Queridos hermanos:
¡Aleluya! Cristo, nuestra Esperanza, ha resucitado, venciendo el pecado y la muerte generada por éste, ¡Aleluya! ¡Aleluya!
En esta noche somos invitados a contemplar la obra de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que salva a todos los que creen en Jesucristo.
Es una noche para hacer memoria, agradecer, creer en el amor de Dios y amar. Y es vital porque haciendo memoria es como recuperamos la Esperanza; porque la Esperanza se alimenta de la memoria de las acciones de Dios en nuestra vida. Y es lo que hicimos en la liturgia de la Palabra de esta Santa Vigilia, que nos actualizó las principales intervenciones de Dios en la historia en favor de su pueblo. El Papa Francisco, el 7-6-2018, nos invitaba a hacer este ejercicio: “ir atrás con la memoria para encontrar a Cristo, para encontrar fuerzas y poder caminar hacia adelante. La memoria cristiana es siempre un encuentro con Jesucristo. La memoria cristiana es como la sal de la vida. Sin memoria no podemos ir adelante. Cuando encontramos cristianos ‘desmemoriados’, enseguida vemos que han perdido el sabor de la vida cristiana y acaban en personas que cumplen los mandamientos, pero sin mística, sin encontrar a Jesucristo. La piedra filosofal es encontrar a Jesucristo en la vida”.
La primera lectura nos puso en situación: somos creación de Dios, Él se expresó en las leyes de la naturaleza. Para los creyentes la Creación es la primera obra que el amor de Dios ofrece al hombre, al que crea a su imagen y semejanza, a fin de que sea su digno colaborador para cuidarla. Al respecto san Pablo tiene una expresión muy elocuente: “Todo es de ustedes, ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios” (1Cor 3,22-23).
Y, junto al magnífico don de la creación, está el inefable don de la vida. La vida que tenemos y que vivimos es también un don fundamental de Dios, un regalo de su amor. Vivimos porque el Padre nos ha pensado, querido y amado eternamente. Todo es un regalo de Dios Padre. Por eso, hemos de cuidar y perfeccionar toda vida humana para que se asemeje cuanto más a su Creador, Redentor y Santificador.
Así nos conectamos con la segunda lectura donde Dios pide a Abraham una fe total, diríamos una fe ‘todo terreno’. Hasta pedirle que le sacrifique al hijo de la promesa. Sin embargo, Dios protegerá la vida de Isaac, quien es prefigura de Jesucristo, el Cordero inmolado, quien sí entregará su vida por la redención de toda la humanidad. A esto san Pablo lo llamará la “locura de la Cruz” (1Cor 1,18).
La lectura del Éxodo, la Pascua judía, relata la experiencia que tienen los judíos del poder creador de Dios que es capaz de salvar de la muerte y, al mismo tiempo, es una liberación del miedo a la muerte. Israel ya no teme más al Faraón y a su ejército, teme a Dios. Israel ha pasado de la noche de lo tangible a la aurora de lo trascendente, de una orilla a la otra, de Egipto a la tierra prometida pasando por el desierto, de la esclavitud a la libertad, de la servidumbre al servicio, del pánico al temor de Dios, de la incredulidad a la fe. Este texto fue escrito para que el lector realice también esta experiencia de la victoria sobre el miedo que es la raíz de la esclavitud. La libertad comienza donde no existe más el temor, y éste se disipa cuando reina la confianza y el abandono en Dios.
Y, hoy, nosotros estamos celebrando la Pascua real, la única eficaz, la definitiva: Dios Padre ha resucitado a su Hijo de la muerte, que es la mayor obra de Dios en la historia en favor de los hombres. En Cristo Resucitado el amor de Dios ha vencido a la muerte y se nos han abierto las puertas de la vida eterna. Somos hijos en el Hijo y coherederos de la vida eterna, para la que todo ser humano ha sido creado.
Hermanos, resucitar es volver a subir, resurgir: físicamente, a la tierra de los vivos, y cualitativamente, recuperando el alma la fuerza y el cuerpo la capacidad de relación. En la resurrección de Jesús, Dios se manifestó como el Padre que rescata al Hijo de la muerte y lo recompensa con la vida eterna. Además, con la glorificación, la humanidad de Jesús adquiere un nuevo vínculo con el Padre: una dependencia absoluta con Él, al punto que en su ser corporal vive ahora sólo por el Padre “que lo ha engendrado hoy”. Y para nosotros ha sido regenerado el vínculo con Dios, mejor aún, ha sido transformado y elevado ya que estamos llamados a participar del mismo vínculo filial de Jesús con el Padre; vínculo eterno. Y desde aquí también nace el vínculo fraterno, de hermanos que formamos la nueva familia de Dios. Si el pecado y la muerte son la ruptura del vínculo con Dios y con los demás, la resurrección es la recuperación de estos vínculos. Si volvemos a la amistad con Dios, si nos reconciliamos con aquellos con quienes estamos enemistados o enfrentados; si nos amigamos con nosotros mismos, con nuestras miserias y debilidades, estaremos haciendo experiencias de resurrección, ya que Dios nos ha dado la gracia de pasar de la muerte a la vida; del pecado a la comunión con Él, del odio y la enemistad al amor; del rechazo a nosotros mismos a la aceptación gozosa de lo que somos, es decir, amados de Dios. Más vida tenemos cuanto más vinculados estamos: con Dios, con los demás, con nosotros mismos. Hermanos, Cristo ha resucitado y nuestra vida nueva, como resucitados ya ha comenzado… La resurrección es entonces la victoria de Jesús, su triunfo final…y también el nuestro.
Querida Madre del Valle, repítenos Tú, cada día, "¿Por qué buscas al que está vivo entre los muertos? ¡No está aquí, ha resucitado!" (Lc 24,5-6), así la luz de la fe nos iluminará, la tenacidad de la esperanza nos sostendrá y la fuerza del amor nos alegrará y pacificará. También ayúdanos para que cada día vivamos como resucitados, dando testimonio de Jesucristo, tu Hijo Resucitado y Glorificado junto a Dios su Padre y nuestro Padre, a quien sea el Honor y la Alabanza por siempre. ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡¡¡VIVA JESUCRISTO RESUCITADO!!!
¡¡¡VIVA JESUCRISTO, ESPERANZA DEL MUNDO!!!
¡¡¡VIVA JESUCRISTO, PRÍNCIPE DE LA PAZ!!!
Mons. Luis Urbanc, obispo de Catamarca