En los diversos grupos humanos, hay personas que habitualmente provocan alegría y paz. Tienen la palabra adecuada para decir sin herir, ayudan a la reconciliación. La alegría se expande al entorno, así como también se contagia la amargura. Lo podemos percibir en la familia, el trabajo, la escuela, la parroquia, el club…
Nos atrae esa manera de ser, y quisiéramos saber si hay una especie de fórmula casi mágica que podamos aplicar para ser felices. Mucho se ha escrito a lo largo de la historia acerca de los caminos para la alegría.
La Virgen María es reconocida por Isabel en esta condición a causa de la fe: “Feliz sos vos por haber creído que se cumplirán las promesas de Dios” (Lc 1, 45).
Ella misma en su canto de alabanza, el Magníficat, nos dice “todas las generaciones me llamarán feliz” (Lc 1, 48). María hace memoria de la obra de Dios en los pequeños y humildes, los hambrientos y los pobres.
Por eso canta con la alegría que invade su corazón, aun cuando sabemos que en su vida las cosas no le resultaron fáciles. Tuvo que dar a luz en un pesebre ante la indiferencia de los pobladores de Belén. Conoció el odio y la violencia de Herodes, padeció la persecución y debió huir a Egipto con José y el Niño.
María siempre estuvo unida a su Hijo desde el SÍ de la Anunciación. Lo acogió en su vientre y por eso podemos decir que “el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). Fue su madre y maestra en la infancia, y discípula en el tiempo de la predicación.
Unida a su Hijo en la pasión y la muerte. Al pie de la cruz recibe al discípulo amado como hijo propio, y en él a nosotros. Exultó de alegría con los discípulos en la resurrección y los acompañó en oración en la espera del Espíritu Santo.
Cada 15 de agosto celebramos su fiesta. Nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: “La Asunción de María nos muestra una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos” (Catecismo 966). Es primicia y anticipo de la vida nueva que ya late en todos los que estamos unidos a Jesús en la misma fe y animados por el mismo Espíritu Santo.
A veces estamos tan encerrados en nuestra propia existencia, que corremos el riesgo de olvidar la vocación a la vida en plenitud. Miremos al cielo, miremos a María. No nos conformemos con menos.
Este domingo se celebra el día del niño. Quisiera mencionar apenas unas pocas ideas.
Ellos buscan jugar y expresan así sus estados de ánimo. Debemos prestar atención a los mensajes que nos comunican. Es necesario que cuenten con espacios seguros.
En la Escuela aprenden no solamente contenidos, sino también a convivir con otros. Asumen las diferencias integrando. Por eso han sufrido tanto durante la pandemia el cierre de los establecimientos educativos y las restricciones en las plazas.
Necesitan de la comida adecuada para lograr en esta etapa de la vida desarrollo físico y afectivo. Las carencias provocan daños irreparables. Clama al cielo que más de la mitad de los niños en la Argentina se encuentren bajo la línea de pobreza.
Mons. Jorge E. Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo