Viernes 22 de noviembre de 2024

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Tedeum del 9 De Julio

Homilía de monseñor Juan Alberto Puiggari, arzobispo de Paraná, durante el tedeum del 9 de Julio (Parroquia San Miguel Arcángel, Paraná, 9 de julio de 2022)

Queridos hermanos:

Como nuestros representantes reunidos en la histórica Casa de Tucumán, el 9 de julio de 1916, hoy también nosotros nos hemos reunido en este templo histórico de San Miguel, para implorar a Dios Nuestro Señor por el bien de nuestra Patria, reconociéndolo como fuente y origen de toda razón y justicia, como lo invoca nuestra Constitución Nacional.

Y lo hacemos con el convencimiento más firme, como dice el Salmo, de que en vano trabaja el obrero, si el Señor no construye la casa, y que en vano vigila el centinela, si el Señor no cuida la Ciudad.

Mirando nuestra historia nacional nos damos cuenta, por encima de las limitaciones que tenemos, de los errores que hemos cometido o de las situaciones difíciles que estamos viviendo; nuestra Nación ha recibido grandes dones y beneficios del Dios que es Uno y Trino.

En tiempos marcados por la globalización, no debe debilitarse la voluntad de ser Nación, una familia fiel a su historia, a su identidad y a sus valores humanos y cristianos.

La Patria es nuestra madre: nos engendró, somos parte de sus entrañas, nos abriga bajo su bandera celeste y blanca, nos da su nombre, el de argentinos, nos hace partícipes de sus triunfos y fracasos, de sus alegrías y sus sufrimientos, de sus sueños y esperanzas.

El amor a la Patria es un deber imperioso para todo hombre y más aún para todo cristiano. Jesucristo quiso anunciar la Buena Nueva del Evangelio, antes que a nadie, a las ovejas de la casa de Israel, y lloró sobre futuras desgracias de Jerusalén, como lloró sobre el sepulcro de su amigo Lázaro.

San Agustín, con sus frases vigorosas, nos recuerda: “Ama a tus padres, pero más que a ellos ama a tu Patria, y más que a tu Patria ama a Dios”.

Por eso, mis hermanos, todos tenemos que sentirnos protagonistas en este momento difícil que estamos atravesando. No podemos ser insensibles al dolor de nuestra gente, a la cierta desesperanza que hay en nuestro pueblo. Tenemos que pedir la gracia de renovar nuestro entusiasmo por construirla juntos y curar cuidadosamente sus heridas. Es el momento para la magnanimidad, la humildad y debemos deponer el interés mezquino del proyecto personal para recrear las bases de un proyecto grande de país, que nos convoque, nos identifique y nos exprese. Tenemos que tener presente a nuestros grandes héroes como San Martín, Belgrano y Güemes, que fueron capaces de postergar toda ambición personal para servir a la Patria.

Creo, queridos hermanos, que todos somos conscientes del estado anímico de nuestra gente, por muchos motivos -que no viene al caso enumerar- pero debemos comprometernos a sanar a nuestro pueblo herido y sufrido, para lo cual no bastan palabras grandilocuentes sino hechos concretos que hagan creíble el compromiso de los que tenemos más responsabilidad.

Hoy queremos sentirnos herederos de los próceres de Tucumán.

Le damos gracias a Dios porque en Su Providencia nos quiso una Nación libre e independiente, y queremos renovar nuestro compromiso de defender cada día la libertad, como don precioso de Dios.

La Independencia es un hecho histórico que celebramos pero es sobre todo una tarea cotidiana que nos compromete a todos. Hay nuevas formas de colonialismo que “pretenden imponer una nueva cultura que hace limpieza de las tradiciones válidas, de nuestra historia, también de la religión de un pueblo. Estas colonizaciones ideológicas reniegan del pasado y no miran el futuro: viven el momento, no el tiempo, y por eso no pueden prometernos nada”. (Papa Francisco)

Esto requiere de todos un fuerte y lúcido sentido patriótico que se exprese en la capacidad de discernir lo bueno de lo nuevo y rechazar los que son anti-valores y se oponen al ser nacional.

Dios quiera que sepamos vivir y defender la libertad, que supone el cuidado de toda vida, el respeto de los derechos de los otros, que excluye el egoísmo, porque busca el Bien Común amando a todos sin excluir a nadie, privilegiando a los pobres, perdonando a los que nos ofenden, aborreciendo el odio y construyendo la paz.

Ser una sociedad libre es trabajar por una cultura cívica en la que cada uno pase de habitante a ciudadano; de quejarse a ser constructor de una sociedad mejor. Nuestra Patria se construye comprometiendo nuestra libertad personal y social en la búsqueda del Bien Común.

El querido y recordado San Juan Pablo II nos dio un ejemplo profundo de amor a su Patria y en un mensaje a los jóvenes les enseñaba cómo el amor y el arraigo a la familia está íntimamente unido al amor y al arraigo a la Patria. Porque la Patria es como la prolongación de la familia, es una familia grande en la que estamos unidos por lazos de historia común, de tradición, de cultura, de lengua y de Fe. Necesitamos hacer un gran esfuerzo para restaurar la familia y así hacer crecer la Patria a través de una convivencia de hermanos que recree el tejido social, y nos permita afianzar la identidad y la alegría de ser una Nación.

A la hora de soñar con un país ideal, la Iglesia mira a su Señor y Maestro, Jesús, que en el monte de las bienaventuranzas ofrece su programa de vida -que acabamos de escuchar- a todas las generaciones de la historia y se nos presenta como la Roca sobre la cual tenemos que construir para tener la certeza de que las tempestades no lo harán sucumbir.

Quiero elevar mi oración a Dios, fuente de toda Sabiduría, para que ilumine a todos los gobernantes y los fortalezca para los grandes desafíos de este tiempo, para que busquen ante todo el bien de nuestro pueblo procurando el Bien Común.

Que Nuestra Señora de Luján, Patrona de la Argentina, haga sentir su presencia de Madre, especialmente a aquellos hermanos nuestros que más sufren en el cuerpo o en el alma y nos acompañe siempre en el caminar de nuestra historia.

Que así sea.

Mons. Juan Alberto Puiggari, arzobispo de Paraná