Jueves 21 de noviembre de 2024

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Domingo XII durante el año

Homilía de monseor Carlos José Tissera, obispo de Quilmes para el domingo XII durante el año (Catedral de Quilmes, 20 de junio de 2021)

Hermanas y hermanos:

Reanudamos, gracias a Dios, estos encuentros en nuestros templos con los debidos cuidados, porque la pandemia no ha terminado.

La Palabra de Dios viene a iluminar este día. En todo el mundo se leen estos textos que hemos escuchado. El Evangelio nos presenta el final de una jornada de mucho trabajo y cansancio de Jesús, después de haber estado enseñando a la multitud por largo tiempo con parábolas. Les dice de ir a la otra orilla en la barca. Y este texto resalta estas preguntas, tanto de los apóstoles como de Jesús. Los apóstoles que asustados y llenos de miedo dicen: “Maestro ¿no te importa que nos ahoguemos?” Y las otras preguntas que nacen de labios de Jesús: “¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe? Preguntas… Si ha abundado algo en todo este tiempo de año y medio de pandemia, son las preguntas. Tantas preguntas… Desde ¿cuándo va a terminar la pandemia? hasta ¿por qué se muere mi hijo?... Infinidad de preguntas. Nacen del corazón humano. Nos preguntamos ante el misterio de vivir, de existir. Y frente al misterio no cabe más que la respuesta de Dios, que es más grande que el hombre, que es más grande que todo.

La Palabra de Dios hoy nos presenta la majestuosidad del Dios Creador; el que hace todas las cosas, y al que le obedecen las tormentas y el mar bravío. El Dios todopoderoso y eterno, que no necesitó de nosotros para hacer todo lo que ha hecho. Ese Dios que llena de estupor a los apóstoles, que llegan al decir al final de la calma: ¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen? Es Dios, el que ha estado ayer, está hoy y estará mañana. Ese Dios Creador y Señor.

También es el Dios humano. Es el Dios que cansado, duerme como un tronco, como decimos habitualmente. Está redormido en la barca cuando se desata este furioso vendaval. El Papa Francisco el año pasado, el 27 de marzo, al comenzar la pandemia (lo tenemos presente allí solo, en la plaza San Pedro) hizo la oración citando este evangelio: “Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa”: la pandemia. Hoy la Palabra de Dios viene a fortalecernos en la fe. Porque los discípulos, cuando el agua les llegó al cuello, le gritan a Jesús. También nosotros. Es popular el dicho: “Cuando el agua llega al cuello, nos acordamos de Dios”. ¿Es necesario que el agua nos llegue al cuello para acordarnos de Dios?

Esta Palabra nos invita a no tener miedo; ese miedo mundano que hace que nos encerremos en nosotros mismos; que nos volvamos ogros unos de otros; el miedo que nos llena de violencia. Porque a lo largo de la pandemia hemos escuchado decir tantas, tantas barbaridades, de corazones que parecieran estar desquiciados… ¡Cómo pueden decir semejantes cosas! Eso es lo que produce el miedo. Cuando perdemos el norte en la vida, llegamos a decir cosas que no se pueden entender. Hoy el Señor nos dice a cada uno de nosotros ¿por qué tienen miedo? ¿cómo no tienen fe? Eso es lo que nos debe hacer pensar, mientras seguimos en esta tormenta, que no ha terminado. Que miremos a Jesús; que Él está, aunque parece dormido. Y vayamos a Él, con todas nuestras preguntas, con todo lo que haya dentro de nuestro corazón. A Él… Él sabe hablar al corazón. De Él siempre recibimos palabras de vida eterna. De Él siempre tenemos palabras de consuelo, de fortaleza, de alivio. Palabras que suavizan nuestras asperezas, que nos dan fortaleza en la lucha. Sólo Él nos conoce como somos, y sólo Él sabe lo que necesitamos.

Acudamos a Él. Lo hacemos en este Día del padre. Felicidades a los padres aquí presentes, y ustedes que están participando por medio de las redes sociales. Dios los ha bendecido con el don, el regalo de la paternidad. En este día del padre, miremos a esa figura que está acompañando a la humanidad, a toda la Iglesia durante este año: San José. Ese San José silencioso, que no quiere decir ausente. Es el silencio del hombre que cree; del hombre que confía; del hombre que escucha. Silencio del hombre que más que decir, hace. Ese es San José. Que cuida de María y del Niño. El que se juega el pellejo. Al que no le importa el qué dirán, sino sólo lo que dice Dios, su Palabra. El que confió en la voluntad de Dios. Para Jesús fue el padre aquí en la tierra; lo expresa el texto bíblico, cuando Jesús fue perdido y luego hallado en el Templo; al encontrarlo María le dice: “Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados” (Lc. 1, 48) Ese es José. Por eso, también acudimos a él en medio de estas cosas, y rezamos por nuestros padres; por los que nos acompañan y por los que los tenemos en el cielo. Agradeciendo que ellos son para nosotros la presencia del Dios que cuida, el Dios que alienta, el Dios que empuja, que nos hace enfrentar la vida como es realmente, no como la pinta la imaginación. Ese es el padre en una casa; es el padre que sostiene, el que sabe hacernos sentir libres en este mundo.

Y también hoy recordamos a uno de los padres de la Patria, el General Manuel Belgrano, en un nuevo aniversario de su fallecimiento. El creador de nuestra Bandera. Solamente una frase de él: “Me hierve la sangre, al observar tanto obstáculo, tantas dificultades que se vencerían rápidamente si hubiera un poco de interés por la Patria”.

Mons. Carlos José Tissera, obispo de Quilmes