Viernes 22 de noviembre de 2024

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Coronación de la Virgen de Schöenstatt

Homilía en la celebración eucarística de la Coronación de la Virgen de Schöenstatt (Santuario de Schöenstatt, Godoy Cruz, 28 de agosto de 2022)

Queridos hermanos

En esta hermosa tarde, la Palabra de Dios quiere despertar nuestra atención, bien dispuestos nuestros corazones, conscientes de que el Señor quiere darnos su mensaje, quiere llamarnos a una reflexión adulta para madurar nuestra fe. Y, aunque la escuchamos tantas veces en sus distintos textos, anécdotas y parábolas, siempre es nueva porque nos sorprende con algún aspecto que no hemos percibido otras veces y que hoy tiene tanto para decirnos. Siempre le estamos encontrando algún ángulo, alguna perspectiva, algún aspecto que se nos

Me voy a concentrar en la enseñanza de Jesús. El marco es la casa de un prominente fariseo, cuyo sector tenía gran prestigio porque en épocas cercanas habían sabido testimoniar su fe ante la invasión extranjera. Sin embargo, con el tiempo, su imagen de Dios y su aplicación de la Ley constituía un severo motivo de exclusión de muchas personas. Ese formalismo, ese modo de buscar cada detalle como una parte esencial lo hacían entonces muy duros y muy rígidos para juzgar a sus hermanos. Por eso, aun cuando lo invitaban a Jesús para comer, ya lo estaban estudiando para ver en qué se equivocaba o qué cosa de su reflexión era trasgresora de lo que consideraban, rígidamente, su sana doctrina.

En este caso Jesús nos presenta la parábola de una fiesta. Con indicaciones muy precisas para lo que son invitados y para los que invitan. Nosotros sabemos que esta imagen de la fiesta es una recreación de una realidad más fuerte, que es la vida. Dios nos invita a vivir. Dios nos llama a celebrar, a hacer precisamente fiesta con El. Por eso, para los que somos invitados, participar de la fiesta es lo más importante. Hacer fiesta y alegrarnos con el festejado, compartir con él y con los otros asistentes es central. Y no tanto la cuestión del lugar ni el modo de llegar al alimento o de visibilizar la presencia de cada invitado. Sin embargo, el tema del lugar es recurrente para la sociedad humana y, dolorosamente, para la Iglesia. Ya leíamos en el día de Santiago Apóstol como los dos apóstoles, Santiago y su hermano estaban charlando y la mamá le pedía a Jesús un lugarcito de importancia para cada hijo. El tema de los lugares forma parte de nuestra psicología. Pero cuando el lugar se convierte en la obsesión, cuando el lugar es lo central, estamos perdiéndonos la fiesta. 

La sociedad humana pondera los lugares y hay prelaciones en los festejos y en las organizaciones de los actos; ¡Qué tremendo cuando los lugares sólo valen para servirse de ellos! El tema del lugar por eso no es algo neutral y Jesús quiere ir al fondo cuando nos dice que prefiramos un puesto donde no tengamos que ser avergonzados de estar fuera de nuestro propio ámbito. En todo caso y vale más, como una gran picardía Jesús nos lo dice, que te llamen después. Pero no presumir, no mandarse la parte, no creerse más que nadie. Exactamente, volviendo a la parábola de Jesús, como en la vida misma. 

Pero también el Señor le da indicaciones al que invita, haciéndole notar que no puede olvidarse en sus invitaciones de los más pobres o de las personas que no están bien consideradas por su lugar social, económico o incluso de sus condiciones de salud. Lo cierto es que la mirada de Jesús otra vez nos hace pensar en la vida y cómo nosotros estamos llamados a tener en nuestra vida a todo tipo de personas y a no dejar a nadie afuera. Y tener una sensibilidad especial para considerar inclusive amigos a los que son más pobres o necesitados de Dios. Esa cercanía con todos, sobre todo con los más sencillos, con las personas que no cuentan para los protocolos y las órdenes de importancia, nos hace también pensar cuanto quiere Dios que nos reconozcamos antes que nada hermanos y no descuidemos la llamada de Dios a ser cercanos y solidarios siempre.

En esta misa solemne, celebramos a la Virgen y le confiamos nuestras vidas. Quién mejor que Ella, que no buscó ningún lugar y que, al recibir el anuncio del ángel, respondió con humildad y generosamente, después de un primer momento natural de perplejidad. Se sabía pequeña para un don tan grande. Y, sin embargo, en la fiesta de la Encarnación, el Padre bueno le ofrecía el primer lugar. Ese primer lugar de la Virgen, la llena de Gracia, no fue motivo para agrandarse ni sentirse superior. Lejos de buscar lugares de importancia ella no perdía de vista lo más importante: ser fiel al seguimiento de su hijo. Podemos decir que el lugar de la Virgen es el lugar de ver a Jesús, de contemplarlo y saber exactamente qué paso dar detrás de Él. Así también nosotros, en el seguimiento de Jesús somos invitados a buscar ese lugar, el lugar de la contemplación para responder según su voluntad. Preguntarnos y discernir nuestro lugar en la vida, nos urge no sólo en la juventud a la hora de nuestras inquietudes vocacionales, sino en la maduración de la fe para vivir conforme a la voluntad de Dios. 

El lugar de la Virgen nos inspira. Es precisamente el primero y el último. Porque quiso seguirlo a Jesús hasta el momento del dolor, de la cruz y del sufrimiento, de la entrega final. Y es en el altar de la cruz que Jesús le anuncia que sería nuestra Madre, cuando la Virgen recibe de Dios una invitación y un lugar. Ese lugar-misión es el de ser la Madre, la compañera de marcha de la humanidad en camino, el lugar de la testigo que siempre nos invita a perseverar en la fe. En ella nos alegramos. A ella hoy la celebramos. Y no hay primeros ni últimos lugares porque nuestro desafío es descubrir el lugar que el Señor ha querido que ocupáramos, cerquita de la Virgen y a mano para recibirlo a su Hijo muy amado que se hace Palabra y Pan de vida.

Mons. Marcelo Daniel Colombo, arzobispo de Mendoza