El texto del Evangelio del domingo (Mc 4,35-41), nos sigue presentando el ministerio público del Señor en Galilea. Nos muestra a Jesucristo en una barca, la tempestad, el miedo y la falta de fe a pesar de que el Señor estaba con ellos. Y Él les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?» (Mc 4,40). El Evangelio nos puede ayudar a reflexionar sobre la necesidad que tiene nuestro tiempo de cristianos que sean testigos creíbles, alegres, sobre todo que practiquen la dimensión profética, fruto de la vocación bautismal.
En realidad todos estamos llamados a ser profetas desde el bautismo. En la unción post-bautismal se dice: «Él te unge ahora con el crisma de la salvación para que permaneciendo unido a Cristo sacerdote, profeta y rey, vivas eternamente». Sabemos que no es fácil para los cristianos ejercitar esta dimensión profética en el mundo que nos toca vivir. Seguramente los cristianos de cada época de la historia se habrán sentido como nosotros. Por eso tanto en el pasado, como en nuestro tiempo la dimensión profética nos exige poner en práctica la Palabra de Dios. Dar testimonio de nuestra fe en lo que nos toca a cada uno, construyendo nuestra vida familiar y social sobre la verdad.
Lamentablemente el contexto de nuestro tiempo descarta el valor de la verdad y por eso nuestra gente en general está desengañada y experimenta una crisis de credibilidad. Lo cierto es que abunda el consumismo, todo se oferta y se demanda, incluso las personas que pasan a ser meros objetos de consumo. Esta inconsistencia y falta de valoración de la verdad se puede dar en la publicidad para colocar un producto, pero también en una campaña política o hasta en proselitismos religiosos. Debemos reconocer que nosotros mismos podemos caer en consumir programas de televisión o de radio, sin ningún sentido crítico, aun cuando lo que se nos ofrece es mero sensacionalismo, rating sin ética, o cualquier tipo de propuestas donde corremos el riesgo de no ejercitar nuestra condición de personas, el don y el ejercicio de la libertad y de practicar lo que creemos. La dimensión profética hoy está ligada a la autenticidad, a la búsqueda de la verdad y a hacer experiencia profunda de la fraternidad.
Es importante recuperar esta vocación profética que nos permitirá sobreponernos a las graves dificultades que atravesamos por la pandemia que nos aflige. El Papa Francisco, en un momento extraordinario de oración por la pandemia, comentando este mismo texto evangélico nos decía que «Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos”, también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos.
La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.
Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos». (Papa Francisco, Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia, 27 de marzo de 2020.)
Que el Señor nos ayude a fortalecernos en la esperanza y a vivir más proféticamente, teniendo en cuenta que muchos hombres y mujeres antes y ahora son testigos alegres, testigos del Evangelio hasta el martirio.
Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas