Lunes 25 de noviembre de 2024

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40 años de la guerra de Malvinas

Homilía de monseñor Jorge Eduardo Scheinig, arzobispo de Mercedes-Luján, duranta la misa por los 40 años de la guerra de Malvinas (Luján, 2 de abril de 2022)

¡Aquí está la Madre de todas y de todos los Argentinos!

Es importante volver a tomar conciencia una vez más, que aquí, entre nosotros, con el nombre de Nuestra Señora de Luján, está vivamente cercana la Madre del Señor. Si podemos gustar su presencia en nuestros corazones, aparecerán sin duda sentimientos y pensamientos nuevos que nos traerán sosiego, alegría, paz y una renovada fortaleza para enfrentar la vida.

Desde hace casi 400 años ? lo serán en el 2030 ? millones de personas vienen a su encuentro para traerle sus dolores y esperanzas, sus agradecimientos y peticiones concretas, y nadie se va de este lugar sagrado con las manos vacías, o con un sentimiento de frustración, de amargura, o con más dolor, por el contrario, todos nos vamos distintos. Así lo deseo también para todos nosotros que venimos a hacer memoria de los 40 años de la dolorosa guerra de Malvinas.

Nuestro primer compromiso es hacer presente aquí y ahora, el nombre de nuestros hermanos caídos y sepultados en la tierra y en el mar. Los recordamos como nuestros héroes de Malvinas, porque han dado la vida por la Patria. Para ellos pedimos que vivan la plenitud de estar junto a nuestro Padre Dios, que los abrace en su Amor puro y que gocen de la Vida en abundancia. Y para nosotros y para todos nuestros compatriotas, pedimos que jamás perdamos la memoria, porque la sangre derramada de cada uno de ellos es misteriosamente el cimiento en el que debemos seguir construyendo nuestro sueño común: la Patria, la tierra de nuestras madres y de nuestros padres, la Nación. Sería un grave pecado de la Patria y una injusticia social olvidar sus nombres y su sangre, como así también, olvidar a aquellos que siguieron muriendo más tarde y por causa de esta guerra.

El Evangelio que recién hemos proclamado (Jn 19,25-27), nos ubica en un momento decisivo de la historia humana, que es historia de salvación. Jesús está en la Cruz y a sus pies María y el discípulo amado por el Señor. Podemos imaginarnos lo desgarrador de ese momento marcado por el espanto de la Cruz, el dolor que causa en el alma el estar frente al cuerpo torturado y ensangrentado del propio hijo y del amigo y los sentimientos de angustia y de soledad por la muerte.

La Virgen y el discípulo están frente al fin de la vida. Es el momento en el que junto a la existencia, terminan también los sueños, la esperanza, los proyectos compartidos. Frente a la muerte, pareciera que no hay más nada que hacer, solo aceptarla y resignarse.

Sin embargo, Jesús, que está moribundo en la Cruz, es el que rompe el silencio y además, les infunde a ellos y a todos nosotros una confianza infinita, porque nos invita a vivir el futuro de una manera novedosa. Jesús nos dice que su Madre será nuestra Madre para siempre, y esto es algo que solo un Dios enamorado del mundo puede hacer. Paradójicamente, en el momento de su muerte cruenta, Jesús quiere darnos amparo, cuidado, protección, amor. Dios no nos quiere desamparados, guachos, sin Padre, ni sin Madre, porque sin un Dios cercano, lleno de Misericordia y de ternura, sin un Dios Padre-Madre, nos convertimos en seres errantes, sin destino, sin futuro, solitarios, aislados y por lo tanto, muy posiblemente enfrentados unos contra otros.

¡Jesús quiere que en las circunstancias más difíciles de la vida podamos sentirnos bajo el poncho de su Madre! Y esa simple experiencia, la de estar amparados en la Madre común, nos da una fuerte seguridad personal y una hermandad intensa y profunda.

¡La muerte no es el fin! Este es el grito de la fe. La muerte es un paso a lo nuevo que viene de Dios. Aquí y ahora, podemos experimentar la fuerza de la paternidad de Dios y la maternidad de María que nos cuida y ampara para enfrentar juntos el camino de la vida.

Algo similar debería hacer en nosotros la Patria. La Patria hace las veces de Padre y de Madre que ampara, cuida, protege y da seguridad a todo un pueblo. La Patria es herencia que abraza, es identidad que sostiene, es tierra que contiene, es pueblo que camina con un destino común. La Patria es pasado, presente y futuro. La Patria es Encuentro.

El cardenal Bergoglio decía en una Jornada de Pastoral Social realizada en el Santuario de San Cayetano de Liniers, en el año 2009:

Me gusta distinguir entre País, Nación y Patria: simplificando, el país es la configuración geográfica; la nación es toda la institución legal ya sea constitucional, jurídica; es decir, todo lo que da fuerza constitucional y legal, y la patria es el vivir la herencia de los padres. Patria viene de padres. Yo diría que no se nos pide ser tanto “paisistas” ni “nacionalistas” sino “patriotas”. El país, como tantos países de otros continentes, si sufre una amputación o pierde una guerra, es capaz de rehacerse. Una nación que pasa por crisis institucionales es capaz de reconstruirse, pero si se pierde la patria es muy difícil recuperarse. El compromiso de patriotas que nos exige recuperar la alteridad en esta cultura del encuentro apunta a no perder la herencia recibida de la patria.

Nuestro País y Nación están en una tensión constante y delicada, hecha de avances y retrocesos, de logros y de fracasos, de luces y de sombras. Pero necesitamos urgentemente sacar a la Patria de cualquier tensión, para no debilitarla o excluirla. Sin Patria somos errantes y corremos el serio riesgo de quedarnos sin fraternidad, de desconocernos, destratarnos, ignorarnos, maltratarnos.

Muchas son las deudas que nos tenemos y posiblemente, la mejor manera de encontrarles una solución, es hacer enormes esfuerzos por cuidarnos y ampararnos los unos a otros. Es muy grave saber que muchas pueden ser las personas que hoy cargan con un sentimiento de orfandad, sentimiento que las deja a la deriva, descuidadas y desprotegidas. Ese ha sido el doloroso testimonio que nos han dado los sobrevivientes de Malvinas, lo que han experimentado durante la guerra y luego de ella, la de sentirse abandonados a su suerte. Esa terrible experiencia humana, ha sido un pecado gravísimo del que muy poco nos hemos arrepentido y del que muy poco hemos aprendido.

¿Cómo sentirnos entonces hijas e hijos todos de la misma Patria?¿Cómo recuperar la confianza y el orgullo de ser argentinos? ¿Cómo hacer para que el sentimiento Patria, no sea una emoción superficial o vacía? ¿Cómo hacer para que la vida de tantos jóvenes muertos en Malvinas, no sea un constante reproche a nuestras conciencias, sino que despertándolas, nos impulse a un nuevo patriotismo?

Todos sabemos que la historia es dinámica, que el camino es siempre desafiante, que son muchas las personas que día a día se entregan y hacen Patria. La Patria está viva y por eso, no comprendo y tampoco considero determinantes los discursos y las actitudes anti-patria, que las hay. Necesitamos trabajar duro para que la Patria no se pierda.

El Papa Francisco, no deja de decirle al mundo que el camino es la fraternidad, la escucha, el diálogo, el respeto, la amistad social, una mejor política, un corazón abierto, en fin, una Nueva Cultura del Encuentro. Esto lo decimos y repetimos todos, no hay discurso en el que no aparezcan estas palabras. Pero ¿cómo hacerlas realidad? ¿Cómo hacerlas vida cotidiana?

Aquí está según mi opinión, el desafío más significativo de este tiempo: hacer realidad una Patria de hermanos. Y para esto, es imprescindible hacernos cargo los unos de los otros y darnos seguridad y hacerlo sin indiferencias ni indolencias, sin pasividad ni improvisación. En nuestra Patria toda persona debe ser reconocida, respetada en su dignidad, toda persona debe tener su lugar, un lugar concreto que nada ni nadie pueda arrebatarle.

Seguramente, en este desafío de construir una Patria de hermanos, por momentos, algunos se sentirán más fuertes y podrán dar fortaleza a los más débiles y en otras ocasiones, los fuertes se convertirán en débiles y necesitarán ser fortalecidos por otros que tal vez estuvieron en situaciones de debilidad y desprotección.

Mucho me ha conmovido el final de una carta de un soldado a su madre:

Mamá yo quiero que sepas que en ningún momento sentí un poco de temor, ni ninguna otra cosa rara que te haga aflojar, he tenido bronca y algunas cosas pero en ningún momento aflojé.

Yo también quiero lo mismo de vos, pase lo que pase, no aflojes en ningún momento porqué tené en cuenta que tenés un hijo que está peleando por algo tan hermoso y perfecto que es nuestra querida ARGENTINA que por supuesto tiene sus pequeños errores como tenemos todos, pero de todos modos tenés o tenemos que dar gracias a Dios de no aflojar porque fue tu sangre, tu carne, la que luchó para estar siempre libres y echar a todos aquellos que quieren habitar nuestras tierras de mala manera. Tenés que estar muy orgullosa de poder decir mi hijo echó a los invasores y en ningún momento titubeó en bajar los brazos porque su mente estaba en la Patria, su gente, mi gente y sobre todo la paz y la libertad que siempre tuvimos.

Bien queridos padres, ruego a Dios todos los días que mi plegaria llegue a ustedes y tengan la protección que siempre tuvieron, hasta pronto, que Dios los ilumine como guió mis pasos siempre y acompañó en todo, los quiero y los extraño.

Norberto, Malvinas 4 de junio de 1982

Queridas hermanas, queridos hermanos, vinimos a hacer memoria de nuestros héroes de Malvinas y agradecerles sus vidas entregadas a la Patria y por la Patria. Venimos a pedir por ellos para que descansen en paz.

Ellos nos interpelan y nos dejan cada año el legado latente de hacer juntos una Patria que a todos ampare.

Dios quiera que en esta Casa de María de Luján, sintiéndonos todas y todos los argentinos protegidos bajo su manto, podamos aceptar valientemente el desafío de estar a la altura de esa sangre inocentemente derramada.

Mons. Jorge Eduardo Scheinig, arzobispo de Mercedes-Luján