Jueves 18 de abril de 2024

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Tedeum del 9 de Julio

Homilía de monseñor Carlos Alberto Sánchez, arzobispo de Tucumán, en el tedem por el Día de la Independencia de la Argentina (Iglesia catedral, 9 de julio de 2021)

Queridos hermanos: 

¡Feliz día de la Patria! ¡Feliz Aniversario de la Independencia Argentina!

Cada 9 de julio damos gracias a Dios, fuente de toda razón y justicia, por nuestra Patria Argentina libre e independiente.

Los Congresales en 1816 celebraron el Tedeum después de declarar la Independencia en el templo de San Francisco, hoy lo hacemos en la Catedral y desde aquí para cada hogar de los argentinos a través de los medios tecnológicos, por la situación sanitaria existente.

En esta fiesta Patria queremos dar gracias a Dios, alabarlo y bendecirlo porque es el Eterno que preside el universo y nos ha dado la vida, vida que se desarrolla en familia, en sociedad, en comunión fraterna. Vida humana que es sagrada, digna y que debe ser respetada siempre, desde la concepción en todo su desarrollo hasta la muerte natural.

Todos importantes, todos necesarios, ninguno excluido, ninguno sobrante, ninguno desechado, todos hermanos.

Heredamos y compartimos con los congresales de 1816 el sueño de una Patria libre e independiente, no sólo declarada sino realmente vivida.

Soñamos con Belgrano, San Martín y tantos próceres, una Patria unida, grande, próspera y digna.

Es un sueño que se hace realidad con la responsabilidad de todos y cada uno de los argentinos, en comunidad. Cada uno con lo que es, con lo que sabe, con lo que tiene, con sus posibilidades y capacidades puestas al servicio de todos, como en 1816.

Podemos poner nombres a cada uno de los que entregaron y siguen entregando todo de sí mismos para el bien de los hermanos y de la Patria, que no se dejan atrapar por la esclavitud del egoísmo, de la ambición, de la indiferencia y de la prepotencia. Sino que viven la libertad del servicio y la generosidad, custodiando la vida, la salud y a la dignidad de cada hermano.

Muchas gracias a estos hermanos que así construyen la Patria.

Pero todavía nos falta mucho por crecer en auténtica libertad, justicia y fraternidad.

El Papa Francisco nos dice que experimentamos nuevas formas de colonización cultural. «Los pueblos que enajenan su tradición, y por manía imitativa, violencia impositiva, imperdonable negligencia o apatía, toleran que se les arrebate el alma, pierden, junto con su fisonomía espiritual, su consistencia moral y, finalmente, su independencia ideológica, económica y política». Nuestro pueblo argentino tiene su identidad, valores y tradiciones, no sucumbamos ante estas nuevas esclavitudes.

Un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de integración es vaciar de sentido o manipular las grandes palabras. ¿Qué significan hoy algunas expresiones como democracia, libertad, justicia, unidad? Han sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumento de dominación, como títulos vacíos de contenido que pueden servir para justificar cualquier acción.

La forma de dominar es sembrando desconfianza, desesperanza, negando el derecho a existir, a opinar e imponiéndose con la agresión y la división. No hay proyectos a largo plazo pensando en el bien común, sino recetas inmediatistas que destruyen. ¿Somos un pueblo independiente? ¿Qué es lo nos domina y no nos deja crecer en fraternidad?

La Palabra de Dios nos dice hoy que estamos llamados a vivir en libertad …mantengámonos firmes para no caer de nuevo bajo el yugo de la esclavitud. Y que esa libertad no sea pretexto para satisfacer los deseos carnales… sino que seamos servidores unos de otros, por medio del amor.

Es la fuerza del amor lo que nos libera, la verdad que nos hace libres.

En este tiempo de pandemia, así como se evidenciaron las mezquindades, el atropello y la injusticia; también han salido a la luz muchos argentinos que se han jugado la vida y la siguen gastando en los diversos servicios esenciales. Cuántos se han reinventado y han hecho esfuerzos de adaptación y, con creatividad generosa, no claudicaron ante tanto dolor, sufrimiento y muerte.

Hemos descubierto más evidentemente que necesitamos del otro y que el otro necesita de nosotros. Caminemos juntos por una Patria de hermanos, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe y de sus convicciones, de sus capacidades y potencialidades.

Todos hermanos, todos necesitados, todos servidores. Todos argentinos.

¡No nos dejemos robar la esperanza! Porque la esperanza no defrauda. La esperanza va más allá del dolor, el sufrimiento y hasta de la muerte, porque la muerte ha sido vencida en Cristo resucitado. Caminemos en esperanza. (cf. FT.55)

Una forma concreta de vivir la libertad con esperanza es el diálogo y la amistad social, que nos propone el Papa Francisco en Fratelli Tutti (FT198-224).

“Dialogar” es:

Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto.

Qué sería el mundo sin ese diálogo paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a familias y a comunidades.

El diálogo persistente y corajudo ayuda discretamente al mundo a vivir mejor.

«Entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo. (FT.199)

Es necesario el diálogo entre las generaciones, en el pueblo, esa capacidad de dar y recibir, permaneciendo abiertos a la verdad.

Un país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la cultura popular, la universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la cultura económica, la cultura de la familia y de los medios de comunicación». (FT. 198)

El diálogo no es monologo disfrazado de debate que responde a intereses particulares, y no al bien común.

No es diálogo cuando se descalifica al otro, aplicándole epítetos humillantes, sino enfrentar un diálogo abierto y respetuoso, donde se busque alcanzar una síntesis superadora” (FT, 201).

El debate frecuentemente es manoseado por determinados intereses que tienen mayor poder, procurando deshonestamente inclinar la opinión pública a su favor. (FT, 201).

La falta de diálogo implica que ninguno, en los distintos sectores, está preocupado por el bien común, sino por la adquisición de los beneficios que otorga el poder, o en el mejor de los casos, por imponer su forma de pensar.

Así las conversaciones se convertirán en meras negociaciones para que cada uno pueda rasguñar todo el poder y los mayores beneficios posibles, no en una búsqueda conjunta que genere bien común. (FT, 202).

Cuan necesario es sostener con respeto una palabra cargada de verdad, más allá de las conveniencias personales. (FT, 202).

El auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos para que el debate público sea más completo todavía.

«En un verdadero espíritu de diálogo se alimenta la capacidad de comprender el sentido de lo que el otro dice y hace, aunque uno no pueda asumirlo como una convicción propia. Así se vuelve posible ser sinceros, no disimular lo que creemos, sin dejar de conversar, de buscar puntos de contacto, y sobre todo de trabajar y luchar juntos».

En este sentido nos sirven de modelo las actitudes de Belgrano. Cuando en el Congreso de Tucumán no solo insistió para que se declare la Independencia, sino que propuso una forma de gobierno, que después con el debate de los congresales no prosperó. Pero Belgrano por amor a la Patria, por el ideal del bien de la naciente nación, siguió entregando todo de si. 

El diálogo acrecienta la fraternidad y la amistad social.

Una sociedad es noble y respetable también por su cultivo de la búsqueda de la verdad y por su apego a las verdades más fundamentales. (FT, 207).

¿No podría suceder quizás que los derechos humanos fundamentales, hoy considerados infranqueables, sean negados por los poderosos de turno, luego de haber logrado el “consenso” de una población adormecida y amedrentada? Tampoco sería suficiente un mero consenso entre los distintos pueblos, igualmente manipulable.

Ya tenemos pruebas de sobra de todo el bien que somos capaces de realizar, pero, al mismo tiempo, tenemos que reconocer la capacidad de destrucción que hay en nosotros.

El individualismo indiferente y despiadado en el que hemos caído, ¿no es también resultado de la pereza para buscar los valores más altos, que vayan más allá de las necesidades circunstanciales? Al relativismo se suma el riesgo de que el poderoso o el más hábil termine imponiendo una supuesta verdad. En cambio, «ante las normas morales que prohíben el mal intrínseco no hay privilegios ni excepciones para nadie. No hay ninguna diferencia entre ser el dueño del mundo o el último de los miserables de la tierra: ante las exigencias morales somos todos absolutamente iguales» (FT.209). Sobre todo, cuando está en juego la primacía del valor de la dignidad humana inviolable en cualquier época de la historia y nadie puede sentirse autorizado por las circunstancias a negar esta convicción o a no obrar en consecuencia” (FT, 213).

El Papa y la Iglesia nos propone la cultura del Encuentro: crecer como sociedad donde las diferencias conviven complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente, aunque esto implique discusiones y prevenciones. Porque de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible. Esto implica incluir a las periferias, que ve aspectos de la realidad que no se reconocen desde los centros de poder donde se toman las decisiones más definitorias” (FT, 215).

“Hablar de cultura del encuentro significa que como pueblo nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos. Este debería ser nuestro estilo de vida. (FT, 216).

“Hoy no suele haber ni tiempo ni energías disponibles para detenerse a tratar bien a los demás, a decir permiso, perdón, gracias. Siempre aparece el milagro de una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia” (Ft, 224).

El ideal de libertad lo compartió Fr. Mamerto Esquiú, que será beatificado el 4 de septiembre. La recia personalidad de Esquiú, a pesar de los reparos doctrinales que con respecto a la Constitución tenía, consiguió, con la eficacia de su palabra, la aceptación de nuestra Carta Magna en un momento difícil de la organización nacional. Ante el espectro de nuevas luchas civiles, se impusieron la paz y la cordura, gracias al prestigio del virtuoso franciscano, quien no dudó en hacer una opción por encima de todas las banderas políticas, sin más meta que el bien de la Nación, superando grandes males y consiguiendo el don inapreciable de la paz. (ICN 25)

Suenan tan actuales las palabras del joven franciscano en el sermón del 9 de julio de 1953:

¡República Argentina! ¡Noble patria! ¡Cuarenta y tres años has gemido en el destierro! medio siglo te ha dominado su eterno enemigo en sus dos fases de anarquía y despotismo! ¡Qué de ruinas, qué de escombros, ocupan tu sagrado suelo! ¡Todos tus hijos te consagramos nuestros sudores, y nuestras manos no descansarán, hasta que te veamos en posesión de tus derechos, rebosando orden, vida y prosperidad! regaremos, cultivaremos el árbol sagrado, hasta su entero desarrollo; y entonces, sentados a su sombra, comeremos sus frutos. Los hombres, las cosas, el tiempo, todo es de la patria….

Sumisión universal que abrace todos los puntos de la ley sin exceptuar ninguno. No hay un hombre, que no tenga que hacer el sacrificio de algún interés; y si cada uno adopta la constitución, eliminando el artículo que está en oposición a su fortuna, a su opinión, o a cualquiera otro interés, ¿piensan que quedaría uno sólo? ¿Quedaría fuerza ninguna, si cada uno retira la suya? ¿Quedaría en la carta constitucional la idea de soberanía que supone, si cada individuo, hombre, o pueblo fuese árbitro sobre un punto cualquiera que sea?...

Obedezcan señores, sin sumisión no hay ley; sin leyes no hay patria, no hay verdadera libertad; existen sólo pasiones, desorden, anarquía, disolución, guerra y males de que Dios libre eternamente a la República Argentina; y concediéndonos vivir en paz, y en orden sobre la tierra, nos dé a todos gozar en el cielo de la bienaventuranza en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, por quien y para quien viven todas las cosas. Amén.

Mons. Carlos Alberto Sánchez, arzobispo de Tucumán