La celebración de la Declaración de la Independencia nos convoca en esta Catedral Basílica para dar gracias y pedir por nuestra Patria, unidos a todos los que habitamos esta tierra bendita del trigo y el pan. Cada 9 de julio nos posibilita recordar, honrar y celebrar a los “próceres que después de arduas jornadas de encuentros y debates tuvieron la grandeza y decisión de declarar la Independencia del poder colonial. Así nació una nueva Nación. Hacer memoria de los tiempos fundacionales y su desarrollo histórico, nos ayuda a conocer y comprender nuestro presente y renovar los ideales de aquellos hombres, que supieron postergar aspiraciones personales y sectoriales para alumbrar algo más grande, un bien superior: el bien de la Patria.
El evangelio de hoy -Lucas 10, 1-9- nos narra cómo Jesús, después de haber presentado claramente las exigencias de la vida apostólica, "designó a otros setenta y dos, además de los doce, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir"(10,1).
El número setenta y dos tiene un valor simbólico de universalidad, idea, propia de aquella época, de que las naciones que poblaban la tierra eran 72. Por tanto, se insiste en la universalidad del envío: el mensaje es para todos los pueblos de la tierra.
Luego está el envío en imperativo: “Vayan! La urgencia del envío es puesta de relieve en la prohibición de saludar por el camino. Nada puede distraer ni demorar la misión.
Los misioneros son enviados a las casas de la ciudad, lugar para el primer encuentro y el primer anuncio, indicando la importancia de los vínculos personales para transmitir el mensaje. El Reino crea nuevos vínculos de cercanía y fraternidad
¿Cuál es el contenido del anuncio? La paz; el don de la paz. Para la Biblia, la paz indica el conjunto de los bienes mesiánicos esperados para la era escatológica. Llega incluso a identificarse con la salvación (cf. He 10,36). La presencia de Jesús es la presencia de la paz (cf. Lc 24,36: el saludo de Jesús resucitado a los discípulos); recibir a Jesús es recibir la paz de Dios. "esta paz no es solo un deseo, es un don, y tan real que si es rechazado retorna a los discípulos”. Para recibir esta paz de Dios se requiere una disposición, estar abiertos a recibirla, ser "hijo de la paz”. - En estrecha vinculación con la paz está el anuncio de la llegada del Reino de Dios, que trae la verdadera paz. Al mismo tiempo la paz, junto con la curación de los enfermos, pasa a ser el signo de la llegada del Reino a una persona y a una familia o casa (cf. 10,9).
Es bueno detenernos en esta dimensión del Reino, que vino a anunciar Jesús y por el que entregó su vida: “porque Cristo es nuestra Paz: El ha unido a los dos pueblos en uno solo, derribando el muro de enemistad que los separaba…” Efesios 2, 14. El Señor Jesús nos entregó esta misión a todos: ser mensajeros e instrumentos del Evangelio de la Paz. Es el Evangelio que se predicó desde los inicios de nuestra Patria y que hoy debe iluminar e inspirar la acción de todos: en particular la acción de todos los dirigentes y responsables de la Patria.
En distintas latitudes del mundo golpean las guerras, las hambrunas, los millones de desplazados, migrantes y refugiados, inmersos en la pobreza y en la desesperanza que buscan pan, libertad y paz. Ciertamente que vivimos tiempos muy difíciles. Nuestro país sufre una profunda crisis -ya prolongada por años- donde en muchos hogares falta el pan de cada día, un techo digno, un trabajo estable y bien remunerado. Con pocos horizontes para los jóvenes, con muchísimos hermanos y hermanas carentes de los bienes esenciales que les den dignidad y esperanza. La brecha de la desigualdad ha crecido profundamente en estos últimos años.
Los próceres de Tucumán han iniciado una tarea que está inconclusa. Numerosas generaciones de hombres y mujeres de la Patria han aportado lo mejor de cada uno para construir una nación soberana, con igualdad de posibilidades, con desarrollo y un progreso que llegó a muchos; una Patria que supo acoger, que brindó “un nuevo hogar” a multitudes de inmigrantes que iniciaron una vida nueva en esta bendita tierra: llena de esperanzas y realizaciones. Aquellos enriquecieron la Patria. Hoy nos duele ver como las nuevas generaciones, hijos e hijas de esta Patria se sienten excluidos, sin oportunidades, lo que los empuja a buscar horizontes en otros lados. Hemos calado su confianza. No encuentran entre nosotros un atisbo de esperanza para construir un proyecto de vida digna en favor del bien común, para entregar a su país todo el bien recibido.
Nos urge reiniciar una tarea inmensa, reconstruyendo vínculos vecinales, sociales, fraternos y amigables en los cuales todos sean incluidos y donde cada uno tenga acceso a los bienes esenciales.
“Estamos convencidos de que la Patria es tarea de todos, en especial en este tiempo en nuestro país y en la región en que asistimos a una instigación permanente del odio y al desencuentro, que nos impide reconocernos como hermanos y dar pasos trascendentes en términos de unidad. Necesitamos políticas públicas que salgan del cortoplacismo, necesitamos más responsabilidad y espíritu crítico ante el poderío mediático que, respondiendo a intereses económicos sectoriales, reduce la política al espectáculo o a la imagen, privilegiando el rating, la descalificación, negando la discusión inteligente de las ideas y el discernimiento de la realidad.” cf. Mensaje de la Semana Social organizado por la Pastoral Social del Episcopado, donde participaron líderes sociales, políticos, empresariales, sindicales entre otros.
La Patria necesita de personas que estén dispuestas a construir el arte de la escucha respetuosa del otro creando un clima de diálogo sereno y razonable para llegar a consensos y acuerdos, promoviendo el bien común, siendo promotores de la paz, superando la agresión y la violencia en cualquiera de sus formas; personas que brinden su servicio desinteresado para incluir a los más desplazados, por sobre ambiciones de poder y hegemonía.
Los desafíos son inmensos. Cuando asumimos con lucidez, valentía y decisión estos grandes ideales y valores, contamos con la ayuda del Señor, que nos prometió su auxilio y su gracia para realizar nuestra misión. Nos confiamos a Nuestra Señora de la Consolación de Sumampa Madre y Patrona de todos los santiagueños. En sus manos ponemos a nuestra querida Patria. Amen
Mons. Vicente Bokalic CM, obispo de Santiago del Estero