Viernes 26 de abril de 2024

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¡Vivamos con alegría en el Señor!

Editorial de monseñor José Vicente Conejero Gallego, obispo de Formosa, para el suplemento diocesano "Peregrinamos", órgano de difusión de la diócesis (Mayo de 2021)

Los discípulos se llenaron de alegría
cuando vieron al Señor
(Jn 20,20).

Es, sobre todo, durante el período litúrgico pascual, como ahora, cuando, por la celebración de la Resurrección del Señor, tomamos mayor conciencia de estar llamados a vivir en y con alegría; este don y fruto de la vida en el Espíritu Santo, cortejado por el amor y la paz (Cf. Gál 5, 22), es la forma y el estilo distintivo propio del discípulo de Jesucristo.

De hecho, el Maestro llama frecuentemente a los suyos dichosos y felices, y los invita a que vivan alegres y se regocijen, en medio de las pruebas y persecuciones de este mundo, hasta que alcancen un día la plenitud del gozo en el Reino celestial (Cf. Mt 5, 12; Lc 10, 20). Y la alegría de ver y estar junto al Señor, nada ni nadie les podrá quitar ni arrebatar (Cf. Jn 16, 22).

Nota característica, por lo tanto, de la vida de la primitiva Comunidad Cristiana es la alegría: partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo (Hch 2, 46-47). Pero entonces, ¿cuál es la causa de la verdadera tristeza para el discípulo de Jesús? El pecado, la desobediencia a la voluntad de Dios, la falta de amor a Dios y a los hermanos; esa es la causa más profunda de la tristeza, que conduce a la muerte del espíritu. Esto fue así, desde el principio de la historia humana; Caín vivía resentido y cabizbajo; «si obras mal -le dijo el Señor-, el pecado está agazapado a la puerta y te acecha, pero tú debes dominarlo» (Gn 4, 7). El pecador arrepentido –como el mismo rey David, después de su pecado– suplica a Dios el gozo y que le devuelva la alegría de la salvación (Cf. Sal 50, 14).

San Pablo, consciente de que el pecado entristece al Espíritu Santo y a uno mismo, exhorta e insiste, con mucha frecuencia, a evitar la amargura y a alegrarse siempre en el Señor (Cf. Ef 4,30; Rom 12, 12; Flp 4, 4). En definitiva, al final de la historia, todo será alegría y júbilo; y, en las Bodas del Cordero, se cantará: Aleluya … Alegrémonos, regocijémonos y demos gloria a Dios… pues Dios en persona habitará con su pueblo y estará siempre con ellos. El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó (Apoc 19, 6-7; 21, 4).

En los días cercanos a la solemnidad de Pentecostés de 1975, Año Santo de Renovación y Reconciliación, San Pablo VI nos regaló su hermosa Exhortación Apostólica Gaudete in domino, sobre la Alegría Cristiana, donde considera la alegría espiritual como el estatuto de la existencia cristiana y, muy en particular, de la vida apostólica, siendo inseparable de la Eucaristía, la cual es: primicia, signo y fuente de la Fiesta Eterna (cf. nn. 31.42). El Papa Francisco, desde el comienzo de su Magisterio petrino, ha recurrido frecuentemente a la Alegría, relacionándola con la Evangelización, La Familia, la Santidad, la Ecología, la Fraternidad, las Vocaciones; aún incluso, a pesar de las dificultades, angustias y sufrimientos de la vida humana que debemos afrontar, tanto a nivel personal como social, en estos tiempos presentes.

En este mes celebraremos Pentecostés. Supliquemos al Espíritu Santo que venga a nosotros, que nos haga dóciles a sus inspiraciones, que renueve, con su fuerza, la faz de la tierra y nos conceda el don y el fruto de la ALEGRÍA, cuyas fuentes son Jesucristo y los Santos de la Iglesia, comenzando por su Madre, María, a quien la invocamos como Causa de nuestra alegría. Así podremos realizar fielmente nuestra Vocación y Misión, ayudando a nuestros hermanos a vivir la alegría del Evangelio.

Mons. José Vicente Conejero Gallego, obispo de Formosa