Queridos hermanos y queridas hermanas en la fe:
Desde mediados del siglo XX, la Iglesia ha querido unirse con la memoria de san José obrero a la conmemoración del Día de los trabajadores. Por eso, en este día quise escribirles a ustedes, trabajadoras y trabajadores de nuestra Diócesis de Avellaneda-Lanús, nacida como una Diócesis de gente obrera, para hacerles llegar mi saludo y mi bendición.
Al escribirles, tengo presentes a todas las personas que diariamente, con su trabajo honesto, salen a ganarse el pan y contribuyen, muchas veces de manera anónima y escondida, al crecimiento no sólo económico de la sociedad. Tengo presentes también, de un modo particular, a trabajadoras y trabajadores de la economía popular, y a las personas con empleos precarios y las subempleadas, que muchas veces se ven obligadas a trabajar largas horas a cambio de un salario mísero, muchas veces incluso sin acceso a los beneficios mínimos de una cobertura de salud y seguridad social, convirtiéndose en esclavas y esclavos de un sistema injusto que les niega su derecho a vivir con dignidad. Tengo presentes también a quienes están sin trabajo y sufren la angustia de no poder llevar el pan digno a la mesa de sus familias. Sabemos que la falta de empleo digno es un flagelo mundial que afecta a millones de personas en todos los rincones del planeta, pero ese cuadro se vuelve aún más dramático cuando lo vemos crecer y multiplicarse entre las personas que viven a nuestro lado, en nuestro pueblo. Por eso hoy elevamos nuestras oraciones por el fin de esta situación y, junto con ellas, quisiéramos renovar el compromiso de trabajar juntos para crear una sociedad más justa y equitativa, donde toda persona tenga las oportunidades y los medios para vivir dignamente y desarrollarse en plenitud. El don frágil de la paz social, la superación de la violencia, depende en buena medida también de este compromiso.
En este día de san José obrero, volvemos a afirmar el valor del trabajo, vivido y reconocido en justicia, y la dignidad de todos los trabajadores y las trabajadoras, especialmente aquellos que luchan diariamente para salir adelante. No pretendo ser original en este punto. Más bien me hago eco de la enseñanza constante del Papa Francisco que, tanto a través de sus escritos pastorales como de sus homilías, discursos y mensajes, en continuidad con el magisterio de quienes lo precedieron, ha resaltado la urgencia de redescubrir en los hechos la dignidad del trabajo para todo ser humano. En su carta Fratelli tutti, de 2020, decía el Papa:
El gran tema es el trabajo. Lo verdaderamente popular -porque promueve el bien del pueblo- es asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas. (…) Porque no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo. En una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo[1].
Y de nuevo, en su carta Con corazón de padre, evocando precisamente la figura de san José obrero, de quien «Jesús aprendió el valor, la dignidad y la alegría de lo que significa comer el pan que es fruto del propio trabajo», Francisco hacía este llamamiento:
La crisis de nuestro tiempo, que es una crisis económica, social, cultural y espiritual, puede representar para todos un llamado a redescubrir el significado, la importancia y la necesidad del trabajo para dar lugar a una nueva “normalidad” en la que nadie quede excluido. La obra de san José nos recuerda que el mismo Dios hecho hombre no desdeñó el trabajo. La pérdida de trabajo que afecta a tantos hermanos y hermanas, y que ha aumentado en los últimos tiempos debido a la pandemia de Covid-19, debe ser un llamado a revisar nuestras prioridades. Imploremos a san José obrero para que encontremos caminos que nos lleven a decir: ¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin trabajo! [2]
Que el ejemplo de san José, carpintero y custodio de la Sagrada Familia, nos inspire a todos la voluntad de trabajar con dedicación y amor por el bien común, y de luchar por una sociedad más justa, digna y fraterna para toda persona. Y que el Señor Jesús, que quiso trabajar con sus propias manos, compartiendo el esfuerzo y la esperanza de todo ser humano, les conceda en este día su bendición y les dé aliento y fortaleza para seguir adelante.
Mons. Marcelo Julián Margi, obispo de Avellaneda-Lanús
Avellaneda, 1° de mayo de 2023, memoria de san José obrero.
Notas:
[1] Francisco, Carta encíclica Fratelli tutti sobre la fraternidad y la amistad social, 3 de octubre de 2020, 162.
[2] Francisco, Carta apostólica Patris corde, 8 de diciembre de 2020, 6.