Viernes 26 de abril de 2024

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Año de la Santidad

Carta pastoral de monseñor Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata (Diciembre de 2022)

Amigas y amigos: ¡Muy feliz Navidad!

En estos años hemos intentado aplicar las Líneas Pastorales de toda la Arquidiócesis (2018-2023) haciendo un esfuerzo misionero e intentando estar cerca de los pobres y abandonados. Pero quizás hemos prestado menor atención a la tercera línea pastoral que nos propone crecer juntos hacia la santidad. Por eso el año próximo, como Arquidiócesis, nos detendremos un poco más en este propósito. En el marco de este hermoso tiempo de la Navidad, quiero invitarlos a recorrer un año dedicado a la santidad, a motivarnos para el crecimiento en la vida de la gracia.

Nos dice el Santo Padre en Gaudete et exsultate: “No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia” (GE 34).

Esto no es algo que nos aparte de la misión, porque cuando la santificación de cada uno es real, ese bien desborda en todo el Cuerpo místico, se derrama, contagia, termina haciendo bien a todos y despertando nuevas energías evangelizadoras.

El Señor nos llama a crecer
El crecimiento en la santidad es un crecimiento en intensidad de nuestra capacidad de amar, pero también es un crecimiento “extensivo”. Es decir: permitir al Espíritu Santo que entre en algún aspecto de nuestra vida donde no se lo permitimos, donde queremos ser dioses de nosotros mismos. Dice al respecto Francisco: “Cuando escrutamos ante Dios los caminos de la vida, no hay espacios que queden excluidos. En todos los aspectos de la existencia podemos seguir creciendo y entregarle algo más a Dios, aun en aquellos donde experimentamos las dificultades más fuertes” (GE 175).

En este camino de crecimiento es mucho lo que se juega para tu destino, y por eso no te conviene hacer oídos sordos a este llamado. Porque ¿de qué depende la felicidad del cielo? Depende del grado de amor que hayas desarrollado en esta vida. Es como si uno fuera preparando un recipiente para el agua. El agua se derramará como una inmensa y generosa cascada, pero recibirás lo que pueda contener ese espacio que fuiste abriendo.

Esto es importante cuando uno se pregunta cómo sacarle el jugo a esta vida, y teme que se le pasen los años sin haberla aprovechado. Pero ¿qué quiere decir “aprovechar” la vida? Lo más importante es gastarla para ese crecimiento personal en el amor, porque de eso dependerá la felicidad de toda la eternidad. Reconozcamos entonces qué importante es crecer en la santidad. Es mucho lo que está en juego.

Claro que no deberíamos hacerlo sólo por interés, sino porque estamos enamorados de Cristo y queremos responder a su amor. Y lo mismo deseamos para los hermanos. Porque Dios tiene un proyecto para cada uno y hace falta “tomarse muy en serio a cada persona y el proyecto que Dios tiene sobre ella. Cada ser humano necesita más y más de Cristo y la evangelización no debería consentir que alguien se conforme con poco” (EG 160).

Partir del puro don
Cuando hablamos de la santificación corremos el riesgo de sentir que es un esfuerzo más, como el que uno hace para construir una casa, seguir una carrera o desarrollarse económicamente. Pero estamos hablando de algo de otro nivel, completamente distinto, que trasciende cualquier cosa de este mundo. Para poder crecer en la santidad primero necesitamos ser infinitamente elevados, por encima de nuestra pequeña naturaleza. Necesitamos ser elevados al seno de la Trinidad, introducidos en lo íntimo del Corazón de Cristo donde arde el fuego del Espíritu. Así elevados y transformados nos volvemos amigos del Señor y somos capacitados para el amor de caridad, imposible para las solas fuerzas humanas. Es un salto infinito que nosotros no podemos dar si el Señor mismo no nos eleva con su gracia, y así nos capacita para crecer en la santidad.

Entrar en la amistad con el Señor es algo tan desproporcionado a nuestras capacidades y fuerzas, que no podemos comprarlo, es imposible pagarlo o merecerlo con cumplimientos. Sólo puede ser recibido gratis, con humildad, gratitud y alegría.

Esto explica por qué santa Teresita de Lisieux podía decir estas palabras: “No quiero amontonar méritos… En el atardecer de esta vida me presentaré ante ti con las manos vacías, Señor”.[1] Ella creía que era mejor abrir las manos con humildad y deseo, para que Dios las colme con su misericordia, antes que ir a “mostrarle” lo que hemos hecho con nuestros pobres méritos.

Santo Tomás de Aquino enseña que esta amistad con el Señor, que se hace posible cuando somos elevados y transformados (justificación) tampoco puede ser merecida por las obras posteriores a esa elevación. Entonces será eternamente un regalo absolutamente gratuito.[2] ¿Quién puede pretender pagar algo tan grande y tan sublime? Sólo pretende pagarlo quien ha perdido la capacidad de admiración.

Lo dice muy claro la Biblia: “Esto no proviene de ustedes, sino que es don de Dios, y no viene de las obras, para que nadie se agrande” (Ef 2, 8-9).

Miremos cómo expresaban esto algunos Padres de la Iglesia, por ejemplo san Ambrosio:

«No tengo nada en mis obras de las que pueda gloriarme, no tengo nada de qué enorgullecerme y, por tanto, me gloriaré en Cristo. No me gloriaré porque soy justo, sino porque he sido redimido. No me gloriaré porque estoy exento de pecados, sino porque se me han perdonado. No me gloriaré porque he ayudado ni porque me han ayudado, sino porque Cristo ha sido mi abogado ante el Padre, porque la sangre de Cristo fue derramada por mí. Mi culpa se convirtió para mí en el precio de la redención, a través de la cual Cristo
me ha salido al encuentro. Cristo padeció la muerte por mí. Tiene más ventajas la culpa que la inocencia. La inocencia me había hecho arrogante, la culpa me ha hecho humilde».
[3]

San Juan Crisóstomo enseñaba que si nos sentimos fuertes para luchar, es porque antes hemos recibido gratis la fuerza para seguir adelante: “Dios derrama en nosotros la fuente misma de todos los dones, y esto todavía antes que nosotros entremos en el combate”.[4]

Volvamos entonces a la fuente, a beber del agua sobrenatural que necesitamos. Volvamos a recibirla en la oración, en la confesión frecuente, en la adoración, en la lectura serena y orante de la Palabra. Y que el año próximo nos decidamos a dedicar más tiempo al Señor, para que él haga su obra en nosotros.

El Amigo que me promueve 
Pero está la otra cara de la moneda: una vez recibido el regalo gratuito de la gracia, cada ser humano puede cooperar para desarrollar esa vida de la gracia, puede colaborar para el crecimiento de ese don sobrenatural. Porque el Señor, al regalarte su amistad te valora tanto que te hace cooperar con su propio crecimiento, te transforma de manera que puedas aportar algo de tu parte para crecer en la santidad.

El Catecismo enseña que «frente a Dios no hay, en el sentido de un derecho estricto, mérito alguno por parte del hombre» (CCE 2007). Sin embargo, «bajo la moción del Espíritu Santo y de la caridad podemos merecer en favor nuestro gracias útiles para nuestra santificación, para el crecimiento de la gracia» (CCE 2010).

Porque la gracia no anula al ser humano: “el libre obrar del hombre es lo segundo, en cuanto que éste colabora” (CCE 2.008). Dios toma tan en serio al amigo, que lo promueve, lo capacita, le hace sacar lo mejor de sí, le hace poner algo de su parte en un camino de maduración y desarrollo. Entreguemos todo de nuestra parte entonces, démoslo todo, para que el año 2023 sea un año de más santidad en nuestra Arquidiócesis.

Santificarnos juntos
Como ésta es una línea pastoral de toda la Arquidiócesis, no se trata sólo del camino que pueda hacer cada uno solo, sino de “caminar juntos” para crecer como comunidades. Nos dice el Santo Padre:

“La santificación es un camino comunitario, de dos en dos. Así lo reflejan algunas comunidades santas. En varias ocasiones la Iglesia ha canonizado a comunidades enteras que vivieron heroicamente el Evangelio o que ofrecieron a Dios la vida de todos sus miembros. Pensemos, por ejemplo, en los siete santos fundadores de la Orden de los Siervos de María, en las siete religiosas del primer monasterio de la Visitación de Madrid, en los veintiséis mártires de Japón, en san Andrés Taegon y sus compañeros, en san Roque González y sus compañeros. También recordemos el reciente testimonio de los beatos monjes trapenses de Tibhirine (Argelia), que se prepararon juntos para el martirio. Del mismo modo hay muchos matrimonios santos, donde cada uno fue un instrumento de Cristo para la santificación del cónyuge… Esto ocurría en la comunidad santa que formaron Jesús, María y José, donde se reflejó de manera paradigmática la belleza de la comunión trinitaria. También es lo que sucedía en la vida comunitaria que Jesús llevó con sus discípulos y con el pueblo sencillo” (GE 141.143)

Por eso necesitamos empezar a trabajar como parroquias, movimientos, instituciones. Pensemos juntos qué cauces crearemos en 2023 en orden a ofrecer nuestros esfuerzos para esta santificación comunitaria. Les doy algunos ejemplos de distinto nivel que han surgido en las consultas de los últimos años, pero cada comunidad elegirá sus caminos:

  • Organizar en todas las reuniones de los distintos grupos momentos de formación espiritual, de oración, de lectio divina o breves celebraciones.
  • Realizar peregrinaciones dentro y fuera de la Arquidiócesis.
  • Crear grupos de oración con la Palabra.
  • Organizar “patios bíblicos” en hogares para invitar a los vecinos a orar con la Biblia.
  • Alentar la participación en momentos comunitarios de adoración al Santísimo.
  • Meditar juntos “Gaudete et exsultate”.
  • Utilizar las redes sociales para estimular el crecimiento en la vida cristiana con mensajes, imágenes y distintos estímulos, como hacía el beato Carlo Acutis.
  • Abrir páginas de Facebook y otras redes para transmitir material formativo, videos e imágenes que estimulen el crecimiento en la santidad.
  • Reflexionar en grupos sobre las vidas de los santos y sobre los textos de los místicos y grandes autores espirituales.
  • Realizar frecuentemente talleres sobre distintas formas de oración, sobre el sentido de las partes de la Misa, sobre la oración con la Biblia y sobre la oración con la música y el canto.
  • Proponer retiros de una tarde o de un día algunos fines de semana.
  • Realizar encuentros de formación espiritual y de oración conjuntamente entre parroquias vecinas y/o movimientos.
  • Organizar festivales de música y oración
  • Acudir a María a través de los Caminos marianos, rosarios meditados, etc.
  • Profundizar el sentido de los cantos usados en la Misa o en nuestras reuniones.
  • Invitar a orar en ermitas del barrio.
  • Difundir por los hogares estampas y breves meditaciones espirituales.
     

Un gran secreto

No obstante, no hay que caer en una trampa: creer que con la oración ya cooperamos lo suficiente para ser más santos. No. Hay que orar más pero también hay que ponerlo todo. Porque el Señor que nos ama no nos hará crecer sin que toda nuestra vida se introduzca en este camino. San Pablo nos exhorta: “Ofrézcanse a ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios” (Rom 12, 1).

Entonces no basta la oración para santificarse. Es como si uno tuviera el tanque lleno de nafta pero no hiciera arrancar el auto. Por eso el Magisterio de la Iglesia condenó una frase de los jansenistas que decía esto: “Dios abrevió el camino de la salvación, encerrándolo todo en la fe y la oración”.[5] No es así, ese no es el resumen. La Palabra revelada dice otra cosa: “toda la ley se resume en este único precepto: amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gál 5, 14). Esa es la síntesis.

Hay que ofrecerle al Señor nuestros mejores esfuerzos e intentos para amar más. Nos hace falta orar pero al mismo tiempo tenemos que ofrecer nuestras energías y capacidades para que en nuestra vida haya más actos de amor a los demás. San Pablo también pedía a sus comunidades: “Acerca del amor fraterno no es necesario que les escriba, porque Dios mismo les ha enseñado a amarse unos a otros… Pero los exhorto a hacer mayores progresos todavía” (1 Tes 4, 9-10).

Entonces nuestro camino de santificación es una combinación de humildad agradecida por tanto amor de Cristo y de servicio generoso a los demás. Esa mezcla son los santos. Algunos pueden ser más orantes o menos, pero sin duda ninguno de ellos ha sido santo si no amó a los demás. De ahí que no podamos separar esta línea pastoral del empeño por estar cerca de los pobres y abandonados y del permanente esfuerzo misionero.

Les propongo un pequeño trabajo con la Biblia. Porque hay un camino a lo largo de tres textos bíblicos que nos revela claramente este secreto. Tómense un tiempito y traten de descubrir la evolución que hay entre estos tres textos: Levítico 19, 2; Mateo 5, 46-48 y Lucas 6, 36-38. Después que lo hayan hecho, continúen la lectura de estas páginas.

Miren: si en el Levítico se trataba de ser santos como Dios cumpliendo una multitud de normas, Mateo nos invita a ser perfectos como Dios viviendo en el amor fraterno. Pero en Lucas se da todavía un paso más y ya en lugar de decir “perfectos” dice “misericordiosos”. Allí alcanzamos la verdadera síntesis de la santidad.

Esta misericordia incluye dos aspectos expresados en el texto de Lucas: por una parte es comprender, disculpar, perdonar. Por otra parte es dar con generosidad. Más y más.

Cerremos el círculo
Sin embargo, si nos quedamos aquí volvemos a inclinar la balanza para el otro lado y terminamos creyendo que santificarse es una carrera por hacer cosas con las propias fuerzas, por cumplir, pretender comprar el amor de Dios y terminar confiando en la propia capacidad humana tan limitada y engañosa.

No. La verdadera misericordia, que brota de un corazón amante y generoso, sólo es posible con la potencia de la gracia y necesitamos pedirla, clamar cada día para que el Espíritu la derrame en nosotros y nos abra el corazón frío, individualista e interesado. Siempre nos hará falta orar. Así se cierra el círculo de la santidad. Miremos cómo nos exhorta a orar el Papa Francisco:

“El santo es una persona con espíritu orante, que necesita comunicarse con Dios. Es alguien que no soporta asfixiarse en la inmanencia cerrada de este mundo, y en medio de sus esfuerzos y entregas suspira por Dios, sale de sí en la alabanza y amplía sus límites en la contemplación del Señor. No creo en la santidad sin oración, aunque no se trate necesariamente de largos momentos o de sentimientos intensos… Todos tenemos necesidad de este silencio penetrado de presencia adorada. La oración confiada es una reacción del corazón que se abre a Dios frente a frente, donde se hacen callar todos los rumores para escuchar la suave voz del Señor que resuena en el silencio… En ese silencio es posible discernir, a la luz del Espíritu, los caminos de santidad que el Señor nos propone… Para todo discípulo es indispensable estar con el Maestro, escucharle, aprender de él, siempre aprender. Si no escuchamos, todas nuestras palabras serán únicamente ruidos que no sirven para nada” (GE 147.149.150).

En 2023, para crecer de verdad, necesitamos orar más. Necesitamos más tiempo dedicado a una oración que nos fortalezca y caliente el corazón para servir más, para vivir más unidos, para ser más misioneros. Más y más hermanos y hermanas, no nos conformemos con poco, no le demos poco al Señor. Más y más.

Con mi paternal bendición.

Mons. Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata
 


Notas:
[1]Santa Teresa de Lisieux, Acto de ofrenda al Amor misericordioso.
[2]“Después que uno ya posee la gracia, no puede la gracia ya recibida caer bajo mérito” (Santo Tomás de Aquino, ST I-II, 114, 5).
3]San Ambrosio, Giacobbe e la vita beata I,6,21, Milano-Roma 1982, pp. 251.253
[4]San Juan Crisóstomo, In Rom. 9, 11.
[5]Clemente XI, Unigenitus: Errores de Pascasio Quesnel, 8 de septiembre de 1713, error nro. 68.