La Vigilia Pascual es la celebración más solemne y más alegre de todas. El motivo de nuestra alegría y esperanza es Cristo resucitado, vencedor del pecado, de la muerte y de todo mal que amenaza nuestra existencia. “Alégrese en el cielo el coro de los ángeles…, alégrese también la tierra inundada de tanta luz…, alégrese también nuestra madre la Iglesia, adornada con los fulgores de una luz tan brillante”, son las expresiones de júbilo que escuchamos en el anuncio pascual. Cristo resucitó, es el grito de alegría que embarga esta vigilia, a toda la humanidad y a la creación entera. Es la fiesta de nuestra fe, esperanza y caridad. Y como toda fiesta, también esta toma elementos de la creación, y expresa su alegría y gratitud por la nueva vida del Resucitado mediante signos como el fuego, la luz y el agua, que se vuelven inteligibles por el encuentro con la Palabra de Dios y que luego culminan en la Eucaristía.
Como podemos ver, la Vigilia Pascual es abundante y rica en signos. En esta ocasión y en el contexto de la pandemia, me gustaría compartir con ustedes los enormes y trascendentales beneficios que tiene el misterio de la pascua cristiana para vivir bien, sobre todo en los tiempos de prueba como la que está atravesando toda la humanidad por causa del coronavirus. Estamos, en cierto modo, con una preocupación semejante a la de aquellas mujeres que fueron temprano al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús. De camino se preguntaban quién les correrá la piedra de la entrada del sepulcro. También nosotros estamos ansiosos por saber cuándo termina esta pandemia y se despejen por fin los nubarrones del desasosiego que nos causa esta alarmante enfermedad. Aquellas mujeres valientes estuvieron atentas a la prueba de fe ante el sepulcro sellado con una enorme piedra. La audacia las dispuso para escuchar el mensaje de vida: “No teman, ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí”. Gracias a Jesús, que venció la muerte y el mal, el sepulcro no es el último lugar para el que cree en Él, sino la prueba para salir de sí mismo y encontrarse con Él, vivo y presente hasta el fin de los tiempos.
La mayor prueba que atraviesa la condición humana es pasar de la muerte que produce el pecado a la vida de la gracia, de la incredulidad y la desconfianza, a la fe y la confianza. El pecado es alejamiento de Dios, ruptura de los vínculos con los demás y maltrato de la creación. Superar esta prueba, “correr esa piedra”, no está en las manos de los hombres: nosotros no podemos darnos la vida, no somos dioses, somos creaturas. El poder de Dios que resucitó a Jesús, es quien corre la piedra, deja vacío el sepulcro y vencida la muerte. La mayor perversión en la que puede caer el ser humano es pretender ocupar el lugar de Dios, sepultándose en el pecado de la soberbia. Dios que nos creó por amor, también desea salvarnos, es decir, sostenernos y acompañarnos con mano fuerte y brazo extendido (cf. Dt 26,8), como lo hizo con el pueblo de Israel haciéndolo pasar el Mar Rojo y liberándolo de la esclavitud que padeció en Egipto. Ellos, confiando en el Dios que salva, superaron la tremenda prueba de resistencia y solidaridad que significó enfrentar contratiempos y aflicciones. Él, el Dios que salva y da la vida, es el protagonista de la pascua judía.
La “mano fuerte y brazo extendido” del Dios que salva, se manifestó plenamente en Jesucristo muerto y resucitado. Él atravesó las tinieblas de la muerte y nos abrió un sendero de luz que conduce a la vida. Esa vida nueva, ya no sujeta a la destrucción y a la muerte, es la que recibimos en el bautismo. Sumergidos con Jesús en su muerte y resurrección, damos el gran salto que por nuestras propias fuerzas no podríamos dar. Jesús, que fue llevado hasta el límite de la fe y la confianza y no dudó en que Dios, su Padre, lo salvaría de la muerte eterna. Por la fe, superó la prueba de la incredulidad y la desconfianza para que también nosotros, unidos a Él, demos ese paso para exclamar gozosos: Sí, es verdad, Cristo resucitó y con Él también resucitamos nosotros. Definitivamente, Él es nuestra Pascua.
Ahora nosotros, siguiendo el anuncio de san Pablo, sabemos que “si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él”. Porque el Dios de la Vida que resucitó a Jesús también nos resucitará a nosotros, haciéndonos pasar por las diversas pruebas para volver siempre a la fe del Dios vivo. La piedra que necesitamos que sea corrida es la piedra de la indiferencia y falta de solidaridad frente a los alarmantes números de pobres e indigentes que crece continuamente. Es una gran prueba que aún no enfrentamos debidamente. Sabemos que muchas cosas están mal y que se nos presentan como desafíos urgentes para cambiar, es decir, dejar atrás lo que nos deshumaniza y abrirnos con audacia hacia una convivencia en la que nos escuchemos, dialoguemos y respetemos más, para que todos tengan lo necesario y puedan vivir dignamente.
La gran pregunta es cómo se supera una prueba de ese tamaño. Cómo se pasa de la “anormalidad de la pandemia” que nos aísla y separa, a una normalidad que nos una y fraternice. El mensaje más claro y contundente que nos trae la pasión, muerte y resurrección de Jesús es que solos no podemos salvarnos y que Él es el Salvador del Mundo; que el ser humano no puede darse la vida a sí mismo, y tampoco recuperarla si la pierde; que, gracias a Jesús, victorioso sobre la muerte y el mal, nosotros, unidos a Él por la fe y el amor, también podemos superar todas las pandemias que tienen el poder de destruirnos. Él es el fuego nuevo que purifica, la luz que ilumina el camino de la vida, el agua que nos trae la vida nueva. Por eso, la Pascua de Resurrección es un grito a la vida: ¡Aleluia, Cristo resucitó y nosotros resucitamos con Él!
Para finalizar, comparto con ustedes un hermoso texto de la santa Madre Teresa de Calcuta que ilumina con una sorprendente concreción la conducta de aquel que desea tomar en serio su vida cristiana, y dice así: “Las personas son irrazonables, inconsecuentes y egoístas, ámalas de todos modos. Si haces el bien, te acusarán de tener oscuros motivos egoístas, haz el bien de todos modos. Si tienes éxito y te ganas amigos falsos y enemigos verdaderos, lucha de todos modos. El bien que hagas hoy será olvidado mañana, haz el bien de todos modos. La sinceridad y la franqueza te hacen vulnerable, sé sincero y franco de todos modos. Lo que has tardado años en construir puede ser destruido en una noche, construye de todos modos. Alguien que necesita ayuda de verdad puede atacarte si lo ayudas, ayúdale de todos modos. Da al mundo lo mejor que tienes y te golpearán a pesar de ello, da al mundo lo mejor que tienes de todos modos”. Que así sea.
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap, arzobispo de Corrientes