Jueves 28 de marzo de 2024

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Misa de San José

Desgrabación de la homilía de monseñor Eduardo García, obispo de San Justo en la fiesta de San José (19 de marzo 2022 - Caravana de San José)

“Para cumplir tu sueño: como san José,
abrir los ojos, ponerse a caminar. 
Creer en Dios. Tomar de la mano a la Virgen
y abrazar a Jesús”.

José cómo cada uno de nosotros tuvo un sueño, el sueño de una familia, el sueño, la casita, el sueño de tener unos pibes, el sueño del trabajo: sueños buenos, ¡sueños buenos!

Pero resulta que, en algún momento, la duda, la desconfianza y el temor hicieron que san José pensara que sus sueños tenían cadenas, que sus sueños tenían muros y que es ese sueño se iba a quedar ahí: naufragando.

Dios nunca deja que el sueño de un hombre justo, el sueño de un hombre verdadero, el sueño de un hombre íntegro quede encadenado, quede guardado atrás de unos muros.

Dios, cuando hay un sueño bueno…y el sueño es bueno cuando no soñamos solamente para nosotros, sino que, cuando lo que soñamos, y en lo que soñamos tienen que ver los otros. Nuestro sueño es bueno, no solamente cuando soñamos algo lindo que nos hace sentir bien, sino cuando en el sueño descubrimos que hay sonrisas, que hay otros, que hay miradas. Cuando sentimos que en el sueño hay otros que son felices. Y ese sueño es el verdaderamente bueno… Ese sueño es el que podemos tener todos los días sin cerrar los ojos.

Es el sueño lindo y grande que podemos tener a cada momento cuando abrimos bien los ojos y cuando somos capaces de mirar alrededor y ver esos rostros que pueden sonreír, vemos esos chicos que pueden educarse, vemos esos jóvenes, que pueden tener una esperanza y pueden pensar en un futuro sin miedo.

Esos sueños son buenos cuando abrimos bien los ojos y vemos que no hay nadie descartado, cuando no se tira nadie al volquete, cuando no hay tierra al cuete ociosa sin que nadie pueda usarla, sin que nadie pueda vivir. Cuando no hay espacios que realmente dan asco, cuando no espacios que están sin usar y se miran como una Coca-Cola en medio del desierto.

¡Nuestros sueños, nuestros sueños son buenos cuando tenemos los ojos abiertos!

San José no se quedó soñando y no se quedó lamentándose: “y, yo pensé que iba a tener una familia acá en este pueblito, iba a laburar de carpintero”

Frente a la batalla de su corazón en la cual estaba el sueño que él tenía y por otro lado la duda: venció el amor porque abrió los ojos, y el amor nos hace abrir los ojos y nos hace mirar de verdad.

Y eso fue lo que hizo José: se levantó, le importó un pito lo que iban a pensar de él, lo que iban a decir en el barrio, lo que iban a decir los importantes de ese momento, hasta lo que iba a decir su familia: “¡su esposa estaba embarazada. ¡Qué desastre!”

Le importó poco, y con una ternura y un silencio audaces, siguió caminando y le metió el pecho a su sueño, que ya no era el sueño de una casita para él, un trabajo para él, sino que en Jesús descubrió que era el sueño del hogar para muchos, del hogar grande que es el corazón de Dios. Descubrió que era el sueño de que nadie pase hambre como después lo hizo Jesús cuando enseñó a compartir el pan. Descubrió que la enfermedad no es una maldición, sino que es la ocasión para sacar lo mejor de nosotros mismos. Descubrió que la ignorancia y que la falta de oportunidad no era simplemente para no mirar, sino para poner las manos y meterse a trabajar.

San José se quiso quedar en este barrio, y se quedó. Y su paso viene siendo paso de bendición. Si, San José pasa bendiciendo, y la bendición no queda en el aire, no es un “spray religioso, no es un aerosol de Dios.

La bendición tiene nombre y apellido. La bendición tiene lugares, la bendición tiene personas. Y la bendición de San José en este barrio ha sido esta familia y este pueblo que se han puesto el barrio al hombro; que se cansó que le pusieran un adoquín en la cabeza y que los confinaran atrás de un murallón para que no se viera la roña. Y dijeron: ¡aquí estamos! Aquí estamos y damos de comer. Aquí estamos y buscamos salud. Aquí estamos y no nos conformamos con que los chicos tengan salitas de dos por tres: ¡queremos jardines! 

Aquí estamos y no nos conformamos con que los chicos estén en la calle: ¡queremos escuelas! 

Aquí estamos y no nos conformamos con que los chicos pierdan el tiempo: ¡queremos también que hagan deporte!

San José pasa y bendice, ese es el nombre de San José en este barrio. Y ese nombre es el nombre de cada uno de ustedes.

San José nos bendice. San José bendice el sueño escondido del corazón de cada uno de ustedes.

¿Quién de ustedes no soñó con una cloaca en serio?

¿Quién de ustedes no soñó con dejar una casa de cartón y tener una casa como Dios manda? 

¿Quién de ustedes no soñó con no andar buscando a sus hijos por la noche sin saber dónde están y saber que están estudiando o están haciendo deporte? ¿Quién de ustedes no soñó con eso? 

Y San José pasó, pasa y los bendice Y San José se los da. Hace falta ahora ponernos en marcha: sacar el adoquín de la cabeza, sacar las cadenas que hacen que nuestros sueños ser imposibles, tirar abajo los muros que hacen que nos encerremos y otros se encierren; y empezar a andar el sueño de José que es el sueño de cada uno de ustedes.

San José lo pudo vivir, lo pudo llevar adelante, y fue feliz… fue feliz. ¿Qué hizo? Simplemente confió en Dios, abrió los ojos, tomó de su mano a la Virgen, abrazó al niño y se puso a caminar.

Que ese sea también hoy para nosotros este sueño: levantar este barrio y levantar la vida desde el sueño de cada uno de ustedes.

Ponerse a caminar. Creer en Dios. Tomar de la mano a la Virgen y abrazar a Jesús. Y ahí, vamos a cumplir nuestro sueño, y no solo el nuestro, sino el sueño de todos nuestros hermanos.

Así entonces va a ser realmente un sueño bueno, el de cada uno de nosotros, como fue el de San José.

Que San José nos acompañe y nos proteja.

Mons. Eduardo García, obispo de San Justo