Lc 23, 26-32
El evangelio que acabamos de proclamar es el camino hacia el Calvario; en este tiempo de la Iglesia en que somos convocados a vivir sinodalmente caminando juntos, creo que es una buena oportunidad, hoy que estamos todos reunidos en torno a la Palabra y a la Eucaristía, volver sobre nuestro caminar de consagrados en el seguimiento de Jesús.
“Un tal Simón de Cirene, que volvía del campo”; el Cireneo viene del campo, de una periferia, no sabemos si trabajaba allí o si es un excluido por su condición de migrante. Hoy son el Cireneo los pobres, los marginados, los explotados, los despreciados por una sociedad exitista y materialista que arroja a las periferias existenciales, desarraigando familias e individuos. Son también los: “tales que pasan”,“los nadies” en palabras de Eduardo Galeano, que pasan a vivir en situación de calle, que no se los mira porque son peligrosos o porque no valen nada, adictos, abandonados. Entonces sacerdote renovemos nuestro compromiso de ser Cireneo del despojo humano que hoy transita la calle del calvario.
“Y lo cargaron con la cruz” Muchas veces, sacerdote, te toca como al Cireneo cargar la cruz sin estar preparado, sin haberte dispuesto a ello, prácticamente sos empujado a ayudar a llevar la cruz de los hermanos caídos en la subida de la vida.
Que tu cansancio de llevar la cruz de otros no invada el cansancio en tu ministerio: el desánimo, la tristeza, una egoísta soledad, el agotamiento físico, psíquico o espiritual de acuerdo a cada etapa de tu vida… dejate sorprender descubriendo el cercano consuelo de Dios buscando en Él tu verdadero descanso.[1] Por eso la importancia de la oración personal, de ponernos frente al Santísimo diariamente, y compartir con el Señor las heridas provocadas por las cruces, que en algunos momentos se hacen muy pesadas.
El hombre de Cirene, que con sus manos aferró el madero santo, es recordado hoy a pesar del paso de los siglos; también tu nombre sacerdote estará escrito en el libro de la vida, porque tus manos han abrazado el madero de la entrega. Cargar la propia cruz de fragilidades y pecados, y, ojalá, también la cruz que llevaron los profetas por denunciar un sistema de opresión que pretende silenciar a los pobres y marginados.
Utilizando una palabra inventada, quizás un neologismo, me gustaría animarlos a Cirenear la fraternidad sacerdotal, ayudarnos a cargar la cruz unos a otros, con misericordia y paciencia, sabiéndonos necesitados, frágiles, pero con la certeza de ser hermanos por el bautismo y en el ministerio.
Continúa el pasaje del evangelio que proclamamos diciendo “para que la llevara detrás de Jesús”: como discípulos caminamos detrás del Señor, lo seguimos, no nos adelantamos queriendo ocupar el lugar del Maestro; Él es el que nos eligió, el que nos llamó, el que todos los días nos dice “Ven, sígueme”. Dice el documento de Aparecida: Jesús los eligió para “que estuvieran con Él y enviarlos a predicar” (Mc 3, 14), para que lo siguieran con la finalidad de “ser de Él” y formar parte “de los suyos” y participar de su misión. El discípulo experimenta que la vinculación íntima con Jesús en el grupo de los suyos es participación de la Vida salida de las entrañas del Padre, es formarse para asumir su mismo estilo de vida y sus mismas motivaciones (cf. Lc 6, 40b), correr su misma suerte y hacerse cargo de su misión.[2]
Sacerdote: caminar detrás del Señor es seguirlo donde nos pida, es reconocer sus huellas en los caminos de la vida, es descubrir sus pasos en el barro y entre las piedras, es andar por sus caminos livianos de equipaje monetario, es tomar conciencia en todo momento de que Él es el Maestro, que tenemos mucho que aprender aún, que nos tenemos que dejar sorprender por sus invitaciones de seguimiento, que haberlo conocido es lo mejor que nos pasó, y que darlo a conocer con nuestras palabras y obras es nuestro gozo.
“Lo seguían muchos del pueblo”: al Señor no lo seguimos solos, no es un seguimiento individualista; caminamos detrás de Él como pueblo. El Papa Francisco nos dice que la misión es una pasión por Jesús, pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. Él nos llama como instrumentos para estar cada vez más cerca de su pueblo amado. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia. deseamos integrarnos a fondo en la sociedad, compartimos la vida con todos, escuchamos sus inquietudes, colaboramos material y espiritualmente con ellos en sus necesidades, nos alegramos con los que están alegres, lloramos con los que lloran y nos comprometemos en la construcción de un mundo nuevo, codo a codo con los demás. Pero no por obligación, no como un peso que nos desgasta, sino como una opción personal que nos llena de alegría y nos otorga identidad.[3]
El evangelio resalta que en el camino del Calvario lo seguía un buen número de mujeres. Como tantas mujeres de nuestro pueblo que hoy lo siguen: mujeres protagonistas en la militancia social y política, mujeres luchadoras por sus derechos; mujeres madres y abuelas, con hermosas historias cotidianas de esfuerzo y dedicación a sus familias; mujeres emprendedoras, incansables; mujeres migrantes que desde sus tradiciones y cultura, aportan a hacer de nuestra diócesis, una sociedad cosmopolita, diversa, multicolor; mujeres que se pusieron la pandemia al hombro y son protagonistas solidarias y comprometidas en las parroquias, en comedores, merenderos, en Cáritas, y en tantas organizaciones de la sociedad civil.
Pidamos hoy por las mujeres que sufren violencia, soledad, abuso y discriminación, y que tantas veces se acercan a nosotros sacerdotes en busca de una palabra de aliento, un gesto de ternura, una escucha comprensiva y misericordiosa.
Luego Lucas utiliza una expresión que parece interrumpir el camino de la cruz: “Pero Jesús, volviéndose hacia ellas”. Se detiene, las acaricia con su mirada, les habla con amor porque primero se deja conmover por su llanto ¡Cuánto bien hace el ejemplo de un sacerdote que se acerca y no le huye a las heridas de sus hermanos! Llorar con ellos, regar con lágrimas el camino del discipulado sacerdotal: llorar por los hijos de la guerra, llorar los muertos de la pandemia, llorar los adolescentes y jóvenes rotos, atravesados por el flagelo de la droga y del alcohol, llorar con sus madres, llorar tantos jóvenes que se quitaron la vida en nuestra diócesis en estos años, llorar los más de sesenta mil abortos que se hicieron desde la legalización en nuestro país. Nos dice Francisco: Al mundo de hoy le falta llorar. Lloran los marginados, lloran aquellos que son dejados de lado, lloran los despreciados, pero aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidades no sabemos llorar. Solamente ciertas realidades de la vida se ven con los ojos limpios por las lágrimas. Los invito a que cada uno se pregunte: ¿Yo aprendí a llorar? (…) ¿O mi llanto es el llanto caprichoso de aquel que llora porque le gustaría tener algo más? Y esto es lo primero que yo quisiera decirles: Aprendamos a llorar.[4]
Y el final del texto evangélico dice Con Él llevaban también a dos malhechores; no dice ladrones, sino malhechores, los que hacen cosas malas. Todos las hacemos, cada uno tiene sus debilidades, pecados dominantes en palabras de la clásica teología espiritual, todos vulnerables y frágiles, y por eso tan necesitados del Señor que nos invita todos los días a seguirlo pronunciando nuestro nombre, que nos pescó con el anzuelo de su infinita misericordia, y entonces, nos compromete a misericordiar la vida, la propia y la de los hermanos sacerdotes, la de nuestro pueblo, la de la gente de nuestras comunidades.
Les agradezco profundamente su entrega, su caminar de discípulos misioneros detrás de Jesús, cargando a veces pesadas cruces, las propias y las del pueblo; les agradezco el detenerse y volver la mirada y el corazón a los que lloran; y los animo, como ya dije, a cirenear la fraternidad entre nosotros, acompañarnos, tratarnos bien, cuidarnos, comprendernos. Todos somos un poco esos malhechores que iban con Jesús hacia el Gólgota, no lo olvidemos nunca; eso nos hará necesariamente más misericordiosos con los demás.
Que el Señor Resucitado sea fuente de nuestra alegría de discípulos, que nos reanime en el entusiasmo de seguirlo, y que su Madre acaricie nuestro corazón sacerdotal, intercediendo por nuestras intenciones y las de nuestras comunidades.
Mons. Jorge García Cuerva, obispo de Río Gallegos
Santuario de María del Rosario de San Nicolás
Río Gallegos, 28 de abril de 2022
Notas:
[1] Cfr. Lugones, Jorge, Homilía, Lomas de Zamora, 2018.
[2] Consejo episcopal latinoamericano, Documento conclusivo de Aparecida 131, Aparecida 2007
[3] Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium 269, Ciudad del Vaticano 2013
[4] Francisco, Discurso, Encuentro con los jóvenes, Manila 18 de enero 2015