esto? Porque el Señor hoy dice "no teman, no teman": casi diría que el Señor nos está diciendo "tranquilos, estoy con ustedes, tranquilos, no se inventen ninguno de esos peligros aparentes porque yo los acompaño, porque yo los sostengo".
El Señor nos da la certeza de que nos va a acompañar como lo hizo también con el profeta Jeremías en la primera lectura: la certeza del profeta, más allá de que es difamado, más allá de que es calumniado, más allá de que están complotando contra él incluso sus amigos más íntimos, es que no está solo, es que Dios lo acompaña según dice la primera lectura "como un guerrero valiente".
Entonces no nos inventemos estos peligros aparentes; tranquilos, porque Dios nos acompaña. Entones quería hoy compartir con ustedes cómo nuestra historia como iglesia desde los orígenes, con los primeros Mártires, como nuestra historia latinoamericana a lo largo de los siglos, ha tenido un montón de hermanos que se han jugado de lleno porque, como nos dice el Evangelio de hoy, "lo que escucharon al oído lo han proclamado desde lo alto de las casas", no callaron el anuncio del Evangelio, no callaron la buena noticia de Jesús que, como sabemos, tiene consecuencias en la sociedad, tiene consecuencias en los vínculos... Y entonces, así como lo crucificaron al Señor, cuántos hermanos testigos han derramado su sangre, han entregado su vida por el anuncio del Evangelio, con la certeza de que no había que tener temor a los que matan al cuerpo sino a los que matan el alma... y por eso se jugaron de lleno.
Quería también hoy compartirles del documento de Aparecida, este documento conclusivo de los obispos latinoamericanos del año 2007, que tiene algunos textos justamente hablando del martirio, pero diciendo no solamente que se han jugado la vida aquellos que pudieron vencer el temor y tenían la certeza de que Jesús los acompañaba, sino que también nos compromete a nosotros, discípulos misioneros de Jesucristo en este 2023.
Nos dice Aparecida en el número 140: "Identificarse con Jesucristo es también compartir su destino: “Donde yo esté estará también el que me sirve” (Jn 12, 26). El cristiano corre la misma suerte del Señor incluso hasta la cruz, … Nos alienta el testimonio de tantos misioneros y mártires de ayer y de hoy en nuestros pueblos que han llegado a compartir la Cruz de Cristo hasta la entrega de su vida, nos alienta el testimonio de tantos misioneros y mártires de ayer y de hoy en nuestros pueblos”. Demos gracias a Dios por esos testigos que con su vida han podido vivir el Evangelio de hoy con la certeza de que no hay que temer a los que matan el cuerpo sino a los que matan el alma.
Dice más adelante, en el número 275: "Nuestras comunidades llevan el sello de los Apóstoles y además reconocen el testimonio cristiano de tantos hombres y mujeres que esparcieron en nuestra geografía las semillas del Evangelio viviendo valientemente su fe, incluso derramando su sangre como mártires, su ejemplo de vida y santidad constituye un regalo precioso para el camino creyente de los latinoamericanos y a la vez un estímulo para imitar sus virtudes en las nuevas expresiones culturales de la historia. Su ejemplo de vida y santidad constituyen para cada uno de nosotros un regalo precioso en el camino de los creyentes". Y, uno más, en el número 396 nos dice: "Nos comprometemos a trabajar para que nuestra iglesia latinoamericana y caribeña siga siendo con mayor ahínco compañera de camino de nuestros hermanos más pobres incluso hasta el martirio".
Quisiera hoy, entonces, resaltar lo importante que es animarse al anuncio del Evangelio, a la coherencia entre nuestra vida y nuestra fe. Quizá no solamente tenemos que pensar en quienes entregaron su vida y murieron violentamente con un arma, sino que también tenemos que pensar en otras maneras menos violentas. Hoy nos acompaña una imagen de uno de estos tantos Santos Mártires latinoamericanos: monseñor Oscar Romero, asesinado en el altar en 1980 en El Salvador. Un apóstol de la paz que entregó su vida por el anuncio del Evangelio, que no tenía temor, sino que al contrario sostenía su vida en el Señor y por eso se jugó a fondo. El Papa Francisco dice que no solamente es mártir porque le dispararon en el pecho en aquella misa de marzo de 1980, sino que monseñor Romero siguió siendo mártir aún después de asesinado, porque fue mártir de muchos que lo acusaron injustamente, fue mártir de muchos que decían que era un obispo rojo, comunista; fue mártir de muchos que siguieron criticándolo metiéndose con su vida y queriendo silenciarlo; por eso el Papa insiste con que no solamente hay un tema de martirio con un arma de fuego, sino que también a veces hay un martirio con la lengua que es un arma peligrosa. Podemos no tener armas en casa, pero sí todos tenemos la lengua y con ella también podemos matar; ojo con eso.
Que san Oscar Romero y tantos Mártires latinoamericanos que, como nos dice Aparecida, son testigos y semillas del Evangelio en nuestro continente, nos animen a no tener miedo, nos animen a no temer, nos animen a tener la certeza, como Jeremías en la primera lectura, de que Dios nos acompaña y nos sostiene y, fieles al Evangelio, nos animemos a jugarnos la vida hasta el martirio.
Mons. Jorge García Cuerva, administrador diocesano de Río Gallegos y arzobispo electo de Buenos Aires