Así, con estas palabras, se despidió Jesús Resucitado de los suyos: «Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra». (Hch 1,8).
Muy seguramente que Jesús, al pronunciar estas palabras de despedida, antes subir al cielo, tendría, en su mente y en su corazón, aquellas otras que Él mismo pronunció un día sábado en la sinagoga de Nazaret, leyendo al profeta Isaías: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. … «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír» (Lc 4,18-19. 21).
Si para poder seguir fielmente a JESÚS, como verdaderos discípulos, amigos y enviados-misioneros del Maestro se requería la moción del Padre: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a Mí, si el Padre no se lo concede» (Jn 6, 65); para poder ser testigos de Jesús en el mundo ante los hombres, se requiere la fuerza del Espíritu Santo. Para ser testigos de la Verdad, en medio de tanta mentira, fingimiento, corrupción y maldad a nuestro alrededor, con todo lo que esta vocación implica de contradicción, persecución, incluso del martirio, entregando la propia vida por la Verdad y la Justicia del Reino de Dios -Reino que se identifica con el mismo Jesucristo-, se necesita la fortaleza del Espíritu Santo que actúe en nuestra debilidad y fragilidad humana. Los últimos sucesores de Pedro no se cansan de reconocer y expresar que el Espíritu Santo es el verdadero Protagonista y Agente principal de la acción evangelizadora de la Iglesia, y de que, por tanto, para ser auténticos testigos de Jesús, cooperando en esta ingente obra de transformación de la humanidad según los designios de Dios, hay que escuchar las mociones del Espíritu y dejarse guiar por este Espíritu de Amor y de Verdad. Sigue vigente y actual la invitación de San Pablo VI: Exhortamos a todos y cada uno de los evangelizadores a invocar constantemente con fe y fervor al Espíritu Santo y a dejarse guiar prudentemente por Él como inspirador decisivo de sus programas, de sus iniciativas, de su actividad evangelizadora. (EN 75).
La santidad de vida, el amor y respeto a los demás, el servicio a la verdad, la búsqueda de la unidad, la alegría y la esperanza son, a la vez, exigencias y señales de los auténticos Testigos de Jesucristo.
En este octubre, mes misionero por excelencia, la Liturgia de la Iglesia nos ofrece el testimonio y el ejemplo de grandes santos: Santa Teresa del Niño Jesús, San Francisco de Asís, Santa Faustina Kowalska, San Bruno, San Juan XXIII, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Antioquía, San Lucas, evangelista, San Pedro de Alcántara, San Pablo de la Cruz, San Juan Pablo II, San Antonio María Claret, Santos Simón y Judas, apóstoles. Todos ellos, con la fuerza y los dones recibidos del Espíritu Santo, fueron introducidos en la Verdad y supieron responder con fidelidad con sus vidas, siendo Testigos de Jesús, el Señor.
Y nosotros hoy, en nuestro tiempo y circunstancias presentes, ¿estamos dispuestos y aceptamos libre y voluntariamente, con la fuerza del Espíritu Santo, ser testigos de Jesús para la salvación del mundo? Esperemos que sí.
Mons. José Vicente Conejero Gallego, obispo de Formosa