Viernes 22 de noviembre de 2024

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Ordenación Sacerdotal del diácono Oscar Alfredo Luna

Homilía de monseñor Andrés Stanovnik OFMCap, arzobispo de Corrientes, en la ordenación sacerdotal del diácono Oscar Alfredo Luna (Iglesia catedral, 26 de noviembre de 2021)

Estamos reunidos aquí para conferir el sacramento del Orden Sagrado en el grado de Presbiterado al diácono Oscar Alfredo Luna. Como sabemos, el diaconado, el presbiterado y el episcopado son los tres grados del sacramento del Orden. Todo sacramento capacita para una misión a la persona que lo recibe. Capacitar a alguien significa otorgarle un poder para realizar aquello para lo cual se lo ha capacitado. También en este caso, al que va a ser ordenado sacerdote se lo capacita para ejercer una misión.

Antes de responder a la pregunta en qué consiste el poder que se le confiere al sacerdote, digamos que el poder que todos tenemos en mayor o menor medida, puede ser utilizado para el bien o para el mal, para abrir la mano y estrecharla en señal de amistad, o para cerrarla en un puño y utilizarla como señal de amenaza. El poder es esa capacidad que tiene todo ser humano para llevar a cabo una misión. Para ello es muy importante descubrir cuál es la misión para la cual fui llamado, a fin de concentrar todo el esfuerzo en dirigirlo hacia ese objetivo.

La vida, como la misión, es un don. Así como nadie se da la vida a sí mismo, tampoco se otorga a sí mismo la misión. Dios nos llama a la vida y también Él es quien nos va mostrando por qué y para qué nos ha llamado, es decir, cuál es la misión que tiene para cada uno. Para ello es imprescindible estar atento, aprender a escuchar y estar dispuesto a obedecer. La persona que está distraída, aquella que busca solo su propio bienestar, será muy difícil que escuche la voz que lo llama a integrarse a la comunidad y realizar una misión.

La misión tiene siempre un carácter de salida. Existir significa precisamente eso: salir fuera, hacia el otro, hacia la comunidad. Al candidato al sacerdocio se lo capacita para salir y para ello se le otorga un poder y ese poder es para el servicio. La perversión del poder se produce cuando esa capacidad para la cual fue preparada la persona, se usa en beneficio propio, es decir, cuando se sale para aprovecharse de los otros. Por eso, el poder es servicio para el bien del prójimo y de la comunidad. Esto vale para todos, no solo para el sacerdote.

Al sacerdote se le otorga un poder específico para una misión también específica. El sacerdote es tomado de entre los hombres para las cosas que se refieren a Dios (cf. Heb 5,1; PO 3), y para ello se lo capacita y en ello consiste su misión. A esto es necesario añadir que el presbítero actúa no en su propio nombre, sino en nombre de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote; no es él el “poderoso”, sino Jesucristo, en cuyo nombre el presbítero ejerce su ministerio. Recordemos lo que nos dice San Juan: “[Jesús] sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo; los pecados serán personados a lo que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan” (20,22).

Junto con el poder de perdonar los pecados, el presbítero tiene el poder de presidir la Eucaristía, de reunir a la comunidad en torno a la Mesa del Altar, y ejercer el servicio de nutrir al pueblo de Dios por medio de la Palabra y del Pan de Vida. También aquí tenemos el mandato de Jesús, luego de pronunciar la bendición sobre el pan y el vino, y repartirlo entre sus discípulos en la Última Cena, de continuar celebrando el misterio pascual: “Hagan esto en memoria mía”. Tenemos así los dos principales servicios que constituyen la misión que el sacerdote presta a la comunidad: celebrar la Eucaristía y perdonar los pecados. Por eso, el Santo Cura Brochero, al final de su vida decía: “Yo me felicitaría si Dios me saca de este planeta sentado confesando y predicando el Evangelio".

“Aquí estoy”, dijo el diácono Oscar, hace un momento cuando lo llamaron como candidato para ser ordenado presbítero. Esa respuesta breve pero decisiva se lleva al hombro por así decir la vida entera. Aquí estoy para poner toda mi vida a disposición de esta misión. “Para que tengan vida y vida en abundancia (Jn 10,10)” fue el lema que eligió Oscar para iluminar el camino de su ministerio sacerdotal. La frase pertenece a Jesús, el pastor que da su vida, contraponiéndola al actuar del ladrón que se mueve solo por su propio interés, tal como lo hemos escuchado hoy en la proclamación del Evangelio (cf. Jn 10,1-10).

Querido Oscar, tenés que vivir muy unido a Jesús, Buen Pastor, para que el poder que recibís esté totalmente orientado al servicio de la vida del Pueblo de Dios, y no se desvíe hacia fines egoístas. Que ese “aquí estoy” vaya abarcando y consumiendo todas tus horas y hasta el final de tus días en un humilde y generoso servicio para que aquellos que sean confiados a tu cuidado pastoral tengan vida en abundancia. Que jamás se borre de tu mente ni se desarraigue de tu corazón el ejemplo de Jesús, que se levantó de la mesa y se puso a lavar los pies a sus discípulos, y luego les dijo: “Les he dado el ejemplo para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13,15).

Serás ordenado sacerdote en plena preparación al Sínodo, que convocó el papa Francisco para que todo el Pueblo de Dios reflexione sobre “Una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. En otras palabras, el Santo Padre nos está invitando a repensar juntos nuestro modo de “caminar juntos” todos, fieles laicos, diáconos, personas consagradas, sacerdotes, obispos. El poder que tiene el sacerdote debe estar orientado a la unión de la comunidad, a la participación activa y responsable de todos, y a la misión, porque no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído (cf. Hch 4,20) en la experiencia gozosa del encuentro, donde todos tienen su lugar, y donde entre todos cuidamos a los más vulnerables y soportamos a los que ponen a prueba nuestra paciencia. Solo el amor verdadero, que se distingue porque entrega vida, crea familia, comunidad y entusiasma la misión.

Para concluir, miremos a San José y recordemos estas hermosas palabras: “Sólo cuando un amor es casto es un verdadero amor. El amor que quiere poseer, al final, siempre se vuelve peligroso, aprisiona, sofoca, hace infeliz. Dios mismo amó al hombre con amor casto, dejándolo libre incluso para equivocarse y ponerse en contra suya. La lógica del amor es siempre una lógica de libertad, y José fue capaz de amar de una manera extraordinariamente libre. Nunca se puso en el centro. Supo cómo descentrarse, para poner a María y a Jesús en el centro de su vida” (Patris corde 7). Que nuestra Tierna Madre de Itatí te acompañe y proteja tu vida y ministerio sacerdotal. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap, arzobispo de Corrientes