Jueves 28 de marzo de 2024

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Fray Mamerto Esquiú y Jesucristo

Homilía de monseñor Luis Héctor Villalba, arzobispo emérito de Tucumán y legado papal a la beatificaicón de Fray Mamerto Esquiú (Catedral basílica de Catamarca, 3 de septiembre de 2021)

1 Cor. 10, 31-11, 1 | Jn. 12, 20-28.

Queridos hermanos y hermanas:

Estamos celebrando la beatificación de Mamerto Esquiú.

Si nos adentramos en la contemplación de su alma, descubrimos una riqueza y una fecundidad que nos fascinan.

Queremos celebrar y exaltar en Mamerto Esquiú su unión con Jesucristo, fruto de su oración y manifestado en su vida.

1. En el Evangelio de San Juan, que acabamos de escuchar se nos narra que algunos griegos que habían ido a Jerusalén para la peregrinación, pascual se acercaron a Felipe y le dijeron: “Queremos ver a Jesús (Jn. 12, 21).

Pienso que este es también el pedido que hoy, nuestros hermanos, nos están haciendo a nosotros que somos los discípulos de Jesús.

¿Qué desean ellos ver hoy en nosotros los cristianos? Quieren ver a Jesús. Nos piden no sólo que les hablemos de Cristo, sino que se los hagamos “ver”.

El Papa San Pablo VI dice: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, 0 si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio”.

El Beato Mamerto Esquiú vivió intensamente y dio testimonio del amor a Jesucristo.

Desde pequeño, Fray Mamerto buscó a Jesús.

Después de varios años de caminar junto al Señor, Fray Mamerto es consciente que su vida es un permanecer en Cristo, y de esta fidelidad y alianza, depende su felicidad como hombre y fraile menor franciscano. Construyó su vida en santidad, sobre la roca firme que es Jesucristo. Decía: “¡Jesús mío! Yo te adoro, yo te reconozco camino, verdad y vida mía”.

Para Fray Mamerto, conocer a Jesús, fue grabar en su alma la imagen de Jesucristo pobre y crucificado. Conocer es amar. Y para Esquiú el conocimiento de Jesucristo, fue algo central en toda su vida.

Mamerto Esquiú les dice a sus sacerdotes que debemos dar buen ejemplo de Cristo Y agrega que los fieles antes que perciban en sus oídos nuestras palabras, como dice San Pablo, deben sentir en nosotros el olor de Cristo (Cf.2 Cor. 2, 11).

Jesús nos invita, también a nosotros, como lo hizo con Fray Mamerto Esquiú, a seguirlo para tener en herencia la vida eterna.

Al elevar a la gloria de los altares a un nuevo beato, la Iglesia nos los propone como ejemplo que hemos de seguir y como intercesor a quien hemos de invocar. Meditemos en su vida y sigamos su ejemplo de unión con Jesucristo.

Nos preguntamos, entonces, si de veras nuestra persona, nuestra vida refleja a Jesús. Si somos verdaderos testigos de Jesús. Porque la Iglesia somos nosotros. Todos los miembros de la Iglesia deben ser una presencia salvadora de Jesús.

La vida cristiana es vida en Cristo. Como San Pablo debemos decir: “Para mí la vida es Cristo” (Fil. 1, 21).

Entonces el camino que el discípulo debe recorrer es realizar la imitación de Cristo.

Jesús nos dijo: “Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn. 13, 15). Y San Pedro escribe: “Cristo les dejó un ejemplo a fin de que sigan sus huellas (1 Ped. 2, 21).

2. Contemplemos y sigamos a Jesús

A) Jesús es manso

Jesús dijo “Aprendan de mí, porque soy manso” (Mt. 11, 29).

En la Biblia “manso” es la persona que no violenta, que no recurre a la fuerza, no responde el mal

con el mal. La mansedumbre expresa una actitud del corazón de los que no son prepotentes, vengativos, atropelladores. Mansos son los que tienen la capacidad de tener en las relaciones humanas la persuasión, el diálogo, el calor del amor.

Cuando Jesús entra en Jerusalén, el evangelista recuerda las palabras del profeta Zacarías que dice: “Mira que tu rey viene hacia ti, manso y montado sobre un asno” (Mt. 21, 5).

Jesucristo no vino a dominar la tierra por medio de la espada, ni de ninguna forma de violencia. Su pedagogía es dialogal, hace un llamado al corazón y a la conciencia de cada hombre porque quiere una respuesta libre. De esta manera el hombre que siente la fuerza de su amor, podrá responder con amor.

A pesar de la tosquedad e incomprensión de sus discípulos, Jesús siempre se muestra amble y tolerante con ellos.

Cuando Judas llega para traicionarlo con un beso, Jesús lo llama amigo. 

Jesús por medio de la mansedumbre vivida hasta la cruz, manifiesta la benevolencia del Padre hacia nosotros revelando una ternura sin límites.

San Pablo recuerda, especialmente la mansedumbre, como la actitud del cristiano y de Cristo mismo. En la segunda Carta a los Corintios, el Apóstol exhorta a los cristianos: “por la mansedumbre y la benevolencia de Cristo” (2Cor. 10. 1). En la Carta a los Gálatas la mansedumbre es presentada como fruto del Espíritu Santo: “El fruto del Espíritu Santo es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia” (Gál. 5, 22). En la Carta a los Colosenses, San Pablo nos dice: “Como elegidos de Dios revístanse de sentimientos de profunda compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la mansedumbre” (Col. 3. 12).

Recordemos la bienaventuranza: “Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra en herencia” ((Mt. 5, 4).

B) Jesús es humilde

Jesús dijo: “Aprendan de mí, porque soy humilde de corazón” (Mt. 11, 29).

San Pablo dice: “Se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte en cruz” (Fil. 2, 8).

La humildad se opone a la soberbia, al orgullo. El orgulloso es el arrogante, el engreído, el que tiene exceso de amor propio, el que se atribuye una falsa grandeza, el que tiene afán desmedido de ser preferido a otros, el que menosprecia a los demás. El orgulloso se hace el centro de todo, es el suficiente, el que cree que no debe nada a nadie. Es el caso del fariseo. Un hombre convencido de su importancia, seguro, lleno se sí mismo. Se cree superior. Se basta a sí mismo. No pide nada. Piensa que todo viene de él.

San Pedro escribe: “Que cada uno se revista de sentimientos de humildad para con los demás, porque Dios se opone a los orgullosos y da su ayuda a los humildes” (1Ped. 5, 5).

Y Jesucristo al terminar la parábola del fariseo y el publicano, establece la ley fundamental, la lección que debemos aprender: “Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado” (Lc. 18, 14).

La humildad es la verdad. La humildad no nos hace negar los dones y gracias que Dios nos da. Es lo que hace Santa Teresa que reconoce los dones, pero devuelve la gloria a Aquel de quien los ha recibido. Es lo que hace la Virgen: “Mi alma canta la grandeza del Señor…porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas” (Lc. 1, 46-49). San Pablo dice: “Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1Cor. 15, 10).

La humildad es el fundamento de la vida espiritual. Cuánto más queremos acercarnos a Dios, más debemos apoyarnos en la humildad. San Agustín dice: “Nada hay más grande que el camino del amor y únicamente lo recorren los humildes”.

La humildad es el programa del discípulo de Cristo.

C) Jesús es misericordioso

En la carta a los Hebreos se dice que Jesús es “un Sumo Sacerdote misericordioso” (Heb. 2, 17).

¿Qué significa misericordia?

La misericordia nace de la caridad, que es la virtud del corazón compasivo, sensible al mal 

que aflige al prójimo, apenado por los que sufren.

Misericordia que no es puro sentimiento visceral, sino un movimiento del corazón que impulsa a entregarse al prójimo para asumir sobre sí su miseria y realizar obras acodes a tal fin.

Hay que ser misericordiosos. San Pablo escribe: “Como elegidos de Dios, sus santos y amados, revístanse de sentimientos de profunda misericordia” (Col. 3, 12).

Jesús es el modelo supremo de la misericordia, sobre todo en la cruz, cuando dice: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23, 34). Y al buen ladrón le dice: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc. 23, 43).

El Papa Francisco dijo: “El mensaje de Jesús es éste: la misericordia”. Y agregó: “Para mí lo

digo con humildad es el mensaje más fuerte del Señor: la misericordia”.

¿Qué quiere Dios de nosotros en esta hora?

La respuesta es que debemos ser cristianos misericordiosos.

Recordemos la bienaventuranza: “Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia” (Mt. 5, 7).

D) Jesús no vino a ser servido, sino a servir

Recordemos que, durante la Última Cena, Jesús les lava los pies a sus discípulos. En ese tiempo

era habitual que cuando alguien llegaba a una casa le lavaban los pies, porque los tenían sucios por el polvo del camino. Y esto no lo hacía el dueño de casa, sino los esclavos.

¿Pero cuál es el significado del gesto de Jesús?

La respuesta es: lo hizo para presentarse ante ellos como un siervo.

Durante la Última Cena, Jesús se revela como el que sirve: “Yo estoy entre ustedes como el que sirve” (Lc. 22, 27).

Jesús después de lavarles los pies a sus discípulos les pregunta: “Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes” Esta pregunta está dirigida a cada uno de nosotros.

Jesús nos enseña diciendo: “Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón porque lo soy. Si yo que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes, también, deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado ejemplo para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn. 13, 12-15).

¿Cuál es el mensaje de este gesto de Jesús para nosotros, hoy, aquí?

Jesús nos enseñó que el que quiera ser su discípulo tiene que comportarse como él: “Porque el Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir” (Mc. 10, 45).

El cristiano es el que debe difundir en la comunidad y en la sociedad el espíritu de servicio,

tan necesario hoy día. Porque pareciera que cada uno busca su propio interés, su propio beneficio, su propio provecho, busca que todas las cosas y hasta los demás lo sirvan a él.

Pero Jesús hoy nos vuelve a decir: “Les he dado ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn. 13, 15).

Así debe ser la vida de todo cristiano: servicio, entrega, donación.

Jesús termina este pasaje evangélico diciendo: “Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas las practican” (Jn. 13, 35).

E) Jesús modelo de caridad fraterna

San Pablo escribe en la carta a los Efesios: “Traten de imitar a Cristo como hijos suyos muy queridos. Vivan en el amor, a ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio agradable al Padre” (Ef. 5, 1-2).

Así el cristiano debe amar como Jesús, reviviendo este modelo de caridad auténticamente evangélico.

Tenemos que amar como ama Jesús.

Jesús nos amó primero, Jesús nos amó siendo pecadores, Jesús amó a todos, Jesús ama la vida, Jesús nos ama con el mismo amor de Dios.

Si verdaderamente llegamos a amar a todos de esa manera, entonces nuestra vida será un Evangelio que todos podrán leer para conocer a Jesús.

Jesús nos dice: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense, también ustedes los unos a los otros” (Jn. 13, 34). “En esto todos reconocerán que son mis discípulos en el amor que se tengan los unos a los otros” (Jn. 13, 35).

Así Cristo presenta el amor fraterno como distintivo de la autenticidad cristiana.

El mandamiento nuevo, más que un mandamiento es una gracia que el Señor nos concede.

Pidamos a Jesús que nos conceda este mandamiento nuevo. Que él deposite en nuestro corazón la posibilidad y la fuerza que necesitamos para amar sin medida a todos hasta dar la vida.

Se lo pedimos por la intercesión de la Virgen del Valle y del pronto Beato Mamerto Esquiú.

Card. Luis H. Villalba, arzobispo emérito de Tucumán