Hch 6,1-7b; Ps 99,2-5; Jn 15,9-17
La página del evangelio de san Juan, recién proclamada, nos remonta al ámbito sugestivo y entrañable de aquella última cena del Señor Jesús en la cual, lavando los pies a los apóstoles e instituyendo el sacramento eucarístico, nos dejó como testamento el mandamiento nuevo de su amor y el ministerio ordenado para el servicio del pueblo santo de Dios. También en este atardecer, actualizando el acontecimiento del cenáculo, participamos de la celebración eucarística en la cual recibirá el sacramento del sagrado orden del diaconado nuestro hermano Miguel Ángel Gallo, hijo y fruto de la vida de fe de esta comunidad bragadense.
Jesús, el Señor, inclinándose para lavar los pies a sus discípulos, es el Siervo, el mesías servidor del antiguo testamento, quien llama, da el don y el ejemplo a la Iglesia toda para que prolongue en la historia, a lo largo y ancho del mundo, su misión amorosa de salvación. Efectivamente, el lavatorio le dice a la Iglesia lo que ella es y cuál es su cometido. Por eso mismo, entre sus dones sacramentales ella es depositaria y confiere el sacramento del orden sagrado, cuyo grado diaconal, es el signo personal de Cristo servidor. Por eso, la presencia y ministerio de los diáconos enriquece a esta Iglesia de Nueve de Julio como signo e instrumento de salvación para esta porción del pueblo de Dios.
A la vez, y por este motivo, una Iglesia particular crece, madura y se va plenificando cuando entre sus dones, servicios y carismas cuenta con el diaconado. La dimensión servicial, entonces, no solamente está ejemplarizada en el diácono sino que se hace concreta y eficaz en ese servicio sacramental. La lectura de los Hechos de los Apóstoles muestra claramente el cometido, alcance y horizonte de este ministerio. El diácono no es ni un “tapagujeros” del obispo y del párroco, ni tampoco un laico de mayor escalafón, sino que es alguien que ha sido llamado, ordenado y enviado para este servicio de la caridad unido estrechamente al servicio del altar y los sacramentos con la predicación de la Palabra. Vasto campo se presenta al diácono en la comunidad eclesial: la predicación, la catequesis, la enseñanza y el acompañamiento espiritual, los ministerios litúrgicos y sacramentales junto al compromiso con la caridad y el servicio en todas sus formas eclesiales serán los cauces por donde fluya este “don para el servicio”.
Este rito mismo, al confirmar una vocación y comunicar un don, llama a quien lo recibe, a ser oyentes de la Palabra antes de anunciarla y predicarla; a participar espiritualmente de toda acción litúrgica como el mejor modo de oficiarla en bien del pueblo santo de Dios y ser modelo y ejemplo de caridad y servicio en medio de la comunidad. Por eso, querido Miguel, quiero reconocer tu humilde y paciente perseverancia, así como tu disponibilidad y esmero en cuanto se te encomienda, siempre en la comunión eclesial. Como lo hemos conversado tantas veces, el diaconado no es fruto de estudios académicos o de una capacitación profesional. Tampoco es un premio ni un diploma sino -lo subrayo una vez más- gracia, don, para seguir haciendo de un modo renovado y con la eficacia que viene de lo alto, cuanto ya hacías por la comunidad.
Queridos hijos, hermanos y fieles todos: no quiero dejar de recordar que toda vocación surge y crece en una comunidad concreta. En el diaconado esta realidad es más visible porque, generalmente, es ejercido en la propia parroquia de la cual también se es feligrés. ¡Y jamás dejamos de ser feligreses, miembros del rebaño! El orden se nos es dado para servir en tanto miembros de un mismo rebaño unido en la fe y la caridad. Hoy esta comunidad se alegra y se siente feliz por la ordenación de Miguel ¡No dejemos de sostenerlo y apoyarlo con la oración! En este caso, el ministerio diaconal, se ejercerá en y desde la familia. Le pido a Gladys, -quien ya me ha manifestado este deseo y propósito- a sus hijos, yernos y nietos que sigan sosteniéndolo con esa oración, el afecto y la compañía, como hasta ahora ¡Lo sigue necesitando!
Querido Miguel: como sabes, el orden diaconal tiene una vinculación especial con el ministerio episcopal. Los santos padres afirmaban “son los ojos y los oídos del obispo”. Al agradecer tu respuesta, perseverancia y generosidad no puedo menos que exhortarte de todo corazón, a llevar a la práctica cuanto rezábamos en el salmo responsorial para que resuene siempre en tu interior motivando, confortando y alentándote a cada momento, que sea toda una consigna: ¡Sirvan al Señor con alegría! Así sea.
Mons. Ariel Torrado Mosconi, obispo de Nueve de Julio