Viernes 19 de abril de 2024

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Un camino Eucarístico

Mensaje de monseñor Luis Armando Collazuol, obispo de Concordia a la Asamblea pastoral diocesana (5 de marzo de 2022)

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El Papa Francisco en su Discurso en la Conmemoración del 50° aniversario de la Institución del Sínodo de los Obispos (17 de octubre de 2015) afirmó: “El camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”. Esto expresa un compromiso programático. Y subrayó que la sinodalidad “es dimensión constitutiva de la Iglesia”.

“Sínodo” es una palabra antigua muy venerada por la Tradición de la Iglesia. Compuesta por la preposición σ?ν, y el sustantivo ?δ?ς, indica el camino que recorren juntos los miembros del Pueblo de Dios. Remite por lo tanto al Señor Jesús que se presenta a sí mismo como “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6), y al hecho de que los cristianos, sus seguidores, en su origen fueron llamados discípulos “del Camino del Señor” (ver Hch 9,2; 19,9.23; 22,4; 24,14.22).

La Iglesia es Pueblo de Dios en comunión misionera. Manifiesta y realiza la comunión interior por la Gracia del Espíritu Santo en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros en su misión evangelizadora.

Es común la dignidad de todos los bautizados. Hay una común misión por el Bautismo y la Confirmación. Esta comunión se expresa en ejercicio de la multiforme y orgánica riqueza de sus carismas, de sus vocaciones, de sus ministerios y servicios en la comunidad. El concepto de comunión expresa en este contexto la naturaleza profunda del misterio y de la misión de la Iglesia, que tiene su fuente en el Bautismo y su cumbre en el banquete eucarístico.

Si todos los miembros de la Iglesia estamos llamados a ser sujetos activos de la evangelización, se sigue de esto que un nuevo impulso misionero debe involucrarnos a todos, pero en comunión, en sinodalidad, caminando juntos.

En el don de la comunión se encuentra la fuente, la forma y el compromiso de la sinodalidad. Su realización concreta se da en la participación responsable y ordenada de todos los miembros de la comunidad (parroquial, diocesana…) en el discernimiento y puesta en práctica de los caminos de su misión, en actitud de escucha de la voz del Espíritu. La sinodalidad debe expresarse en el modo ordinario de vivir y obrar de la Iglesia.

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El Pueblo de Dios peregrino y misionero en el camino sinodal se alimenta con la Eucaristía, el nuevo “maná”, “el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo” (Jn 6,32-33).

Nos detenemos hoy a meditar en esta dimensión eucarística de la comunión misionera. La Eucaristía es el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia, tanto universal como local, y para todos los fieles. No habrá sinodalidad sin una profunda espiritualidad de comunión sacrificial en Jesús Eucaristía; si esta espiritualidad fuese débil, a lo sumo habría planficación, organización.

La sinodalidad tiene su fuente y su cumbre en la celebración litúrgica de la comunidad mediante la escucha comunitaria de la Palabra y la celebración de los Sacramentos.

Ya desde el Bautismo, todos los bautizados somos convocados para ser protagonistas de la misión. Somos, además, fortalecidos para la evangelización por el

don del Espíritu Santo en la Confirmación. Todos somos discípulos en caminos misioneros.

Y, de una forma singular, el caminar juntos se alimenta y se expresa en la participación plena, consciente y activa en el banquete eucarístico, en la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Soñemos la “sinodalidad eucarística” en nuestras comunidades locales. La parroquia es la comunidad de fieles que realiza en forma visible, inmediata y cotidiana el misterio de la Iglesia. En la parroquia se aprende a vivir y caminar juntos como discípulos del Señor en el interior de una red de relaciones fraternas en las que se experimenta la comunión en la diversidad de las vocaciones y de las generaciones, de los carismas, de los ministerios y de los servicios. La parroquia se va formando como una comunidad eclesial fecunda al realizar su misión en la solidez y la armonía de la contribución específica de cada uno.

La parroquia está fundada sobre una realidad divina, porque ella es una comunidad eucarística. Esto significa, que celebra la Eucaristía, nace, crece y se edifica sobre ella. La Eucaristía de cada domingo es la mayor expresión del caminar juntos de los bautizados en una iglesia parroquial que vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta, por Él es iluminada y de Él recibe la misión.

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La asamblea eucarística es la fuente y el modelo de la espiritualidad de comunión. En ella se manifiestan los elementos específicos de la vida cristiana destinados a plasmar el afecto sinodal.

a. La invocación de la Santísima Trinidad. La asamblea eucarística comienza con la invocación de la Santísima Trinidad. La oración de la asamblea se dirige al Padre, por su Hijo Jesucristo, en la unidad del Espíritu Santo. Convocada por el Padre y con la efusión del Espíritu Santo, por la Eucaristía la Iglesia llega a ser el signo y el lugar de la presencia real de Cristo. La unidad de la Santísima Trinidad en la comunión de las tres divinas Personas se manifiesta en la comunidad cristiana llamada a vivir su unidad en la verdad y en la caridad, y en el ejercicio de la diversidad de dones y carismas recibidos del Espíritu Santo. Sinodalidad es caminar juntos desde y hacia el Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, evangelizando y sirviendo en comunión eclesial a los hermanos.

b. La reconciliación. La asamblea eucarística propicia la comunión mediante la reconciliación con Dios y con los hermanos. La inicial súplica del perdón celebra el amor misericordioso del Padre y expresa la voluntad de no seguir el camino de la división causada por el pecado, sino el de la unidad. Los acontecimientos sinodales, como esta Asamblea Pastoral Diocesana que hoy nos reúne, implican el reconocimiento de las propias fragilidades y el recíproco perdón. La reconciliación es condición para vivir la nueva evangelización.

c. La escucha de la Palabra de Dios. En la asamblea eucarística se escucha la Palabra para recibir de ella el mensaje salvador e iluminar con él el camino de santidad y misión. Se aprende a escuchar la voz de Dios meditando la Escritura, especialmente el Evangelio. Para el discernimiento comunitario no basta escucharse unos a otros; los discípulos debemos escuchar la Palabra.

d. El memorial sacrificial de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia. La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que es su Cuerpo. En la epíclesis, la Iglesia pide al Padre que envíe su Espíritu Santo sobre el pan y el vino, para que se conviertan por su poder, en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, y que quienes toman parte en la Eucaristía sean un solo cuerpo y un solo espíritu.

e. La comunión. La Eucaristía crea comunión y propicia en la asamblea la unidad con Dios y con los hermanos. La comunión es participada por los fieles que, teniendo la misma dignidad de bautizados, reciben del Padre y ejercen con responsabilidad diversas vocaciones. Éstas tienen como fuente el Bautismo, la Confirmación, el Orden sagrado, la Vida Consagración, los carismas y los dones específicos del Espíritu Santo. La comunión eucarística forma con la multitud de los miembros un solo Cuerpo. La rica y libre convergencia de esta pluralidad en la unidad es lo que se activa en los acontecimientos sinodales.

f. La misión. Llamamos Santa Misa a este Sacramento porque la liturgia en la que se realiza el misterio de Salvación se termina con el envío de los fieles (“missio”) a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana. La comunión realizada por la Eucaristía impulsa hacia la misión. El que participa del Cuerpo de Cristo está llamado a compartir la alegre experiencia con todos. Cada acontecimiento sinodal estimula a ser Iglesia en salida para llevar a Cristo a los hombres que esperan su salvación. Es necesario dejarse interpelar siempre por la pregunta: ¿cómo podríamos ser verdaderamente Iglesia sinodal si no viviésemos “en salida” hacia todos para ir juntos hacia Dios?

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El Catecismo de la Iglesia Católica expresa la unidad de los fieles como un fruto eucarístico:

La unidad del Cuerpo místico: la Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (cf 1 Cor 12,13). La Eucaristía realiza esta llamada: «El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan» (1 Cor 10,16-17)” (Catecismo Iglesia Católica, 1396).

El Papa San Juan Pablo II, en su encíclica Ecclesia de Eucharistia, propuso a toda la Iglesia reflexionar sobre el vínculo existente entre María y la Eucaristía. Efectivamente, en el capítulo VI de la mencionada encíclica, titulado En la escuela de María, Mujer “eucarística”, nos dice que Ella “puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él”.

Encomendemos a María, Madre de la Iglesia, el camino sinodal de nuestra diócesis y nuestras parroquias.

Sea el nuestro, como el de los discípulos de Emaús, un Camino eucarístico.

Mons. Luis Armando Collazuol, oispo de Concordia