Después de 40 días de intensa plegaria y combate espiritual en el desierto, Jesús regresa a Galilea con la energía que le ha dado el Espíritu y en la sinagoga de su pueblo proclama este texto del profeta Isaías.
Al identificarse plenamente con este anuncio Jesús revela y expresa públicamente su vocación: “hoy se ha cumplido este pasaje de la escritura que acaban de oír” Lc 4, 21.
Él es llamado y enviado por el Espíritu. Ungido para una misión.
A lo largo de su vida Jesús no tendrá ojos sino para esta misión. Su ardor misionero lo va a llevar hasta sentir en los flecos de su manto la necesidad del pueblo al que ha sido enviado. En él se verifican estás palabras de Evangeli Gaudium: “yo soy una misión en esta tierra y para esto estoy en el mundo, hay que reconocerse a uno mismo marcado a fuego por esta misión” (EG 271)
La escena fuertemente gestual del Evangelio que escuchamos pasa del libro a su persona. Él es el libro vivo. La palabra viva: “todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en El. (Luc. 4,20.)
Jesús expresa su vocación con la pasión y la carga emocional con la que se relata un gran sueño.
Evangelizar a los pobres, liberar a los cautivos y oprimidos, iluminar a los ciegos y anunciar un año de gracia del Señor.
El lugar de los sueños es el espacio del silencio y de la intimidad con Dios que Jesús ha trabajado largamente en su interior, en sus años de vida oculta en Nazaret, y en sus días y noches de desierto. Todo esto ahora se manifiesta y sale afuera poniendo de relieve sus deseos más profundos.
Los sueños nos impulsan hacia adelante, son luz en la oscuridad. Nos ayudan a actualizar ideales y a vislumbrar horizontes. Animan y alientan nuestra esperanza. Al expresar un sueño nos ponemos en contacto con las raíces más hondas de nuestra vida, con sus momentos más intensos y significativos, con nuestros deseos más hondos. Jesús es heredero de grandes soñadores, muchos de aquellos que como el anciano Simeón esperaron toda la vida el cumplimiento de la promesa, es heredero también del sueño de sus padres, de María y de José que le han transmitido la tradición y la esperanza mesiánica de su pueblo junto con el aprendizaje de la sagrada escritura.
Nosotros a partir de nuestro bautismo nos hemos incorporado al sueño de Jesús. Con el hemos sido ungidos y enviados. La Pascua es una invitación a hacer memoria de nuestro camino de sanación y liberación personal. Es volver a las raíces de nuestra vocación bautismal, renovando la frescura del agua que nos hizo cristianos y nos consagro a evangelizar, a consolar y a liberar con Jesús.
No ama en serio quien no recuerda los días de su primer amor. Como dice la misma carta a los Hebreos, “traigan a la memoria los primeros tiempos, cuando apenas habíamos sido iluminados”. (Heb. 10, 32.)
Si soñamos solos, el sueño puede ser pura ilusión, pero si soñamos juntos ya despunta un anticipo de realización. El sueño adquiere el vigor del que ha entrado en contacto con la realidad de su contexto social y familiar. El sueño crece cuando apunta al cambio de la realidad y esto solo lo podemos realizar juntos como Pueblo de Dios.
Nosotros también somos herederos de grandes soñadores. El corazón de cada uno sabe de las personas que en nuestras familias, en nuestras comunidades y en nuestra Diócesis han marcado nuestra vida y la han contagiado de evangelio.
Es imprescindible hacer memoria para proyectar la esperanza. Sin memoria no hay esperanza. Hoy muchas veces la memoria es sustituida por la reproducción virtual de cualquier suceso. Ese automatismo va disolviendo la profundidad en la que se destaca el brillo de los acontecimientos. Nos entregamos a la compulsiva pasión de hurgar un material incesantemente al alcance y quedamos absorbidos por una actualidad que no cesa de reclamarnos con su seducción. La memoria en cambio pasa delicadamente por la mente y el corazón los acontecimientos de la vida, los jerarquiza y los valora para lanzarnos desde allí hacia adelante.
Haciendo memoria podemos recomponer la unidad de los fragmentos de nuestra vida que unidos, pueden formar un mosaico que tiene como eje hechos significativos para nuestro corazón. Que nos ayudan a dar sentido a nuestra vida y que alientan la esperanza. Los discípulos de Emaús recuerdan haciendo memoria como ardía su corazón cuando Jesús les hablaba en el camino. Al mismo tiempo Dios también va haciendo memoria de nosotros en la oración y el Misterio Pascual que celebraremos nos mueve a dejarnos recordar por la mirada del Señor
Queridos hermanos y hermanas contemplemos en estos días con los ojos del corazón la entrega total de Jesús para reconocer nuestra propia carne en la suya y así rescatar nuestra dignidad de hijos, haciendo posible su sueño de fraternidad con una humanidad nueva, curada por sus llagas.
El Sínodo sobre Sinodalidad nos ofrece una oportunidad llena de gracia para que, al escucharnos de un modo nuevo, renovando cada uno su responsabilidad bautismal podamos comunicar mejor la alegría del Evangelio y a discernir más adecuadamente nuestras decisiones pastorales.
Ungir es un gesto de donación total, un gesto que quiere ser fecundo y vital, un gesto de Padre, por eso los que hemos sido ungidos de manera especial como sacerdotes, suplicamos hoy a nuestro Padre que nos enseñe a ungir a nuestros hermanos con corazón de Padres. Padre es quien se brinda enteramente a su familia, en todo y para siempre. Cuando abraza, abraza a todos, justos y pecadores. Cuando distribuye no se guarda nada, recordando las palabras del Padre Misericordioso: “Hijo, todo lo mío es tuyo”. Y cuando espera, no se cansa, espera siempre, espera cada día, espera todo lo que haga falta y a todos sus hijos. Abre el camino a sus sueños, los habilita y los acompaña.
Mons. Oscar Vicente Ojea, obispo de San Isidro