Queridos hermanos y hermanas:
Como todos los 15 de mayo celebramos la fiesta en honor de nuestro Santo patrono, San Isidro Labrador. Este año la celebración reviste un carácter muy especial ya que conmemoramos los 400 años de su canonización. Por tal motivo el Papa Francisco nos ha concedido que este año, y hasta el 15 de mayo de 2023, sea un Año Santo Jubilar para nuestra Diócesis.
¿Qué significa esto? Que podremos vivir un tiempo especial de gracia para que, inspirados por el ejemplo de San Isidro, todos renovemos el deseo de ser santos, ya que para eso hemos sido creados por Dios, “para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor” (Ef 1,4).
Sabemos bien que en el camino de nuestra vida “el ejemplo de los santos nos anima y su intercesión nos acompaña siempre”, como nos dice la Liturgia. ¿Cuál puede ser el ejemplo a imitar de un asalariado peón de campo del siglo XII para nosotros, hombres y mujeres de la posmodernidad, habitantes urbanos de una sociedad tecnologizada?
El Papa Francisco nos recuerda que “hay testimonios que son útiles para estimularnos y motivarnos, pero no para que tratemos de copiarlos, porque eso hasta podría alejarnos del camino único y diferente que el Señor tiene para nosotros. Lo que interesa es que cada creyente discierna su propio camino y saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha puesto en él (Cf 1Co 12, 7), y no que se desgaste intentando imitar algo que no ha sido pensado para él” (Gaudete et Exsultate, 11).
Queremos compartir con ustedes cuatro rasgos distintivos de la santidad de Isidro que son especialmente actuales para nosotros y pueden estimular nuestro deseo de crecer en santidad.
En primer lugar San Isidro es un laico, un hombre casado con Santa María de la Cabeza y padre de un hijo. El mismo Francisco nos enseña que la santidad no es solo para los que se consagraron a Dios por el celibato, y nos dice: “Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra… ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia... ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús” (Gaudete et Exsultate, 14).
El primer testimonio de este matrimonio santo es para todos los que estén casados y hayan formado una familia. El mismo amor de esposos y padres cristianos los convierte, en razón de su bautismo, en ministros cotidianos del sacramento del amor entre Cristo y la Iglesia. A través de la recíproca comunicación de su amor humano de varón y de mujer, y en el ejercicio de su paternidad, los esposos y padres cristianos se santifican mutuamente. Por este motivo ellos poseen una espiritualidad que les es propia, la “espiritualidad del vínculo”, ya que es en la relación conyugal donde los esposos reciben y se comunican la gracia que los santifica (Cf Amoris Laetitia, 315).
Cuánto deseamos que todos los matrimonios de nuestra Diócesis aprovechen este año para crecer en comunicación, intimidad, fidelidad, paciencia y fe. ¿No es este acaso el único camino para ser felices como esposos y padres? San Isidro y Santa María son testigos de que lo es.
Un segundo rasgo de la santidad de Isidro es su condición de trabajador. Mediante el cultivo y la labranza su trabajo cotidiano le permitió ganar el salario para sostener su familia. Sabemos que hoy en día la situación socioeconómica de nuestro país representa un desafío muy grande para conseguir trabajo, conservarlo y recibir en justicia el sueldo que permita desarrollar una vida digna.
Trabajar siempre es una fuente de gratificaciones y también de preocupaciones, de creatividad y muchas veces de ansiedad. Los dos años de pandemia y cuarentena han provocado muchos cambios en las condiciones laborales. En algunos casos los cambios fueron favorables, pero en muchos otros provocaron un deterioro económico y humano en los trabajadores. Muchos hombres y mujeres perdieron su fuente de trabajo y esto generó no solo consecuencias económicas, sino emocionales y espirituales. La falta de trabajo es un verdadero desafío que pone a prueba la fe.
San Isidro vivió la inestabilidad propia de las condiciones climáticas que afectan la labranza. Años de abundancia y tiempos de sequía y escasez. Sin embargo se mantuvo fiel a Dios y honesto en el cumplimiento de su trabajo. Él es testigo de que se puede cumplir con honradez y competencia el trabajo en servicio de los hermanos y así ser santo, como dice el Papa (Cf Gaudete et Exsultate, 14).
El tercer rasgo que sobresale en la santidad de Isidro es que fue un hombre de oración cotidiana. Los testimonios de su época nos dicen que cada día se entregaba a tiempos de oración en las iglesias que visitaba en la villa de Madrid. Muy temprano, antes de comenzar su trabajo, Isidro reservaba un rato exclusivo de encuentro con el Señor. Es fácil imaginar que allí ofrecía a Dios su trabajo, pediría por su familia y las necesidades de sus vecinos, y agradecería por tanto recibido aun en su vida austera y humilde. Pero sobre todo Isidro aprovecharía sus momentos de oración para cultivar su amistad con Jesús. Los santos son los amigos de Dios.
En estos tiempos signados por inestabilidades e incertidumbre solo podremos permanecer firmes y fieles si nos dejamos sostener por el Señor. Todos necesitamos encontrarnos con Él cada día en la oración, tal como cada uno la pueda practicar. También nosotros somos amigos del Señor (Cf Jn 15,15). Las adversidades de la vida pueden atraparnos en la queja y el desánimo o bien pueden abrirnos a recibir la fuerza de Dios en la oración. Solo así podremos perseverar en medio de las pruebas.
Por último, las noticias que nos llegan de nuestro Patrono nos hablan de un hombre humilde y austero pero con una gran sensibilidad para con los más pobres. La solidaridad es un rasgo esencial en la santidad de Isidro. Su caridad para con los pobres nos muestra la coherencia de su vida espiritual y su oración. El papa Francisco nos enseña que “la oración es preciosa si alimenta una entrega cotidiana de amor. Nuestro culto agrada a Dios cuando allí llevamos los intentos de vivir con generosidad y cuando dejamos que el don de Dios que recibimos en él se manifieste en la entrega a los hermanos” (Gaudete et Exsultate, 104).
En estos tiempos saturados de información corremos el riesgo de que los pobres se conviertan en un frío número que crece en las estadísticas. Confío en que todos los hijos e hijas de San Isidro tengamos su mismo compromiso alegre y generoso para compartir lo nuestro con los necesitados. El Evangelio nos llama a reconocer a Cristo en los pobres y sufrientes (Cf Mt 25,35-36). El Papa nos dice que en ese texto bíblico “se revela el mismo corazón de Cristo, sus sentimientos y opciones más profundas, con las cuales todo santo intenta configurarse” (Gaudete et Exsultate, 96). Tratemos de no politizar o ideologizar la cuestión de la pobreza. Esa mirada reductiva sería un vano intento de alejarnos del prójimo sufriente que nos necesita. Preguntémosle a Jesús que nos diga donde sale a nuestro encuentro y pidámosle que nos ayude a descubrirlo en el rostro concreto de un hermano y socorrerlo.
Nuestra Diócesis y la parroquia de la Catedral llevan el nombre de San Isidro. Se trata de un signo de la Providencia y no una mera casualidad. Hace más de tres siglos, el 14 octubre de 1706, Domingo de Acasusso, por su especial devoción con San Isidro Labrador, decidió erigir una capilla en su honor para celebrar su fiesta y para que se rezara misa todos los domingos. Además creó una Capellanía en su honor, donando para ello una fracción de terreno de unos 260 metros de frente sobre el río por 5.000 metros de fondo. Por eso esa fecha es considerada como la de fundación del pueblo y la ciudad que llevan el nombre del santo. El correr de los años hizo que la capilla se fuera transformando hasta llegar a ser el templo de nuestra Catedral y que “las tierras del santo” donadas por Acasusso dieran origen a la ciudad de San Isidro. En 1730 se creó la parroquia de San Isidro con una superficie mayor a la que actualmente tiene nuestra Diócesis.
Como vemos, la siembra de San Isidro Labrador continuó a lo largo del tiempo y del espacio dando abundantes frutos a través de la iniciativa de uno de sus devotos. Contamos con su intercesión para que a lo largo de este AÑO SANTO JUBILAR todos recibamos la gracia que nos santifique y nos convierta en testigos de Cristo en el presente y para las generaciones que vendrán.
Un signo de la gracia de Dios que nos santifica es el don de la “indulgencia plenaria” que a lo largo de todo este año podremos recibir cumpliendo las condiciones necesarias. Estas son, recibir el sacramento de la reconciliación, participar de la celebración de la eucaristía recibiendo la comunión, y realizar un gesto de comunión con la Iglesia universal rezando por las intenciones del Papa.
La indulgencia es una gracia que Dios otorga a través de la Iglesia y que nos ayuda a reparar las consecuencias de nuestros pecados. En tiempos sociales en donde muchas veces asoma la impunidad y la ausencia de un reconocimiento de las propias faltas, es muy sano y liberador, no solo pedir perdón por ellas sino renovar el compromiso de la reparación de sus consecuencias. Y poder sanar las consecuencias de los propios pecados es un don y gracia de Dios.
Con la alegría de compartir este tiempo de gracia creciendo en santidad mediante el anuncio del evangelio, los saludamos y bendecimos.
Mons. Oscar V. Ojea, obispo de San Isidro
Mons. Guillermo Caride, obispo Auxiliar de San Isidro
Mons. Raúl Pizarro, obispo Auxiliar de San Isidro