Jesús de Nazaret, nuestro Señor, fue crucificado… pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Este es el anuncio firme y constante, y el fundamento definitivo de la fe y de la predicación Apostólica; ésta es, la gozosa y la Buena Noticia que, a lo largo de los siglos, la Iglesia va proclamando sin cesar a todos los hombres para que, libre y voluntariamente, con alegría, crean en Él y se adhieran de todo corazón a su Persona y a sus enseñanzas, y lo sigan, en unidad fraterna, con todos aquellos que quieren ser sus discípulos y testigos.
A pesar de las pruebas y adversidades de la vida, -como esta pandemia prolongada que padecemos-, y aún en medio de todas las dificultades, propias, por otra parte, de la contingencia humana, es un don y una gracia celebrar y vivir los Misterios de la Pascua del Señor, misterios que acabamos de celebrar, y que se prolongarán a lo largo de cincuenta días, culminando con la Venida del Espíritu Santo, el día de Pentecostés.
Ahora bien, celebrar y vivir auténtica y eficazmente la Pascua del Señor que, este año desde el inicio de la Cuaresma y a sugerencia del Papa Francisco, anhela tener el acento y matiz de la FRATERNIDAD, exigen de nosotros fortalecer la fe en Jesucristo, procurando convertir y transformar nuestras actitudes más profundas de vida y, a la vez, orar, sin desfallecer, a Dios Padre, bajo la moción del Espíritu Santo, ya que sólo de esta manera podremos cumplir verdaderamente la voluntad divina. Así nos lo enseñó Jesús, nuestro Maestro: Todos ustedes son hermanos… y no tienen sino un solo Padre celestial (Mt 23, 8-9), y a Él debemos dirigirnos con confianza filial de esta manera: Padre nuestro… (Mt 6, 9). El hecho de pedir a Dios que venga a nosotros su Reino y que nos perdonemoslas ofensas unos a otros, pone de manifiesto nuestra debilidad y, como consecuencia, la fragilidad y precariedad de todas las actividades humanas; construir, por tanto, la fraternidad es “don y tarea”.
La Iglesia, Madre y Maestra, bajo la guía del Espíritu Santo, nos recuerda que hay que purificar y perfeccionar, por la cruz y resurrección de Cristo, todas las actividades humanas, que a causa de la soberbia y el egoísmo corren diario peligro (Cf. GS 37); y nos enseña también, que la ley fundamental de la perfección humana, y, por tanto, de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor, instándonos a abrir a todos los hombres los caminos del amor y a esforzarnos por instaurar la fraternidad universal (Ibíd. 38). Hoy, el Papa Francisco renueva y actualiza este pedido del Concilio Vaticano II en su encíclica Fratelli tutti, donde afirma que: para nosotros, ese manantial de dignidad humana y de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo (FT 277).
San José, en este año especialmente dedicado a él, es ejemplo de generar vida en lo cotidiano; y, por su humildad y fidelidad, por su silencio y laboriosidad, por su entrega y servicio a los demás, en la misión que se le encomienda, es modelo de toda vocación cristiana, también para el sacerdocio y la vida consagrada.
Vivamos este Tiempo Pascual, en medio de las debilidades y fragilidades humanas, con un renovado compromiso por erradicar de nosotros todo orgullo y egoísmo; esforcémonos, con la fuerza del Espíritu Santo, por construir e instaurar lafraternidad universal en Cristo Resucitado, Señor de todos, para gloria de Dios Padre.
¡FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN
Mons. José Vicente Conejero Gallego. obispo de Formosa