Queridos hermanos:
En la primera lectura, el apóstol Pedro, con igual valentía que veíamos el domingo anterior, responde a los jefes del pueblo de Israel sobre su actuación en relación con una curación de un tullido. Lo increpan por haber realizado esta curación y le preguntan con qué poder lo ha hecho. Pedro no vacila en identificar a Cristo como el autor de esta sanación. Cristo, desechado por las élites de Israel, es la piedra angular de su pueblo.
En la primera carta de Juan, llama la atención una expresión: “ahora somos hijos de Dios”, que indica un momento trascendental de la comunidad cristiana, el reconocimiento de la Encarnación del verbo como el punto de partida de una nueva existencia, sin límites.
En el Evangelio, la liturgia vuelve a presentarnos a Jesús, como el buen Pastor. ¡Cuánto nos gusta esta imagen para sentirnos acompañados por su ternura y misericordia! El Señor se diferencia del asalariado y del ladrón para mostrarnos su relación de pertenencia con el rebaño confiado. El asalariado cobra por su trabajo y por más buen empleado que sea, nunca se sentirá totalmente responsable porque no es el dueño. El ladrón llega a las ovejas por el camino de la ilegalidad y las priva de su dueño, el verdadero responsable de sus vidas.
Si hay un sentimiento duro y difícil en estos tiempos, de frente a la vida misma, es el del abandono, el de no sentirnos parte de un grupo o de una comunidad. Más allá de las circunstancias concretas del Covid, hay una gran desorientación en muchas personas que no sienten pertenecer a ninguna parte… Qué distinto cuando uno se reconoce miembro de un cuerpo, de una familia. Jesús al encarnarse nos regaló ese pertenecernos a Él y entre nosotros, jugando toda su vida por amor a nosotros, los suyos.
En la imagen de Jesús, hay un par de hermosas expresiones que nos llenan de confianza. Por un lado, el conocimiento que une al pastor con las ovejas. No es un conocimiento cualquiera, sin profundidad o distante; es un conocimiento profundo, fundamentado en el amor, que da seguridad a las ovejas que también lo conocen y a Él se refieren. Ese conocimiento es tan importante y tiene una relación de estrecha semejanza con el conocimiento que une al Padre con su Hijo. Ese conocimiento es fuente de confianza. El Padre ama la libertad del Hijo que sabe entregarse y prodigarse por los suyos.
Podemos pensar en tantos buenos pastores que actúan en nombre de Cristo. Naturalmente nos vienen a la mente figuras de grandes sacerdotes y santos. Pero los ejemplos no se agotan en ellos. Hay muchos laicos, padres y madres de familia, trabajadores en servicios públicos, animadores de la vida social, docentes, que actúan al modo del buen pastor entre los suyos. Son capaces de dar la vida y lo hacen por amor. Llegan a conocer a las personas que se les encomiendan en sus labores y asumen que su modo de amarlos, es servirlos con un corazón despojado de intereses materiales. En este tiempo de Covid cuántos buenos pastores han sabido cuidar la vida de enfermos y solos….
En estos días he visto una película que les recomiendo. “El agente topo” se llama. No les quiero contar mucho para que la vean, pero me gusta imaginar al buen pastor un poco como el personaje principal, un anciano llamado a convivir con otros, a involucrarse en sus vidas, a conocerlos en directo y a preocuparse de hacerles notar lo bueno que hay en ellos y lo valioso que es cada uno. Querer conocernos como el Padre conoce al Hijo, donarnos con libertad y por amor, como se entrega el Hijo…. El camino imprescindible de los buenos pastores y de aquéllos que en su Nombre quieran hacer el bien….
Mons. Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza